sábado, 18 de octubre de 2014

Sábado por la mañana.

Sábado por la mañana.
Tengo mil cosas pendientes de hacer: todas las que no me da tiempo a hacer entre semana.
No tengo ganas de hacer nada.

Las plantas me miran desde el otro lado del cristal de la terraza. En algunas hojas las intuyo sedientas (aunque no: ha llovido casi toda la semana, diluvió hasta la inundación el pasado domingo). Tengo que salir a regarlas, a mimarlas un poco. Entre semana ni salgo a la terraza: ya amanece casi a la hora en que salgo de casa, cuando regreso hace horas que es de noche, ni me asomo.
En el picaporte de la puerta de entrada al comedor reposan lánguidas varias camisetas de verano, colgadas en sus perchas, perfectamente planchadas desde hace...¿dos semanas?, sí, quizá. Tengo que descolgarlas, doblarlas, guardarlas hasta la próxima primavera. También debo lavar, planchar, guardar más ropa que se acumula en el taburete vietnamita de mi dormitorio, en el piecero de la cama, provisionalmente amontonada en el armario. Toda la ropa de verano. Y también tengo que actualizar la que me pondré estos próximos días: la otra mañana me encontré con esa tópica sorpresa de 'oh, no tengo nada que ponerme'..., que no es tal circunstancia, sino el no saber exactamente qué tengo, donde está, qué me ponía el año pasado por estas fechas... Mi vida cotidiana sin apenas tiempo es rara, este último año ha sido raro.
En el fregadero se acumulan las jarras de desayuno, las cucharillas, algún plato, dos cazos, un escurridor... No, no todo está sucio: se reparte entre el seno de fregar y el de escurrir. Es lo mismo que con el resto de las cosas: absoluta falta de tiempo entre semana. Por la mañana dejo en remojo la jarra del desayuno, por la noche llegó tan cansada que sólo me apetece ducharme y preparar cualquier cosa para cenar. Y no friego nuevamente, a las doce el plato se queda en el fregadero perfectamente mojado... pero no exactamente sucio. Y es al día siguiente cuando finalmente friego y lo dejo todo escurriendo...y del seno de escurrir probablemente retome el plato esa noche... Y llega el sábado y tengo todas las jarras en el fregadero en uno u otro estado, y ya no me quedan cucharillas en el cajón. Desorden más que suciedad, como siempre. Como toda la casa.
Del estado de mi entorno físico en este momento (sofá, mesita baja y alrededores) mejor no añado nada. Vuelve a ser la representación del caos. Folletos de publicidad bajo la mesa, cables de los cargadores del móvil y las cámaras de fotos, tarritos de hidratante (si la dejo en el baño hasta me olvido de aplicármela), limas de uñas, inhalador nasal para el resfriado, termómetro de medir la fiebre del martes, miércoles, algún boli, pendientes y pulseras...

Me siento cansada. Entre semana me digo que ya llegará el sábado. Sábado para recoger la casa, sábado para lavar y planchar, sábado para aplicarme la mascarilla en la cara y el pelo, sábado para sobre todo, sobre todo...levantarme tarde. Y al final me despierto a la hora de siempre y no llego a las diez en la cama, donde dormito entre sensación febril y dolor de articulaciones desde dos horas antes.
Sé que es algo natural... pero siento que mi deterioro físico me ha pillado por sorpresa. Y sé también que el entorno laboral en que paso toda la semana es culpable de gran parte de los síntomas: la piel y el pelo tremendamente secos, las ojeras, las bolsas bajo los ojos y la piel amarillenta, esa mezcla entre deshidratación y acumulación de líquido al no beber apenas agua...

Sábado por la mañana. Mil cosas pendientes, cansancio acumulado. Teórico tiempo para mí y sin ganas de hacer nada.

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