martes, 12 de octubre de 2021

Catorce pares de calcetines.

 La semana pasada tenía que comprar unas medias de repuesto. Siempre he tenido montones de medias, pero también era debido a que normalmente vestía faldas y las medias eran prenda imprescindible durante más de medio año. Supongo que si hubiese buscado bien, habría encontrado algún par nuevo (porque estoy segura de que nunca he dejado de comprarlas eventualmente, en plan 'por si me pongo ese vestido') pero la verdad es que ni me molesté.
La semana pasada las necesitaba porque teníamos la Convención Anual, con cena de gala (la organización la definió así. Siempre se definen así estas cosas) y pensaba ponerme un vestido. Ya tenía otras, pero decidí comprar unas de repuesto por si las rompía. Es difícil romper unas medias de rejilla..., pero mi vida es cada vez más una sucesión de cosas que es difícil que pasen, pero me pasan.
Compré las medias. 
En las últimas semanas he desechado varios calcetines. De ésos cortitos que se llevan con deportivas o con botas. Me cuesta tirar las cosas, pero en este caso ya no había modo de salvarlos. También necesitaba llevar un par de repuesto (además de los que llevaría en los pies) y de hecho ya había comprado días antes (aunque seguro que tampoco los necesitaba, porque tengo). Al comprar las medias me dije que seguro que tenían en ese mismo espacio de la tienda y que por echar un vistazo...
Salí de la tienda con dos pares de medias de rejilla ( aunque eso lo vi en casa: vienen por parejas) y catorce pares de calcetines cortos, de colores variados. Vienen en packs de siete (¿siete? luego caí en que es uno para cada día de la semana). 

Mi vida actual es una concatenación de cosas absurdas. 
La convención duró el día y medio previsto, con pernoctación en el hotel. En ningún momento me apeteció ir ni estar, pero... Ni siquiera era obligatorio acudir. Creo que me terminó de convencer una de las responsables de rrhh. O me autoconvencí diciéndome que me lo merecía, que el año pasado sobreviví a dos ertes y un ere, que iba a trabajar cuando nadie lo hacía, que... Da igual. Fui y punto. 
Casi en plan zombi. Y casi en plan zombi volví y formalicé una venta desde casa, esa tarde de viernes. La misma que el resto de mis compañeros asistentes a la Convención destinaron a dormir. Porque todos han ido contando lo mismo: llegaron a casa y cayeron rendidos, durmiendo casi hasta el mediodía del sábado...
Yo he dormido hoy. Antes de las nueve y tras dedicar el día festivo a temas de intendencia doméstica, me he quedado dormida en el sofá. Una especie de siesta rara, de ésas en que te despiertas al rato desconcertado y sin saber porqué estás durmiendo en el sofá, porqué está la tele puesta, qué día o qué hora es... Y apenas ha pasado eso, una hora. 
Estoy mentalmente agotada. 
Ayer también me dormí antes de tiempo, pero casi a medianoche. Y a las tres y pico de la madrugada estaba vomitando en el baño.
Hacía años que no vomitaba. 
No estoy bien. Mis analíticas no dicen eso, pero yo no estoy bien.

Ha vuelto a dejarme al margen de su vida. Hace una semana que no sé nada de él. No me responde a los whatsapp, no puedo llamarle. 
Y sé que no es algo casual ni circunstancial. Simplemente y, de nuevo y como hace tres años y medio, ha vuelto a dejarme al margen de su vida. O no: simplemente hace mucho que dejé de ser parte de su vida. Si es que en algún instante fui algo, que cada día lo dudo más.

Mañana trabajo. Son más de las doce de la madrugada. Estoy muy cansada y no es cansancio físico, no puedo estar cansada cuando apenas he hecho nada en todo el día.

Este 2021 está siendo un espanto de año.

Tengo catorce pares de calcetines nuevos que, creo, ni siquiera necesito.
No sé qué voy a hacer con mi vida. No sé qué voy a hacer conmigo misma.

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