Si me paro a pensar qué me apetece hacer, por encima de cualquier otra cosa, diría que dormir.
Me gustaría tumbarme a dormir sin prisas, durante horas. En realidad lo estoy haciendo: me tumbo en el sofá tras la cena, el paso por el baño, el dentífrico, la nutritiva facial, con la intención de ver un rato cualquier cosa en la tele...y lo siguiente es despertar viendo que el televisor se apagó solo o que emite imágenes de teletienda sin apenas sonido (lo voy bajando de modo casi automático, según me voy adormilando). A veces vuelvo a cerrar los ojos y duermo otro rato, otra hora... Y cuando me traslado al dormitorio pueden ser las dos o las cinco de la madrugada.
Y quisiera seguir durmiendo durante horas, mientras fuera amanece el sol y la gente.
He vuelto a perder las rutinas alimenticias (si es que las tuve en algún momento). Me da igual si como algo a mediodía, me da igual lo que cene por las noches o a qué hora sea. Picoteo snacks, bebo poca agua, no tomo leche. El jueves me dolía el estómago, o igual era el hígado porque estaba hacia la derecha y bajo las costillas. Un par de noches me he despertado con ganas de vomitar, creo recordar que una de ellas terminé haciéndolo. No me apetece nada en concreto. Bueno, sí, me apetece comer verdura. Pero me da pereza meterme en la cocina, pelar, hervir, esperar... Y entonces picoteo patatas fritas de bolsa o tostaditas con paté.
Y me da igual.
El año avanza. Noviembre llegó y avanza.
Y nada más avanza.
Otra semana vacía. Otro sábado vacío donde no me acostumbro a su ausencia. A la ausencia que ya será siempre y para siempre.
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