domingo, 28 de mayo de 2023

Casi dos semanas por delante.

 Algunos días llego tan, tan cansada que directamente me tumbo en el sofá. Me quito el calzado, aprieto el mando a distancia del televisor (casi más por tener algo de 'ruido de fondo' que por interés en lo que emitan) y me dejo caer en el sofá. Algunos días me dan las nueve, las diez, diciéndome a mí misma que debo ir a la cocina a prepararme algo de cena, que a mediodía he comido un sandwich o algún producto de 'bollería salada' del hipermercado que hay bajo el edificio donde trabajo y que debo tener hambre aunque no lo note, pero estoy tan cansada que hasta eso me cuesta un esfuerzo ímprobo. 

Y por eso, también, algunos días no soy capaz de prepararme el sandwich del día siguiente. Bueno, igual no es por eso sino por simple desgana.

Me cuesta mucho hacer cualquier cosa. Tengo que hacer un esfuerzo para algo tan simple como ducharme (cinco minutos desde que empiezo a quitarme la ropa hasta que vuelvo a ponerme algo encima, cinco minutos es todo el proceso y me cuesta), para quitarme el poco maquillaje que me puse por las mañanas (cada vez menos. De unas semanas a esta parte es rímel en las pestañas y, si acaso, un trazo de perfilador sobre éstas), para elegir la ropa que me pondré al día siguiente. Me cuesta todo mucho, muchísimo trabajo. 

Las deportivas que me he quitado se quedan junto al sofá porque algo tan simple como llevarlas al cuartito de la lavadora, donde tengo el calzado, también me supone un esfuerzo. Y porque me digo que qué más da, si me las pondré de nuevo al día siguiente. La ropa que me voy poniendo a lo largo de la semana se amontona junto a la cama, en el taburete, en el piecero de forja. Me compro cualquier prenda y se queda en el respaldo de una silla del comedor o sobre el sillón-baúl del recibidor. Y me olvido de ella durante días, semanas..., quizá meses. 

Muchos días me cuesta respirar. Sin más.

Tengo prevista una analítica el próximo viernes. Le dije a mi doctora que para descartar causas y motivos físicos de lo que me pasa. Tengo cita para los resultados una semana más tarde. Pero cada día, desde hace diez, me digo que debería volver al centro de salud, solicitar una cita urgente para que me reciba y pedirle la baja médica. Porque nunca, jamás, me ha costado tanto ir a trabajar. Nunca se me han hecho tan eternas, tan tediosas, tan...repulsivas las jornadas laborales. Nunca he sentido tal rechazo por un trabajo, nunca me he sentido tan enferma trabajando en un sitio. En una oficina sucia, con gente que desde el lunes a las diez de la mañana están deseando que sean las cinco de la tarde del viernes. Con gente que sufre ataques de ansiedad, que tiene las mismas migrañas que yo tengo, a la que escuchas decir que no duermen, que no pueden con el nivel de estrés. En una empresa que explota a la gente, cuyos responsables dan 'charlas motivadoras' a base de amenazas. Cuya actividad es estafar a la gente. 

No quiero seguir trabajando ahí. Pero tampoco puedo irme voluntariamente. Y mi pundonor personal me obliga a intentar dar lo más de mi misma para que no me despidan. Me gustaría no ser así, ser capaz de provocar mi despido, pero no sé hacer eso... No sé seguirles el juego (no valgo ni quiero valer para estafar a la gente) pero tampoco sé forzar mi despido.

Y además me da miedo que me despidan: me quedan menos de dos meses de 'paro' por cobrar. Estamos a punto de empezar junio. Me da miedo no encontrar rápidamente otro trabajo con un sueldo de supervivencia. Además, no me siento con fuerzas para empezar a buscar...

Estoy mal. Me siento mal porque sé que estoy mal.

Espero que llegue el viernes. Que me pinchen y analicen mi sangre. Que me digan que este agotamiento se debe a algo físico y que tomando tal pastilla o tal jarabe me sentiré mejor. No sé. Pero las casi dos semanas que faltan hasta ese momento se me van a hacer eternas.

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