jueves, 15 de septiembre de 2016

Una semana como ésta.

Cuando estás dentro de una de esas semanas horribles y sabes que no hay ningún modo de salir. Que sólo queda esperar que la semana termine y que no se encadene a la siguiente, contagiándola con su miseria, con el tiempo que no pasa pero al final corre y te deja agotada y no te deja terminar las cosas en condiciones.

Cuando estás dentro de una de esas semanas raras en que el lunes ya tiene cansancio acumulado, cansancio de viernes sin esperanza de viernes. Y llega el martes y ya no sabes bien en qué día vives, y el miércoles quieres pensar sólo en que apenas dos días más y llegará el fin de semana...pero el tiempo parece detenerse. Y más que dormir por sueño te quedas dormida de puro agotamiento y sueñas cosas raras y te despiertas tres o cien veces, microdespertares, sueños en que te has quedado dormida y saltas de la cama, sueños en que luego sigues durmiendo, despertares al fin en que no sabes bien si de veras saltaste de la cama y volviste a acostarte o si todo fue fruto del agotamiento de la noche anterior, de ése que hace que no recuerdes en qué momento pasaste de la cama al sofá, de ése que aunque es de día...notas atado a tus tobillos en el mismo instante en que cierras la puerta de la calle, cuatro vueltas de cerrojo, una de cerradura, mientras llega a tu planta el ascensor.

Cuando llega el jueves y llegan las seis y sales por fin del trabajo, y te acuerdas de que hace casi tres horas que pasaste por el aseo, y mientras llega el ascensor te escabulles dentro de que está enfrente. Y cuando te lavas las manos recuerdas que has olvidado beber agua. Y bebes un sorbito, porque el cuerpo te está recordando que tiene sed. Y en ese momento te das cuenta que desde que te levantaste a las seis y media de la mañana el líquido que ha recibido tu cuerpo fue el café con un dedo de leche de las siete, la taza de agua con café de sobre que has ido tomándote a lo largo de la mañana. Menos de medio litro de líquido con café en doce horas, porque eso es lo que llevas de pie.

Y cuando por fin llegas a casa y son casi las ocho, tu necesidad de agua es para mojarte con ella, para lavarte el pelo porque encima mañana tienes una reunión con un cliente y tu aspecto es lamentable, y tomas un sorbito de una botella de la nevera que sabe a manzana y es té verde....

Cuando estás dentro de una semana como ésta. Una semana a la que aún queda un día laborable, dos días semifestivos. Una semana en la que ni siquiera tienes el desahogo de poder llamarle por teléfono y hablar con él, porque no, porque no está y porque no vas a insistir y porque, por supuesto, él no te va a llamar.

Cuando estás dentro de una semana de pesadilla y tu cuerpo te grita que lo estás matando y tu mente intenta convencerte de que desconectes, de que te vaya al médico y pidas una baja, que no puedes seguir así, deshidratándote porque ya ni el agua te entra tras tantas horas sin beber, quedándote dormida mientras a trescientos metros frente a ti lanzan fuegos artificiales durante cuarenta y cinco minutos, estruendosos y de los que sólo escuchas y te hacen abrir los ojos la traca final. Y los vuelves a cerrar y nuevamente no recuerdas cómo llegaste a la cama.

Cuando estás, estoy, en una semana de mierda. Como ésta.

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