domingo, 26 de marzo de 2017

Última semana de marzo.

Acabo de guardar definitivamente el cenicero que usaba cuando venía a pasar la noche conmigo.
Supongo que terminará siendo, como otros, base para la maceta de alguna planta. Probablemente de algún cáctus.

Él era la única persona que fumaba en mi casa. No porque yo tenga, para nada, prohibido fumar (que no soy nada talibán para estas cosas, considero que todos somos mayorcitos y estamos perfectamente informados de qué consecuencias tienen según qué cosas) sino porque a mi casa no viene ningún otro fumador. Simplemente.

De momento, ya digo, lo he guardado. Cuando pase a tener otro uso, no creo que merezca ningún tipo de reseña.
Esta semana tengo que decidir qué destino les doy a las cervezas que guardo en el estante inferior del frigorífico. Yo no bebo habitualmente. Y nunca lo hago si estoy sola. Y además falta mucho para el verano, que podría ser una buena excusa para consumirlas. No sé cuantas puedo tener... ¿una docena? Y quizá tenga alguna más en el medioalmacén que es parte del suelo de la cocina (sí sé que hay tres o cuatro latas, perfectamente visibles). Estaba casi segura de que habían 'sobrado' en diciembre, la última vez que estuvo conmigo. Pero no: recordé que las compré en enero. Porque en enero sí planificamos vernos, en principio casi me aseguró que la primera semana, luego quizá la segunda o la tercera... En esos días en que aún parecía que teníamos algún tipo de relación sentimental (o algo), en que condicionaba el quedar conmigo a los horarios familiares: 'hasta tal fecha no será posible...'. Creo que entonces, a mediados de enero, las compré. Y estoy segura de que a mediados de semana, porque el 'plan' era quedar un viernes: yo los viernes salgo de trabajar a las cuatro; él, quizá ese viernes a las seis, aunque habitualmente salga a las siete. No es la primera vez que 'hago tiempo' para esperarle. Sí recuerdo hasta haber proyectado (con él al otro lado de la línea) que me entretendría haciendo fotos. Sí recuerdo también que llegó a decirme que podía venir directamente a mi casa, que igual alguien le acercaba hasta Leganés o Getafe...
Sí he recordado todos esos detalles.

Sé que no va a volver a repetirse nada de eso. Me lo ha dejado perfectamente claro.

Aunque hace...¿dos, tres semanas? una conversación pudiese darme a entender otra cosa. O igual simplemente yo quise entenderla. Yo, que soy tan imbécil para según qué, que sigo queriendo creerme que aún es posible, que aún hay algo.
Que no soy capaz de entender qué ha pasado. Que no soy capaz de recordar qué he hecho mal, qué hice, para que todo haya terminado así, para que haya desembocado en este final definitivo.

Han cambiado la hora. Esta semana ya llegaré con luz de día a casa, entorno a las ocho de la tarde.

Aprovecharé un día de éstos para guardar, juntas, sus fotos. Meterlas en un sobre. Evitar volver a encontrarlas cuando busco algo en el mueble donde amontono fotos entre otras cosas: copas, sobres, incienso, velas, esmaltes de uñas, útiles de costura... No son muchas.
La última fue el pasado mes de junio. Estaba guapo. Ésa no la imprimí.

Tampoco habrá más. También me dejó claro que no le gustaba que le hiciese fotos.

Último domingo de marzo. Invierno.
Mi cabeza es lógica y sabe que debe guardar cosas, eliminar quizás otras.
Mi corazón no entiende nada.

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