sábado, 8 de noviembre de 2014

Astillitas de hielo.

Ha llegado el invierno.
En Madrid, dicen, no existe el 'entretiempo': se pasa del verano al inverno y viceversa. El viernes pasado, a las seis de la tarde (casi noche, por el tema del cambio de hora) en la puerta del Sol los termómetros marcaban cerca de 30ºC y la gente en manga corta o tirantes llenaban las terrazas. Tiempo de pleno verano el último día de octubre. Otoño como estación, verano como temperatura, horario de invierno. De locos.
Hoy apenas habremos alcanzado los 15ºC a mediodía. Ahora mismo llueve con ganas en la calle. El horario y la temperatura parecen haberse puesto de acuerdo: función invierno. Sólo el calendario dice que noviembre se corresponde al otoño.

En mi casa no hace frío. Han puesto la calefacción, que es comunitaria, estoy con una camiseta de manga corta de chico, de las que aún me quedan de aquellos días hace más de diez años en que me compré un montón porque me dio por apuntarme al gimnasio. Son mis 'camisetas de dormir'. A veces también son las de 'estar en casa', acompañadas por algún pantalón viejo de ésos de hacer también deporte, pantalones de yoga, creo que los llaman en H&M.

Sé que si abro la puerta de la terraza el aire que entraría es frío. Incluso podría ser muy frío, pero no voy a abrir. Son las diez de la noche.
A  estas horas, si las circunstancias hubiesen sido las previstas, tendría la puerta de la terraza abierta: siempre la abría nada más llegar. Yo le acercaba un cenicero y él abría la terraza para que se fuese el humo o el olor a tabaco o..., qué más daba. En realidad a mí nunca me molestó que fumase. Y tampoco me molestaba el aire frío de la calle, de noche y en invierno, si estaba a mi lado.

La puerta de la terraza está cerrada. Creo que el cenicero está en la cocina.
En mi casa no hace frío. La calefacción comunitaria y la orientación sur que me llena de sol el comedor y el dormitorio en pleno invierno, la misma orientación que evita que esto sea un horno en verano, porque en verano apenas me roza el sol a mediodía. Y que me da una luz muy especial en el dormitorio allá por el mes de junio, a media tarde...
Da igual.
En mi casa no hace frío. Pero yo me siento helada por dentro.
Otra  vez más. Otra cancelación más, porque ya no los puedo llamar 'aplazamiento'. No: hace tiempo que no aplaza nada. Aplaza, cancela: en singular. Los que fueron 'aplazamientos' siempre fueron suyos: sus circunstancias. En realidad, si eran comunes es porque yo me empeñaba en tomarme como eso, aplazamientos, lo que no eran sino 'cancelaciones'. Lo que no se hace en su momento ya no se hará nunca. Luego había otro encuentro... pero era eso, otro. Uno que si no hubiese sido 'aplazado' podría haber sido 'a sumar' al anterior..., o supongo que no.
No sé. Hace mucho que ante determinadas cosas... aplazamientos, cancelaciones, algunas palabras, algunas miradas que no se posan en mí aunque esté a mi lado... se me clavan astillitas heladas en el corazón, alfileres que de pronto están ahí...y que al rato no. Solo queda ese dolor.
Y sé que son de hielo porque se terminan por convertir en lágrimas. Y esas lágrimas, a mí que un día se me agotaron todas, sólo pueden ser eso: el agua que creó ese hielo de astillas para clavárseme dentro.

En mi casa no hace frío. En mi cama, tampoco. Esta noche intentaré quedarme dormida en el sofá para que cuando me traslade de madrugada intentar hacerlo entre sueños, porque si lo hago despierta no podré dormir.
Cuando siento frío no duermo. Y sé que esta noche sentiré que mi cama está helada aunque mi dormitorio pase de los 20ºC. Porque de veras creía que esta noche sí estaría, que no sería otra cancelación más.
Y de nuevo no estará.

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