Viernes por la noche. Hecha un ovillo con una manta, en el sofá.
Esta mañana no me habría levantado de la cama. A no sé qué hora del ya amanecer (¿siete, siete y media, quizá ya ocho?) me he desvelado completamente. No me encontraba bien. En realidad, anoche volví a quedarme dormida en el sofá (ya cerca de la una, creo recordar) y habrá sido sobre las cuatro cuando me he trasladado al dormitorio. Al final me conseguí quedar dormida de nuevo, este amanecer, y cuando he vuelto a despertar eran más de las diez. Y he alargado el duermevela hasta más de las once.
Creo que sólo porque tenía que hacer una gestión en el banco me he decidido a levantarme: tenía que comprobar que no me encontraba físicamente mal, que desayunar con calma y que, ya cerca del mediodía, cruzar a efectuar la gestión mencionada. He seguido ese casi guión paso por paso. Y he alargado el paseo hasta una frutería cercana para evitar tener que salir por la tarde. Incluso para si no llego a salir mañana, tener ya comprado lo necesario para poder prepararme un puré de verduras.
No es exactamente malestar físico (aunque tampoco me encuentro bien del todo. Imagino que nunca volveré a estar lo que se puede considerar 'bien del todo', aunque mi última analítica tiene valores bastante normales). Es..., es algo más.
Algo de lo que tampoco consigo acabar de recuperarme.
Mi última 'aventura' laboral finalizó con el mes. Era algo esperable y tampoco lo echo de menos ni voy a darle más vueltas.
Ya escribiré sobre eso, supongo.
Trece de diciembre. En Escandinavia es la 'Fiesta de la luz', la jornada en que no viven en una noche permanente, el día en que tienen eso, unos segundos de luz solar. Además, luna llena. La 'luna del frío', según los calendarios indios. La última luna llena del año, que trae eso: mucho frío.
Lo estamos teniendo. Días solares muy cortos y muy fríos.
Trece de diciembre.
Hecha un ovillo en el sofá, hasta hace un momento mirando la tele sin prestar demasiada atención, ahora mirando la pantalla del portátil que tengo sobre mi estómago mientras escribo esto prácticamente tumbada. No suelo escribir así. Aunque el portátil sea eso, portátil como su propio nombre indica, lo tengo siempre en el mismo sitio (sobre la mesa de centro, en el extremo inferior izquierdo) y escribo sentada en el sofá y sin moverlo. Como si fuese un ordenador normal, de sobremesa. Costumbres, supongo.
El proyecto, los planes, eran otros. Para todo el día.
Quizá por eso, al cambiar los planes, he malgastado el día dedicándome a no hacer nada, a no ir a ningún sitio, a comer a deshoras y cosas digamos poco sanas.
Y..., no sé.
Estoy acostumbrada a estos 'aplazamientos sucesivos', a estos cambios de planes por causas de fuerza mayor. Creo que en su momento...,hace años, me afectaban más. Creo que alguna de aquellas cancelaciones que yo llamo aplazamiento me llegó a afectar bastante. Imagino que con el tiempo me he ido acostumbrando. O que la mente se entrena para que las cosas previsibles dejen de doler...si en algún momento dolieron.
Vuelve a preocuparme más, mucho más, el hecho de que el aplazamiento sea por sus problemas de salud.
Me da miedo que un día ya me dé igual verle o no.
Me da miedo que llegue el día en que ya no desee estar con él, despertarme y verle a mi lado. Que me haya acostumbrado tanto a no verle que eso ya sea el estado normal de mi relación con él: hablar una vez por semana y no todas las semanas, verle tres o cuatro veces al año (cada año, menos) y casi solo si se viene a dormir conmigo, porque quedar con él para algo tan simple como tomarnos un café es también un lujo y algo que, si acaso, pasa una vez al año.
El año pasado le vi solo dos veces. En una nos tomamos un par de cafés mientras llovía y Madrid tenía una luz preciosa. En la siguiente comprobé que seguía deseando su cuerpo, que los trece meses y tres días transcurridos no habían cambiado eso, que abrir los ojos en la noche y verle y notarle a mi lado seguían haciéndome sentir la misma paz, la misma sensación de que todo estaba bien, la certeza de que podría pasar así el resto de mi vida. De que querría estar a su lado el resto de mi vida.
Y hoy, y de un tiempo a estar parte...
Tras tantos aplazamientos sucesivos este año, (en que al final ha pasado conmigo tres noches, casi dentro de la media de los últimos años), tras tantos periodos de semanas en que no llegábamos a hablar porque encadena periodos de enfermedad (que me preocupan mucho más que el sentimiento egoísta de querer tenerle a mi lado), me da miedo a estarme habituando a esa rutina.
Me da miedo a que un día sea yo quien diga que no, que tengo otro plan. Aunque ese plan sea, simplemente, quedarme en el sofá hecha un ovillo mientras como chocolate, miro la tele sin prestarle atención y lloro sin tener claro porqué lo hago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario