lunes, 3 de febrero de 2020

Inseguidad.

Todo el día sin hacer nada. O prácticamente nada.

Tengo sueños raros. Luego se me olvidan, pero sé que son raros. Historias sin sentido. Recuerdo algo del de anteanoche, algo de la sala de espera de una consulta de tarot y un notario que también estaba esperando para que le echasen las cartas. Cosas así de absurdas y así de creíbles mientras se sueñan. 

Creo que sigo despertándome antes de las siete. También creo que no hay noche que no me quede dormida mientras veo la tele, a más de la una, y en que me traslade a la cama tras dormitar con la televisión de fondo. Anoche creo recordar que el reloj-proyector marcaba las 03:34 cuando pasé por el baño, antes de meterme en la cama. 

Reviso los portales de búsqueda de empleo. A veces encuentro algo medianamente pasable: jornada completa, sueldo de algo más de mil euros brutos al mes. Turno de tarde. Y pienso en enviar el currículum. Y luego recuerdo que no, que no quiero turnos de tarde (al menos de momento). Y sigo mirando...
Y me dan las doce sin desayunar. Y tengo que fregar la taza, que ayer quedó en el fregadero, antes de llenarla de agua, verter ésta en el depósito de la dolcegusto, sacar la cápsula del café de ayer y poner una entera, partir un trozo de pan integral de anteayer (pero que sigue blando, envuelto en su propia bolsa de papel y ésta en una de plástico) y tostarlo en la sartén mientras me tomo un poco de zumo de naranja natural. 
Y vuelvo al portátil con el café casi hirviendo y el pan tostado con un poco de mermelada de naranja amarga sobre una avellana de mantequilla que no debería tomar. Desayuno que termino a la hora de la comida.

Envío un par de currículum. El portal aprovecha para notificarme que una empresa a la que envié otro este viernes me ha rechazado sin siquiera leerlo.
Me desaniman esos detalles.

Y vuelvo a tener que recordarme que no voy a responder ofertas de turno de tarde. Y me vuelvo a recordar que aún tengo unos meses de poder cobrar el paro. Pero también recuerdo que éste se acaba y me angustio.
Angustia inútil.

Echo cuentas con los dedos. Tenía dieciséis meses de paro. Gasté casi cinco antes de ponerme a trabajar en noviembre: me quedaban once. Vuelvo a quedarme en paro a finales de noviembre. Pasan otros dos meses: me quedan nueve. Nueve justos. Tiempo suficiente para encontrar trabajo.
Supongo. 
No sé cuanto dinero he gastado en este tiempo. Imagino que más del que debería.
Tengo que controlar, también, ese tema.

Me siento inútil a ratos, muy inútil. 
Y a veces, fugazmente, me acuerdo que hoy debería haber empezado el trabajo que rechacé hace diez días. Un trabajo con un sueldo decente, en un lugar céntrico y bien comunicado, para hacer algo que sé hacer... Y lo que dije que no.
Y aún no sé realmente porqué. La excusa es que no quiero trabajar en horario de tarde-noche. Pero ni de que esa excusa sea una razón real estoy segura.

No me he quitado la camiseta de dormir en todo el día. Supongo que no me meteré en la cama con ella, sino que la cambiaré por otra. Aunque si me quedo dormida en el sofá...
Me siento horrible.

La semana pasada me lavé el pelo el jueves. 
Llevaba más de una semana sin lavármelo. Tampoco se me nota, creo. Lo llevo muy largo, por la cintura. Y al no ir a Madrid, al no viajar en metro ni estar horas en un recinto cerrado con aparatos de aire acondicionado, supongo que se me ensucia menos.

Algunos días no me ducho. ¿Para qué, si igual ni salgo de casa, si lo hago solo para comprar algo que recuerdo necesitar y no voy mucho más allá de una tienda a cien metros de casa?  
Estoy horrible. Estoy gorda como una foca. 

Sólo en otra ocasión, desde que tengo uso de razón, había estado más de una semana sin lavarme el pelo. Cuando estuve ingresada. En el segundo ingreso estuve casi dos semanas sin lavármelo. Me lo cepillaba bien para recogérmelo antes de la ducha diaria. Me lo volvía a cepillar y me hacía una trenza tras la ducha. Y volvía a trenzármelo antes dormir. No me lo quise lavar en todo ese tiempo porque me dolía la piel y me daba miedo que se me enredase tanto al mojarlo que no pudiese desenredármelo del puro dolor. 
Estuve casi dos semanas sin lavarme el pelo, pero tampoco me lo veía sucio. Ni nadie lo notaba así. Bastante llamativo era verme con la piel amarilla, con el blanco de los ojos amarillo...como para fijarse en mi pelo.

Lavármelo creo que fue lo primero que hice la noche en que volví a mi casa, tras conseguir que me dieran el alta.
Esta tarde, casi a las nueve, me he lavado bien el pelo. Ahora lo llevo recogido en una trenza. Casi me llega a la cintura incluso trenzado. Es lo único reseñable que he hecho en todo el día: darme aceite capilar de coco en el pelo este mediodía y trenzármelo. Lavármelo tarde. Volver a trenzármelo cuando ya estaba seco.

Me siento muy insegura.
En esos días no me sentía tan insegura como me siento hoy, como llevo varios días sintiéndome. 

Lunes. Ya martes. Y no he hecho nada en todo el día.

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