sábado, 30 de octubre de 2021

Sábado anodino.

 Primero pensé en ir antes de comer, como otras veces. Para estar en casa antes de las siete de la tarde.
De hecho, esta mañana (me levanté tarde, sin prisas, tras dormir como tantas noches: a sobresaltos y sueños cortos) hasta preparé antes de desayunar las hortalizas para el puré, para que fuesen cociéndose. 
Luego pensé que tampoco tenía tanta prisa, que podía comer algo mientras veía el informativo de mediodía y que ya me iría después de ver el parte meteorológico.
Tren hasta Villaverde, transbordo, tren hasta Sol. Quería ver el nuevo túnel subterráneo hasta Gran Vía, bajo Montera, pero he sido incapaz de entender dónde estaba (de hecho, mientras viajaba en el tren ha habido un momento de despiste tiempo-espacio, en que no era capaz de entender la dirección del convoy, teniendo como tengo el plano de Madrid en la cabeza...).
Metro hasta Príncipe de Vergara. Huesos de Santo en una de mis pastelerías favoritas, Viena Capellanes.
Suelo, desde hace nueve años, comprarlos en otra sucursal de la misma cadena, la de Génova-Alonso Martínez. Pero el año pasado se habían agotado y terminé yendo a la de Alcalá-Príncipe de Vergara..., así que he ido a ésta última directamente. 
Autobús en la misma puerta de Viena-Capellanes hasta la Gran Vía, parada frente al majestuoso edificio de Telefónica. Ése que se diría construido hace un año y que dentro de cinco cumplirá cien. La fachada mejor conservada de todo Madrid, que nunca se ha pintado, que se limpiaba con arena a presión y ahora se limpia con láser. Cosas de ser la sede de la primera empresa del país, supongo.
Buñuelos en San Onofre. Una diminuta pastelería escondida en una calle igual de diminuta, un local con mostrador de madera y lleno de exquisiteces. Dependienta encantadora a la que le ha gustado mi mascarilla estampada de catrinas, mascarilla que también han alabado otros clientes. Dos paquetes de buñuelos, uno de medio kilo y sin batata ni cabello de ángel. Otro de cuarto, surtidos y con batata y cabello de ángel. Regalo de un panellet, también delicioso. Todo en esa zona, una calle que va de Chueca a Malasaña en apenas tres portales de longitud, es bonito.
Fotos. Han vuelto a instalar la 'loba capitolina' en una de las azoteas de Gran Vía. Fotos también al templete de la Red de San Luis, réplica del que eliminó hace 50 años un alcalde gafe y que nos dejó como legado la horrible ubicación de la Torre de Valencia, rompiendo el paisaje de Madrid mirando desde Cibeles hacia el este.
Corto paseo por Gran Vía hasta Callao. Edificio Adriática en obras. Obras también en el maravilloso Cine Avenida, que fue la tienda más bonita que la cadena H&M tuvo en el mundo, respetando lámparas, escaleras de mármol, vestíbulo, frescos...y que probablemente los nuevos propietarios, mexicanos, ya habrán arrasado. 
Me hago un selfi ante la pared de azulejos blancos con dibujos azules que cubren la fachada del antiguo Palacio de la Música, parte de la Obra Social de la desaparecida Caja Madrid y que lleva más de 15 años sin utilidad. Y con un letrero, desde hace unos meses, que anuncia el inicio de las obras de rehabilitación...para 2021. Obras que no se ven, y solo quedan dos meses de este desconcertante año.
Visito la Fnac. Compro cuatro libros de bolsillo. Me preguntan como siempre si soy socia y respondo como siempre que no. Me regalan un comic sobre el cambio climático. 
Bajo a Sol. En realidad, he hecho tiempo a que se vaya haciendo de noche para ver la instalación de unos conejos gigantes, luminosos, que son una de las atracciones artísticas de la Fiesta de la Luz. Olvido que hay otra atracción luminosa en el cercano Palacio de Cibeles. Recuerdo que hay más en la Plaza Mayor, pero no me apetece acercarme.
Estoy cansada. 
Vuelvo a subir Montera para comprar unos donuts edición Halloween en una cafetería americana. Antes, entro en un Carrefour Express para comprar una bolsa de lechugas cortadas, para la ensalada de la cena. Me gustaba el suelo de Montera, de losetas tipo granito de diferentes colores. Ahora es una calle más con suelo de cemento más.
Otro selfi con el Templete del Metro y el Edificio Telefónica, de fondo.
Debo ser la única persona que se hace selfis con una cámara de fotos. No la cámara de un móvil: una cámara de fotos compacta.
Entro al metro con la idea de bajar Montera bajo tierra y llegar a la estación de Cercanías de Sol. La obra que iba a ser cosa de seis, ocho meses y que han sido casi cuatro años. 
Entiendo la obra y porqué cuando llegué, un par de horas antes a la estación de Sol, no di con la salida hacia el túnel peatonal. Era tan simple como salir por el otro extremo del andén.
Tren hasta Atocha. Trasbordo dirección sur de Madrid.

Esa ha sido mi apasionante tarde de sábado.
Tan apasionante como el relato, vamos. 
Pero es que ya no tengo que esperar a que me llame ni llamarle yo a la hora en que me dijo que estaría localizable y cerca del teléfono. 
Ya no. 
E igual tengo que destinar mis tardes de sábado a otras cosas. 
Cosas tan anodinas como lo descrito.

(Mi aspecto en el selfi de la Gran Vía, ante la bonita pared de azulejos blancos con ilustraciones azules no engaña. Aunque he sonreído a la cámara en las dos, tres fotos, aunque he mirado al objetivo intentando parecer alegre..., mi mirada no engaña. Pero ya da igual).

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