domingo, 1 de julio de 2018

Quien está y quién nunca.

Tres semanas de ingreso hospitalario.
Con posibilidades de volver a ingresar el próximo martes, si los resultados de la analítica no demuestran una mejoría.

Ahora no me apetece escribir sobre la enfermedad en sí. Es algo aparentemente simple, que hasta suena gracioso cuando lo menciono..., pero que no lo es tanto. Si no me hubiesen ingresado hace tres semanas, probablemente no estaría aquí para contarlo.

No sabemos si se quedará en algo crónico, si desaparecerá como apareció, si finalmente será más fuerte que yo y terminará conmigo... No sabemos qué es lo que en realidad lo ha desencadenado (ninguna prueba da un resultado concluyente) por tanto, no hay tratamiento concreto (más allá del reposo y los litros y litros de suero salino que me han suministrado estos días). La ciencia no considera válidos los motivos emocionales...y yo sé, estoy completamente segura, de que es eso lo que ha desencadenado todo esto. Sé en qué momento concreto se rompió todo y cuando empezó el daño. Pero como no puede achacarse a una sustancia...es como si no existiera.
Da igual.

Estos días ingresada me han servido, además de para pensar mucho (mucho, mucho, mucho. En algún momento llegué a pensar que demasiado. No, nunca es demasiado) para saber quién es cada cual. Quien está y quien no está. He tenido sorpresas en ambos sentidos. Las sorpresas de quienes 'están', aunque ni me habría parado a echar en falta si no hubiesen estado, son siempre agradables. Descubrir quien 'no está', cuando previamente esa era una posibilidad impensable...duele. En algún caso, ha dolido mucho.

El mayor dolor, por supuesto, ha sido su absoluta ausencia.

Sabe que he estado ingresada. Se lo comuniqué yo misma al día siguiente del primer ingreso (realmente han sido dos, porque me dejaron salir el fin de semana tras seis días...para volver el lunes. Había empeorado considerablemente). Sabe que seguía en el hospital porque también se lo comuniqué yo. Sabe que lo que tengo es bastante serio.

No ha habido ni un intento de llamada. Ni un mensaje. Nada.
Total indiferencia.

He sido yo quien le ha escrito para saber cómo está. En su respuesta no me ha preguntado cómo estoy yo. Lo ha zanjado con un cortés 'espero que hayas iniciado el camino de recuperación' y 'espero que también vayas a mejor'. Nada más.
Para qué. Total, soy yo. Total, se trata de mí.

Sé que esto, darme cuenta y sentirme mal por ello, no ayuda a mi sanación. Sé que el 50% de lo que me pasa es eso, es él, es su actitud hacia mí (absoluta indiferencia, absoluto desprecio. Por fin me he atrevido a poner por escrito esa definición) creciente y progresivo desde hace un par de años. Hasta llegar a esto. A dejarme perfectamente claro que le da exactamente igual si estoy viva o no.

A estas alturas, no soy capaz de entender el motivo..., y creo que me da igual. Ya no tiene arreglo.

Sí me he preguntado con quién se supone que he estado estos últimos años, en realidad. Cómo y cuanto me he dejado engañar. A quién, en realidad, dejé entrar en mi casa y en mi cama. Cómo me negaba a ver que todo era mentira, que las excusas para las cancelaciones de última hora eran eso, excusas (simplemente le surgía un plan mejor, lo que tampoco era tan complicado, y ya está). Que en realidad no sé quien es, no sé nada de su vida (porque empiezo a no creerme nada, absolutamente nada, de lo que me haya podido contar. Me he creído el personaje que probablemente fue inventando sobre la marcha). Yo necesitaba creerle y quererle. Él no me quiso nunca.

Tantos años de negarme, de no dejarse ver conmigo (esas negativas para que quedásemos a comer, a cenar, siquiera a tomar café en los últimos tiempos; ese momento en que decidió que no quería que volviera a ir a esperarle a la estación donde cogía el metro de vuelta, que tampoco quería que le esperase en cualquier otro punto...) la conclusión lógica sólo podía ser ésta. Le da igual si estoy enferma o si me estoy muriendo. No existo.

Estas tres semanas de encierro hospitalario, este paréntesis en mi vida real, me han servido para pensar. Para hacer inventario. Para saber quien está (y se va a quedar), quien aparentemente estaba (y como no está, voy a sacar de mi vida a escobazos), a quien no voy a creer nunca más (porque no puedo sacar de mi presente voluntariamente). Y también para algo tan doloroso como tener que reconocer que una de las personas a quien más he podido querer en mi vida, del modo más incondicional, alguien de quien nunca quise tener dudas, que jamás me habría planteado la posibilidad de que no pudiese estar en casos como éste...pues no, no ha estado. No está.
Le da igual mi vida, siempre le ha dado igual.

Lo contrario sólo era parte del espejismo que me había creado. Que el personaje que se inventó para mí me había hecho deducir que, en un caso como éste, sería de otra manera.

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