martes, 25 de noviembre de 2014

Día raro.

Día raro.
La verdad es que no siento el menor atisbo de 'Síndrome de Estocolmo'. O sea, que no echo de menos nada, pero que nada nada, la rutina laboral. Cierto que esta noche me he despertado a las horas habituales, que antes de las ocho ya estaba esperando el ruidito que hace el despertador cuando lo tengo apagado para que no suene la alarma (que es a las ocho) pero también el domingo estaba entresueños esperando ese ruidito..., y a las ocho en punto suena la música que anuncia que el móvil se activa solo... Y me hubiese gustado no escuchar esos sonidos y estar profundamente dormida...porque tengo falta de sueño. Pero a pesar de todo eso, no, no he tenido ni un instante de nostalgia laboral.
Soy perfectamente consciente de la situación: no estoy de vacaciones. Estoy en paro. Desde hoy mismo corren los cuatro meses...o el mes, que aún no lo sé, que tengo por cobrar de subsidio de desempleo (espero que sean cuatro meses, aun sabiendo que la cantidad mensual a cobrar será ridícula). Tengo que empezar a buscar ya mismo. Hay poco y malo (he echado un vistazo a los infotrabajos de rigor). Sé también que mi edad es un hándicap. Soy plenamente consciente de todo esto..., pero quiero ser optimista. Algo saldrá. Algo bueno tiene que salir.

Día raro. Me he levantado a las nueve y pico. He preparado el café y las tostadas sin prisa alguna, tras salir un rato a la terraza y no hacer nada, tras vaciar el recipiente que recoge el agua que no deja de perder uno de mis radiadores, tras pasar un rato sin encender la radio, sin poner en marcha el móvil, mirando la pantalla apagada del portátil. Descansando o queriendo no pensar o..., o no lo sé.
A mediamañana me he acercado al Inem a activar mi inscripción como 'demandante de empleo'. Es uno de los trámites imprescindibles antes de volver a solicitar las prestaciones. En una localidad con más de doscientos mil habitantes, con cinco días hábiles a la semana, con cinco horas para hacer este tipo de gestiones, con media docena de caminos para llegar al edificio donde están las dependencias del Inem, con tres puertas de entrada/salida al recinto y dos puertas de entrada al propio edificio... ¿qué probabilidades habría de encontrarme con la única excompañera a quien han despedido en esta última 'limpieza' en mi ex-empresa? Pocas. Bueno: pues me la he encontrado. Hemos coincidido cruzando el último paso de cebra, yo volviendo, ella yendo... Me ha hecho gracia. Porque cuando un rato antes he cruzado el mismo paso de cebra en dirección contraria, me he acordado de ella. Y me he dicho: 'pues como tengo que volver, a ver si le mando un guasap por si no ha venido aun o como vive cerca, a ver si le apetece que quedemos para desayunar'.
Seguro que si me lo propongo, no conseguimos quedar. Casualidades, telepatía..., cosas de noviembre.

Día de mucho guasap, de mensajes privados por feisbuk. Por lo visto, mi despido (o 'no renovación', como insistían quienes me dieron la noticia) ha sido una enorme sorpresa entre quienes han coincidido conmigo. Al parecer yo era la única que daba por hecho esta 'no renovación': para el resto del personal que me despidieran a mí era algo completamente impensable...
Nunca he trabajado en un sitio un periodo tan largo (porque ha sido un año justo) teniendo tan poco trato con mis compañeros. Y no por decisión propia, sino por culpa de la propia empresa: horarios donde era imposible coincidir, absoluta ausencia de descansos o pausas en que hacerlo, horarios salvajes en que nunca sabíamos a qué hora íbamos a salir... Por no haber, no había ni aseos en condiciones, esos sitios donde también se coincide con la gente mientras te peinas, te lavas los dientes tras la merienda o simplemente te paras un momento porque eso, coincides con gente. Pues ni eso. El trato ha sido poco. Cordial, pero poco. Sí: algún café, media hora haciendo tiempo a que diese la hora de volver a entrar, algún brevísimo intercambio de palabras entre llamada y llamada al cabo de los meses y si no había ningún controlador responsable cerca.
Me ha sorprendido que mi despido haya sido una sorpresa, de verdad.

Día raro en que poder preparar comida 'de verdad' y comer sentada con plato, cubierto y vaso de agua, y casi a la hora normal de comer (bueno, ha sido a más de las tres) se convierte en una novedad. Por poco habitual y desde hace tanto tiempo.

No, no siento la menor nostalgia. De hecho, casi me cuesta creer que haya estado allí un año, un largo año completo, con sus cuatro estaciones, su periodo navideño, su semanasanta, su llegada de la primavera y su cruzar el verano. Que haya pasado allí el mismo tiempo que estuve en mi anterior experiencia laboral (la prestigiosa editorial jurídica), los dos periodos idénticos en la Empresita Naranja, tres meses más que lo que fue mi paso por el zulo céntrico y bien comunicado... Un año.
Todavía no soy capaz de encontrar nada realmente bueno, nada positivo de veras, que me haya aportado esta experiencia laboral, la verdad.
Aunque sé que daré con ello. Igual que sé que con el paso de los días seguro que soy más y más consciente de que en realidad esto no es sino otro desastre en mi vida..., otro agujero del que debo salir a toda prisa.
Pero hoy simplemente veo el presente más inmediato. El de este día raro en que diluvia en la calle, tormenta de verano en pleno noviembre.
Ya pensaré en todo lo demás mañana. O no.


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