domingo, 28 de octubre de 2018

Terminando octubre.

Cuando las cosas no van bien, no van bien.
De hecho, nada lo va. Por mucho que nos empeñemos en reafirmanos y en intentar 'atraer' la buena suerte con actitud y pensamientos positivos. 

Sigo sintiéndome triste. 

Las dos últimas semanas me he sentido muy cansada. El viernes me lo sentía tanto que hasta estuve tentada de irme al médico. Y luego me dije '¿para qué? ¿para decir que tras tras cuarenta y tres horas de trabajo y unas veinte de transportes varios, estoy cansada?'

Estábamos decorando la oficina con motivo de jalogüin (una oficina donde nunca hemos decorado nada con ningún motivo ni razón) y a mí no me apetecía otra cosa que seguir sentada en mi sitio, terminando cosas que el lunes me preguntarán que porqué están a medias. 
Terminé teniendo el encargo (siguen sin pedirte las cosas o preguntarte si las quieres hacer: te dicen que las hagas y ya está) de hacer las fotos 'oficiales' de la decoración. Horrorosa, por otra parte. Y ayer sábado estuve como tres horas editando lesas fotos para que no se intuyera información en las pantallas de los equipos que estuviern todo el tiempo encendidos. Porque eso era otra: paramos oficialmente a las dos (salimos a las cuatro) para empezar a recortar calabazas y murciélagos imprimidos en papel y extender y colgar del techo guirnaldas supuestamente siniestras (más murciélagos, más calabazas, algunas calaveras o esqueletos) y la desagradable teladearaña sintética, ésa que hay que extender muy muy bien e ir agarrando en cosas...pero sin apagar los ordenadores para que se marcase la pausa como 'formación'.

Es todo absurdo. 

También sigo echándole muchísimo de menos.
Me importa más que esté bien, saber que está bien, que lo mucho que me hace falta verle, que el deseo de poder tocarle.
Ayer hablamos un rato. Me gusta saber que va mejorando, que su proceso de recuperación va bien encauzado, que tiene planes para su futuro a medioplazo (planes en los que ni me planteo estar yo. Sé que no estoy). Me gusta escucharle hablar y saber eso, que va todo bien.
Pero eso no hace que deje de necesitar verle.

Y, a veces y en el fondo, a la parte egoísta de mi persona le duele que ni siquiera me pregunte cómo estoy. Aunque sepa que seguramente no le contestaría con la verdad: que no me encuentro bien. Que le echo de menos. Que verle y tocarle me era una medicina...
Mañana empieza otra semana.En este caso, más corta laboralmente hablando: tres días.
Más corta y sé que igual de vacía.

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