sábado, 5 de marzo de 2016

La misma y conocida sensación de vacío.

A veces, tras hablar con él tengo claro que debo dejar de llamarle.
Total, si dejo de hacerlo le va a dar igual.
A veces tras hablar con él lo único que me queda es la sensación de estar de más. De que me contesta y me habla por simple cortesía, ya que he llamado, y que en realidad le estoy estorbando.
Si pudiese medirlo, confirmaría que mínimo el 90% de las veces que hemos hablado en estos casi seis años he sido yo quien ha llamado. Y probablemente el 100% de las conversaciones han durado hasta que él ha querido hablar, o, mejor dicho, hasta que ha decidido terminar la conversación.
Si en cualquier momento de estos años hubiese dejado de llamarle, habría terminado la historia.
Si en cualquier momento de estos dos últimos años hubiese dejado de insistir en intentar verle al menos un par de veces al mes, habríamos dejado de vernos. Porque también eso lo ha decidido él: hemos dejado de vernos cuando él lo ha decidido.
Hace dos años y pico y durante un año completo trabajé en un sitio espantoso. Absolutamente espantoso en todos los sentidos, algo que rozaba peligrosamente con la esclavitud en muchas cosas y muchos detalles. Una de las peculiaridades de esa experiencia era el horario. Lo llamaban 'horario flexible' y sí, era de lo más flexible para la empresa...que podía tenerte allí las horas que le pareciera entre las nueve de la mañana a las diez de la noche, sábados por la mañana incluidos. Oficialmente y según contrato, trabajaba 35 horas a la semana. Realmente, ninguna semana, ninguna, bajé de las 40 y estoy segura de que muchas llegué a las 50, sobre todo las que me tocaba trabajar el sábado. Esas horas, por descontado, ni se pagaban ni se compensaban...y, lo que era peor, no constaba en ningún sitio que has hubieses hecho y no te podías negar a hacerlas...
Elegí en su momento ese 'horario flexible' porque no sabía bien en qué consistía...y porque nos dijeron, me dijeron, que conllevaba tener dos tardes a la semana libres (esas horas se 'echaban' el resto de la semana, claro). En realidad era una tarde la que nos aseguraban que íbamos a tener libre (el viernes) y probablemente el jueves, aunque en cualquier momento podría a ser la mañana del jueves la que libráramos...
Al final, quienes optaron por el 'horario continuo' (de tres de la tarde a diez de la noche) eran los únicos que realmente trabajaban las 35 horas semanales, sin más. Porque llegaban a su hora...y el sitio se cerraba a las diez de la noche, por lo que sólo si llamaban a alguien para que fuese antes echaba alguna hora de más (que en ese caso se supone que luego se descontaría de otro día...o igual no, tampoco estoy segura).
Los lunes, martes y miércoles eran agotadores. Absolutamente agotadores. De salir de casa a las nueve de la mañana y volver a las diez y pico de la noche...trabajando a menos de una hora de casa.
Alguna semana trabajé el viernes por la tarde, librando por la mañana.
Y varias veces tuve la oportunidad de poder cambiar de turno: pasarme al de tarde. Lo que significaría evitar echar horas sin ton ni son, no tener que madrugar, poder aprovechar las mañanas para hacer gestiones (incluidas entrevistas de trabajo: con mi 'horario flexible' eso era totalmente impensable)... Incluso me saldría más a cuenta económicamente: algunos días decidía comer en el Burger o en el 'chino' (más que nada porque el invierno fue muy frio y llovió a menudo y el verano fue abrasador). Y mi pausa de dos horas a mediodía, aunque en la práctica se quedaba en hora y media, era demasiado tiempo para estar en la calle dando vueltas o sentada en el banco con el sándwich y el libro. Entrando a trabajar a las tres de la tarde ya habría comido en casa. Temprano para mis costumbres..., pero todo es eso, acostumbrarse. Y también me saldría más 'a cuenta' por otra razón: el transporte. Hay una tarifa reducida para moverse por el extrarradio que tuve durante años. Incluso podía emplear 'bono de diez viajes' de metro (en realidad iba y volvía en eso, el metro. Y si luego cogía algún bus desde la estación a mi casa...era por no caminar y por puro cansancio). Teniendo el horario 'de tarde' habría empleado esa modalidad de abono mensual. Pero... esos doce meses estuve pagando el abono mensual de transporte para ir a Madrid. ¿Diferencia en precio? Unos veinte euros más al mes, o quizás algo más de ese importe. Sí: más de doscientos euros al año...
Cogí ese horario pensando en tener al menos una tarde libre a la semana y 'escaparme' a Madrid. Y seguí con ese horario a pesar de todo.
Porque ese horario me permitía poder verle.
Porque salvo los días en que me dijo que no, que tenía otros planes (le iban a recoger, por ejemplo. Me lo decía y ya está. Yo jamás le he pedido explicaciones. Nunca las he creído merecer) intenté verle una vez por semana. Y casi todos los meses conseguí eso, verle al menos una vez. Salvo algún mes muy complicado en su vida en que sólo podía estar donde debía estar y ya está, y yo no habría entendido otra cosa.
Y yo salía de trabajar a las tres que solían ser las tres y media y que alguna vez fueron las cuatro. Y me cogía un bus hasta Madrid. Y comía en el Burger del centro comercial. Y le mandaba un sms diciendo dónde estaba. Y esperaba su contestación. E iba a su encuentro. Me cruzaba Madrid para esperarle y acompañarle un trecho en el metro. Sin más. Dándole dos besos al verle y dos al despedirle. Sin esperar ni una sola demostración de cariño más allá de la cortesía. Dándome cuenta de que a veces ni siquiera me miraba. Hablaba a mi lado y yo era invisible.
Durante meses le acompañé eso, parte del trayecto. Luego lo amplié alguna estación más. En verano casi hasta su estación de destino. Y luego ya directamente sin el 'casi' iba con él hasta su estación de destino...
Verle esa media hora un par de veces al mes me compensaba del horario exagerado, de las condiciones tremendas de trabajo, de cruzarme media ciudad.
Jamás me planteé cambiar el horario. De hecho, un par de veces, quizá tres, me cambiaron el turno por sorpresa (me avisaron el jueves de que trabajaría el viernes, cuando había quedado con él ese día) y no me planteé ni un solo segundo otra opción que irme a intentar verle esa misma tarde. Un día, recuerdo, había salido de casa con la cara lavada y una pinza recogiéndome el pelo... y en el centro comercial compré rimmel y un perfilador y un gloss labial rojo brillante y una crema con color para la cara y un cepillo pequeñito para el pelo y algo con que recogérmelo, y me peiné y maquillé en los aseos del centro comercial.
Aun siendo plenamente consciente de que en realidad ni me iba a mirar. Como solía ser costumbre.

