domingo, 20 de marzo de 2016

Semana rara.

Semana rara. Que termina y que deja el regusto de presagios de otra semana rara que va a comenzar ya mismo.
Avisos. Señales.
Intento ser lógica..., pero lo que me queda es eso: la evidencia de estar como recibiendo 'señales'. Aparatos que habían vuelto a funcionar correctamente y que, de pronto, vuelven a fallar, tras meses de normalidad. Incluso alguno nuevo que sustituyó a uno averiado y que, sin explicación, empieza a fallar exactamente del mismo modo que fallaba al que sustituyó.
Cosas que amenazan con romperse. Cañerías que hacen ruidos raros y me recuerdan cual es el problema endémico de la vivienda en que resido. Sanitarios que se 'despegan' del suelo al que en teoría están atornillados. Azulejos que se diría están luchando por desprenderse de la pared. Puertas de armarios que se empiezan a soltar de sus pernios.
Detalles extraños.

Me cruzo la ciudad buscando una tienda. Una sucursal de una conocidísima cadena de tiendas de ropa, de ésas que hay en todos los centros comerciales. Pero no al que decido ir. Y me encuentro buscando entonces una boca de metro en el barrio, y camino quizá más de un kilómetro, incapaz de algo tan simple como subirme a un bus, algo que sé que es lo más sencillo y que me va a llevar donde quiero ir para poder empezar mi retorno a casa. Porque estoy en la otra punta de la ciudad y no sé qué demonios hago allí, en  ese barrio tan residencial... Y luego, curiosamente, hago el camino de vuelta a una velocidad absolutamente imposible...
Y el viernes, que salgo antes de trabajar, no sé porqué empiezo a hacer un recorrido en bus ilógico para ir a donde quiero llegar. Como si quisiera ir lejos para volver al punto de partida, como si hubiese decidido avanzar en zigzag. Y termino en el centro, en el mismísimo centro de Madrid. Porque ahí sí hay una sucursal de la cadena de tiendas que busco..., porque tiene que haberla..., porque sé donde está.

Estaba. Ya no. Me encuentro con el centriquísimo local cerrado, con un enorme cartel en el escaparate que me 'deriva' a su tienda virtual.
Y todo me parece absurdo.
Y, en realidad, tampoco necesito lo que me he empeñado en ver en esa tienda que parece rehuirme. Incluso creo que si lo encuentro (es un bolso que vi hace un mes) probablemente ya no me guste tanto y no lo compre. Además, es que no me hace falta.
El sábado busco unos zapatos que entreví en un escaparate. Los encuentro, pero ni me atrevo a probármelos. Veo unas zapatillas de tenis que también me gustan, y unas manoletinas. Pero no me pruebo nada y decido aplazar la compra. O ni siquiera lo decido.
Termino regalándome un carísimo perfume. Otra de esas compras que llevo semanas aplazando o cancelando...o qué sé yo.
Y no compro cosas que necesito. Y se me olvida comprar otras en el hipermercado.
Y se diría que alguna ha cambiado de sitio, se ha escondido para que yo no la compre.
Se me antoja leche de almendras. La hay en muchas tiendas. Estoy en un hipermercado enorme...en el que no la hay. Es más: sólo hay leche de vaca y algo, poca, de soja.
E imagino que el resto: de almendras, de avena, de arroz, de cabra, sin lactosa..., debe estar en el pasillo de al lado. Pero no: no hay más espacio para la leche.
Y aún así lo busco por el hipermercado. Y termino por aceptar que no, que no hay más.
O que soy incapaz de encontrarlo.


Es absurdo, pero ese tipo de detalles me producen una inquietud de lo más desagradable.

Semana rara. Y la que empieza en unas horas no me da la impresión de ir a ser más coherente.

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