domingo, 3 de marzo de 2024

Marzo, dos mil veinticuatro.

 Dos meses sin publicar. Dos meses sin escribir.
Dos meses en los que no ha pasado otra cosa que eso, dos meses de tiempo. En que se han alargado las horas solares porque cada día amanece antes y anoche más tarde. En que pasamos del invierno absoluto a una primavera muy adelantada para unas hace unas horas volver al invierno.
Y poco más. 
Me he leído tres o cuatro libros. He visto alguna película en televisión. Muchas noches me quedo dormida en el sofá. Demasiadas termino trasladándome a la cama cuando apenas quedan dos o o tres hora para levantarme. A veces pienso que a algo en mí le da miedo a acostarse por si no se vuelve a despertar, por eso se engaña dejándose llevar por el sueño en el sofá, dormitando como algo provisional, como si se tratase de una siesta a las doce de la noche, la una de la madrugada...

En el trabajo me dejo llevar por la inercia. El sueldo es completamente de supervivencia, apenas cubrir los gastos fijos y poco más. Ya tengo claro que raramente cobraré comisiones o incentivos y que éstos serán muy bajos. No madrugo, eso es lo que me repito cuando pienso en el horario que tengo y en que no me cunde el día. No madrugo y tampoco pasa nada si llego algo tarde a la oficina: simplemente luego salgo más tarde. Y al final paso 12 horas fuera de casa a cambio de eso, un sueldo de supervivencia. 
Y me repito que no madrugo, que la gente es agradable y no grita, que la empresa pone a nuestra disposición todo el café que queramos tomar (en mi caso, uno sobre las doce del mediodía), que por las ventanas entra algo de luz natural, que el barrio es céntrico y hay tiendas... Porque tengo que justificar por qué sigo en él o por qué no busco otra cosa o respondo a alguna de las ofertas que, a veces personalizadas, me siguen llegando. 

No tengo ganas de hacer nada. 
Me dejo llevar por la inercia y ya está.

Le echo mucho de menos. Me acuerdo cada día de él, cuando me despierto, durante el día, por las noches. Necesito saber cómo está, pero tarda días..., semanas incluso, en responderme un mensaje de whatsapp. No le llamo, finjo creerme lo de la mala cobertura en el sitio donde vive o donde dice vivir en la actualidad. ¿Para qué intentarlo, para que no atienda la llamada? 
Al final encontró el modo de justificar la indiferencia que hace años le produzco. 
No sé. Han sido demasiados años de creer mentiras, de fingir que me las creía cuando realmente veía claramente la realidad de las cosas. 
Pero no deja de doler su ausencia. 
Da igual.

Dos meses sin escribir. 
Marzo, dos mil veinticuatro. 
Qué más da todo.

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