Nunca me planteé cambiar el horario. Siquiera pensar en no tener la posibilidad de verle me era más duro que las condiciones reales de mi trabajo.
Y cuando dejé de trabajar allí, como cuando he tenido vacaciones, he seguido cruzándome Madrid un par de veces por semana...para estar con él apenas una hora.
Y sé que una de las cosas que me entusiasmaron de mi trabajo actual (que no tiene nada que ver con el anterior en cuando a condiciones. Es trabajo, no esclavitud) fue el horario. Completamente compatible con poder vernos...cuando a él le apeteciera o le fuese posible. Porque a mí no me iba a costar atravesar Madrid en metro para ir a esperarle o encontrarme con él a medio camino los días en que salía antes 'por convenio'. Y seguir atravesándolo para acompañarle a su destino y volver a atravesarlo para regresar a casa.
A mí no me iba a costar, estuviese lo cansada que estuviera.

En los casi seis años que han pasado desde que dejamos de trabajar juntos, en los más o menos cinco que yo he creído mantener con él una relación sentimental, nunca hizo nada para intentar verme. Los seis meses que pasé trabajando en el centro de Madrid, hace más de tres años, y que en los que él trabajaba en su casa... nunca nos vimos más que las contadas veces que se vino a dormir a mi casa. Algunos días me dijo que, por temas profesionales, estaría a mediodía relativamente cerca. Alguna vez me comentó que probablemente me avisaría para que nos viésemos... Nunca lo hizo.

Ahora llevo casi tres meses sin verle. Yo sigo teniendo el mismo horario compatible con el suyo. Él sigue trabajando en el mismo sitio. Por un tema de salud, le llevan y le recogen cada día desde hace semanas. La excusa o razón antes de esta circunstancia fue un provisional pico de trabajo en que tenía que salir más tarde. Y..., en fin, qué más da. Llevo casi tres meses sin verle.

Las conversaciones telefónicas duran hasta que él decide terminarlas, aunque le suelo llamar yo.
Durante meses nos seguimos viendo porque yo organicé mi tiempo para poder hacerlo. Y porque él me permitía verle, cada vez tengo más clara esa impresión. Hacía el esfuerzo y me daba ese gusto.
Y hemos dejado de vernos cuando él lo ha decidido.

Algunas veces, tras colgar, he pensado que debo dejar de llamarle.
Algunas veces, tras estar con él, me ha invadido una inmensa sensación de vacío. De estar completamente sola. Y esa noche sé que me he dormido llorando.
Algunas veces, tras colgar el teléfono también me he echado a llorar. La misma conocida sensación de vacío.

Hoy ha sido una de esas veces.

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