Profundamente desanimada.
Así es como me siento. Sin matices. Desanimada hasta el punto de desear meterme en la cama y dormir hasta bien entrada la mañana (si es necesario, con ayuda de cualquier infusión relajante o somnífera), despertar y volver a dormir. De no salir a la calle (confinamiento voluntario) pero tampoco engancharme al sistema telefónico de trabajo. De dedicar la mañana a intentar ordenar algo mi entorno (todavía tengo prendas de verano sin guardar, prendas que planché hace semanas y que siguen en los respaldos de las sillas, colgadas en perchas de alambre que a su vez cuelgan del picaporte de las puertas). De ni tener ganas siquiera, si me quedase en casa, de poner la radio o la televisión o simplemente música de fondo.
Desanimada y cansada.
Queda mes y medio para que termine el año, un año en que no ha pasado nada. Mes y medio en que sé que tampoco va a pasar nada.
Me siento cansada. Física y, sobre todo, espiritualmente.
Hace mucho que entendí que mi vida es una continua pérdida de tiempo. Que todo empezó a fallar en la segunda década de mi vida y que todo ha sido una caída libre continua, con breves temporadas en las que se diría que la propia vida me daba una oportunidad de remontar, de rectificar, de volver a coger el camino de (supuesto) éxito al que debería estar abocada una mente como la mía, una mente que durante unos años estuvo acompañada también por un físico que (tampoco) supe aprovechar en beneficio propio...y que dejé pasar de nuevo.
Vida de montaña rusa. Con breves momentos de subida que volvían a la caída libre.
Ya no hay subidas. Hace años que dejaron de existir. Ni siquiera hay grandes bajadas. Todo es un valle aburrido y monótono, la vía de un tren de Cercanías en una línea circular.
Me siento cansada y desanimada.
Quisiera poder quedarme en casa. En realidad, sé que puedo hacerlo (basta con informar en el trabajo de que no me encuentro del todo bien...y que opto por teletrabajar unos días. Ni siquiera necesito explicar que realmente es un tema anímico: sería suficiente hablar con molestias en la garganta, por ejemplo.
Pero no lo voy a hacer. Esa mezcla entre puñetero sentido de la responsabilidad y auto-obligación a salir a la calle, a ir al lugar físico de trabajo, para que se me haga más corto y más llevadero el día.
Contradictorio. Emplear más de tres horas en desplazarme, ida y vuelta, para que la jornada laboral me parezca más corta.
Añadir cansancio físico a la sensación de cansancio con la que ya me levanto y que me acompañará todo el día.
Ir y volver para, al desplazarme atravesando Madrid, intentar no pensar en que hace mucho que no voy a ningún lado.
Que mi vida no va a ningún lado.
Y solo es lunes. Aún es lunes.
Y queda mes y medio, apenas mes y medio o aún mes y medio, para que termine este inolvidable año 2020.
El año vacío lleno de imágenes inusualmente individualistas y carente de contacto físico.
El año que pasará como si no hubiese pasado. Como pasa mi vida desde hace demasiados años.
lunes, 16 de noviembre de 2020
A falta de mes y medio.
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