domingo, 5 de mayo de 2024

Seguir durmiendo.

 Los días simplemente pasan. Sin más. 

Vivo en estado de permanente cansancio. Quedarme dormida en el sofá con la televisión puesta ya es rutina. Despertarme y bajar el volumen hasta hacerla inaudible. Seguir durmiendo. Despertarme y apagarla. Seguir durmiendo. Ser consciente todo el tiempo de que debo trasladarme a la cama y no hacerlo. Seguir durmiendo sintiendo frío en los pies porque la manta es muy fina y no llega a taparlos. Despertarme y entender que ya debe estar bien avanzada al la noche o mirar hacia el ventanal y ver que empieza a clarear el cielo. Y entonces sí, trasladarme a la cama. Y sentir más frío bajo la sábana de algodón, la manta de lana y la colcha de perlé que en el sofá casi destapada y casi desnuda. Y costarme seguir durmiendo el tiempo que me falta para tener que levantarme, ya sea para empezar el proceso de ponerme en marcha para iniciar una nueva jornada laboral, ya sea para otro día de intendencia doméstica con ropa que se llama de estar por casa aunque salga con ella a la calle. 

Nunca he sido de dormir mucho. Durante años trasnoché hasta la una, las dos de la madrugada, a veces más, aunque tuviese que levantarme antes de las ocho. Dormir poco y sentir que me harían falta más horas de cada día para poder hacerlo todo. Y raramente sentir sueño.

Ahora quisiera pasar en la cama todo el día. 
Curioso, cuando me cuesta tanto trasladarme para dormir en ella.

Nunca más volveré a despertar en mitad de la noche, sentir que todo está bien y seguir durmiendo.
Nunca podré volverme a despertar para verle a mi lado, sonreír aunque nadie me vea hacerlo y poder seguir durmiendo. 

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