Hay semanas complicadas. Ésta ha sido una semana complicada.
De ésas en la que, en realidad, tampoco pasa nada terrible ni irreparable. Ni siquiera pasa nada importante o a lo que haya que dedicar demasiado tiempo. Pero de esas semanas en las que el tiempo se ralentiza pero se acelera a la vez. Y se llega a la noche con una intensa sensación de fatiga y, a a vez, de día pasado sin pena ni gloria, sin haber hecho nada de provecho.El martes estaba tan, pero tan exageradamente cansada...que hasta llegué a plantearme que si a la mañana siguiente no me encontraba mejor, en vez de ir a trabajar me iría al médico. Mejor dicho: directamente a urgencias del hospital.
Porque empezaba a reconocer los síntomas.
Esta semana apenas he comido. En realidad, llevo así días..., quizá semanas. A mediodía como cualquier cosa y a deshora. Por la noche ceno demasiado tarde. Realmente no es que no coma...es que como mal. Por la mañana desayuno café (uno de esos cafés que son cada vez menos café y más agua, porque los hago muy ligeros la noche anterior y los hago cambiar de color con unas gotas de leche...que así me duran los bricks, más de una semana) y una galleta integral. Muchos días me compro algún bollo (croissant, trenza, donut) en una cafetería que está a la salida del metro y antes de cruzar a coger el autobús con el que hago el último trayecto de llegada hasta el trabajo, pero apenas si lo pruebo antes de coger el bus. Y cuando llego al destino como otro pedazo. Y algunos días vuelvo a comer otro trozo cuando salgo de trabajar y antes de volver a coger el bus.
Y muchas veces el resto termina sobre alguna mesa, la del comedor, la de la cocina...
Con la mascarilla no se puede comer, claro. Y la mascarilla es obligatoria.
Y mi maldito sentido de...yo que sé... ¿responsabilidad, puntualidad laboral, qué, exactamente? me impide hacer algo tan simple como terminar de desayunar antes de subir a la oficina. Y acabo por no desayunarme algo que me he comprado por capricho y que me prometo que me terminaré tras la cena, pero que luego tampoco termino...
Muchos días me quedo dormida en el sofá.
Eso no tiene nada de raro: me pasa desde hace años. Pero me quedo dormida en el sofá porque, aunque sé que debo irme a la cama, que me voy a quedar dormida tal y como me acueste...no me hago caso a mí misma. Y me duermo en el sofá y me despierto al rato y algunos días vuelvo a dormir otro rato...
Y termino trasladándome a la cama a más de las tres, de las cuatro de la mañana.
El viernes, a las siete. Me dieron las siete de la mañana en el sofá, destapada. A pesar de haberme despertado varias veces a lo largo de la noche y de tener claro que debía irme a la cama.
Por suerte, los sábados no tengo que madrugar. Y dormí de nuevo (entre sueños, viendo a ratos los números rojos que indican la hora proyectada en el techo, escuchando el silencio de la calle o el ruido de los vecinos del piso superior moviendo algún mueble o pasando el aspirador...) hasta más de las once.
El miércoles no fui al hospital. Me levanté bastante mejor de lo que estaba el día anterior.
Y el resto de la semana me dediqué a dejarme llevar por la vida, por la rutina.
No sé hacia donde voy. Supongo que hacia ningún sitio.
Debo beber más agua. Debería intentar comer a mis horas. Debo comer fruta (la compro, eligiendo las piezas con mimo, y termina estropeándose en el frutero, en el cajón del frigorífico). Debo tomar nueces, volver a las bebidas de soja o de cereales antes de irme a la cama.
Conozco la teoría. Como conozco los síntomas y lo que no he de hacer si no quiero terminar como acabé hace dos años y medio.
Agotada y sin ganas de nada.
Aunque también sé que para sentirme mejor necesito verle. Pero eso no está en mi mano.
Pero eso ya es otro tema. Y no es exclusivo de esta semana complicada que acaba hoy. Ni siquiera de este año imposible y absurdo. Es algo que nunca estuvo en mi mano.
Pero ya es otro tema. Y no del que quería hablar, escribir, esta noche.
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