jueves, 21 de septiembre de 2017

Romper la pecera.

Y pasan los días de esta semana. Y yo sigo sin encontrarme.

Mañana ya es viernes. Por un lado, la semana se me ha pasado volando. Por otro, se me ha hecho eterna. Tengo la sensación de que mañana me espera un viernes eterno, por mucho que sepa que como todos los viernes de verano saldré a las tres de la tarde.

La sensación es como de estar encerrada dentro de una pecera (iba a decir 'una urna', pero creo que ésta no es la mejor semana para hablar de urnas..., algunos nos entendemos). Algo transparente, un espacio aséptico, acondicionado para estar en él..., del que te das cuenta que es una cárcel cuando llegas a las paredes y ves que el mundo real está, realmente, fuera, Y puedes verlo pero no salir a él.

El ambiente en mi empresa cada vez está más y más enrarecido. Enfrentamientos que se dirían 'de patio de colegio', pero no somos niños y las consecuencias al final son otras. Y cada vez el aire se nota más espeso...
Y me cuesta respirar.

Como también me cuesta respirar en el aire real, el climatológico, porque no termina de irse el calor y hace semanas..., casi mejor decir meses, que no llueve. Me siento muy cansada. Congestionada y con dolor de cabeza.
Me cuesta respirar físicamente y mentalmente. A ratos tengo unas ganas locas de romper cosas, y quizá sea una manera que tiene mi cuerpo de quejarse, de darme a entender que lo que necesito es romper con todo.
Dos veces a lo largo de esta semana eterna he estado a segundos de levantarme, dar dos voces (al tiempo ambas acciones) coger el bolso e irme a casa. No sé porqué no lo he hecho, pero sí lo sé, claro que lo sé.

Es algo que he hecho dos o tres veces a lo largo de mi vida laboral. Luego he terminado volviendo. Y, curiosamente, no soy capaz de recordar cómo ni de qué modo regresé. Si acaso, una de las veces: me fui para no volver un viernes por la tarde. Regresé el lunes (o sea, falté al trabajo el sábado).
Un oscuro episodio. No había vuelto a recordarlo hasta ahora...
Si supiese cómo hacerlo, pediría una baja médica. Pero ni siquiera sé a qué hora ni quien es mi médico. Y sé que no sería capaz de pedirle la baja (cosa que tampoco sé cómo se hace, claro. Tan dispuesta para todo tipo de gestiones, tan torpe para las cosas simples que de veras me atañen).

Tengo ganas de que termine la semana. Y de dormir sin prisas.
También tengo ganas de verle.
De eso tengo ganas siempre. Aunque tenga tan absolutamente asumido que mis deseos son algo absurdo, que desear no me ha servido de nada. Ni me va a servir.

Necesito que llueva. Romper la pecera. Necesito volver a respirar.

No hay comentarios: