sábado, 3 de junio de 2023

Aunque no se me note.

 Anoche me tomé el primer nolotil de la caja recién comprada en la farmacia, porque el dolor en la pierna derecha, tumbada en el sofá, era insoportable. Antes había conseguido llegar a mi casa atravesando la tormenta, una de esas tormentas radicales. Llegué con las puntas del pelo chorreando, las botas me demostraron que ya no son impermeables, la sudadera de algodón parecía recién sacada del centrifugado de la lavadora. 

La bolsa de la compra con las hortalizas para el gazpacho, la bolsita donde llevo la botella de agua (y, los viernes, la agenda que tengo en el trabajo), la bolsa de papel del restaurante de pollo empanado donde acababa de recoger la cena...llegaron secas. Como tantas veces: a mí me puede pasar de todo, pero que lo que me rodea o depende de mí no note nada.

Ayer fui al médico. A por analgésicos.
La verdad es que pedí cita a principios de semana no sé bien con qué intención. Tengo hora confirmada para el viernes que viene, para recoger los resultados de las analíticas que me hicieron también ayer mismo por la mañana. Por tanto, no sé bien para qué entré a hacer esa tentativa de nueva cita (¿quizá para cambiar la ya confirmada? ¿atrasarla, adelantarla? No lo sé) y cuando vi que había disponibilidad del viernes fuera de horario laboral...lo confirmé. Total, me debí decir que para anularla siempre estaría a tiempo...

No sé con qué idea la solicité, pero sí por qué razón no la anulé y por qué acudí. A por analgésicos. Porque llevaba ya más de una semana (¿quizá casi dos?) con unos dolores a ratos insoportables. Ciática. No puedo tomar antiinflamatorios, no puedo tomar casi nada (más allá de algún paracetamol, que es lo que estoy tomando) y recordé que el nolotil es algo bastante fuerte y, a la vez, poco dañino. Por tanto, ya tenía excusa para ir a consulta: dolor y necesidad de algo que me lo quitase.

En realidad, lo que me sigue dando vueltas dentro de la cabeza es la necesidad de una baja médica. Ir a por analgésicos no era sino una (auto)excusa para plantearlo, para no esperar otra semana más...

No estaba mi doctora (luego me dijeron que tenía vacaciones). Me atendió una suplente, una médica que seguramente está a punto de jubilarse...y evidentemente de vuelta de todo. De las que no te van a interrogar. A la que dije claramente que necesitaba nolotil, que llevaba días con unos dolores de ciática a ratos inaguantables.
Me preguntó que porqué no había ido antes. De urgencias a consulta, que es lo que suele hacer la gente en estos casos. 
No supe qué contestarle. Imagino que porque la respuesta habría sido que no tenía ni idea.

Como le mencioné que estaba tomando paracetamol, me dijo que también me lo recetaba. Y le extrañó que no quisiera la versión más fuerte, ésa que no te despachan sin receta. Incluso me insistió, pero le confirmé que no, que no me hacía falta. Solo me faltó añadir que, total, aunque sea a un precio cinco veces superior al genérico con receta, el paracetamol de 650 lo puedo comprar en farmacias y pagarlo...

Charlamos brevemente sobre qué me dolía, sobre las posibles causas (paso demasiadas horas sentada, mi lugar de trabajo es incómodo tanto física como mentalmente, creo que todo es debido a la tensión en que paso las ocho horas laborales). Comenté someramente en qué consistía mi trabajo: sedentario, en una empresa de servicios financieros. Me preguntó si cara al público (es muy evidente, o a mí me lo parece, que mi apariencia actual no es como para estar cara al público. Y cada día que pasa, menos) y le expliqué que no, que telefónico, todo telefónico. Para que no nos vean los clientes a los que debemos intentar engañar. Porque la empresa, en realidad, se dedica a estafar a la gente. No sé si lo había dicho así, en público, alguna vez. Le hizo gracia, de esa gracia de reir por no llorar (porque así me lo dijo también). Y también, como mi doctora hace dos semanas, me dijo que intente salir de ahí cuanto antes.

No estoy acostumbrada a ir al médico. 
En realidad, no estoy acostumbrada a pedir ayuda. 

Estoy mal. Me siento mal. Tengo migrañas, repentinas taquicardias, picores más parecidos a pinchazos (ese tipo de picor que me asusta, porque también sé lo que es), a ratos me falta el aire. Se me duermen las manos y tengo que masajearlas para que despierten. Se me parte el pelo, además de caérseme a puñados cuando lo lavo. No descanso por las noches, me despierto de pronto asustada y busco volver a dormir, pero no queriendo regresar al sueño que seguro a sido la causa de mi despertar. Me levanto cansada, muy cansada. Ir a trabajar es poco menos que una tortura. Yo, que he sido adicta al trabajo, que pasé la única baja médica de mi vida rogando a mi doctora que me diese el alta ya mismo...

El nolotil de anoche me debió hacer efecto en algún momento y me quedé dormida en el sofá. O eso creo, porque he amanecido en la cama pero no recuerdo en qué momento me trasladé. Por la mañana me he tomado otro. He desayunado casi a la una del mediodía, he salido a comprar dos veces, he comido casi a las seis de la tarde. En ningún momento me ha dejado de doler la pierna. A las siete estaba preparando el primer gazpacho de la temporada, friendo pimientos verdes. En esos momentos me he dado cuenta de que no me dolía la pierna. 

Esta mañana, también y por fin, he vuelto a saber de él. Que ya está mejor.
Doce días y dos mensajes desde que le pregunté cómo seguía su recuperación, me ha contestado. 
Me alegra saber que está casi bien. 

Aunque ya sea completamente consciente de lo que hay (y que es nada, absolutamente nada entre nosotros), él no va a dejar de importarme nunca. 
Supongo que porque tampoco voy a dejar de quererle.
Aunque no se me note la preocupación. O igual sí.

O qué más da. Qué ha importado siempre, que más da todo lo que yo pueda sentir.

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