sábado, 2 de mayo de 2015

Aprenderme su cuerpo.

A mí me hubiese gustado pasar con él el resto de mi vida.
No sé en qué momento supe eso. Quizá alguna mañana, alguna de las primeras mañanas, cuando abrí los ojos y le vi a mi lado. Y sentí que todo estaba bien. Y que podría despertarme cada día así: mirándole dormir junto a mí. Y por vez primera lo supe, supe que podría pasar a su lado el resto de mi vida. Y que eso no me había pasado con nadie.
Pero también supe muy pronto que no podría ser.
Y creo que por eso decidí 'aprendérmelo' con las manos, con los dedos. Tocarle a ciegas cuando estaba conmigo, para aprendérmelo. Y por eso podía pasar largos minutos simplemente acariciándole una pierna, un brazo, el pecho, los hombros. Sin más. Aprendiéndome su cuerpo, guardándolo en mi memoria. Porque un día no estaría y no sería sólo fruto de las circunstancias, no sería un aplazamiento más. Simplemente no estaría. Sin más, sin un 'la semana que viene' en el horizonte.
Y pasarían los días, las semanas, los meses. Y quizá yo llegaría a dudar, a pensar si no habría sido todo un sueño...
Y por eso me aprendí su cuerpo, para recordar. Porque la memoria de la piel no engaña. Porque puede engañar la vista y pensar que hemos visto algo que en verdad no fue nunca en el mundo real: sí en una foto, en una película. Sí engaña lo leído en un libro y soñado una noche como si fuese real. Sí el olfato, el gusto..., vivimos demasiado sumidos en sensaciones, en perfumes, en sabores que nos hace creer que comemos fresas cuando en realidad es una gelatina plastificada con forma de tubo lo que estamos mordisqueando... Pero la piel no engaña. Y por eso le acariciaba para aprender la forma de sus músculos y sus huesos, y por eso me gustaba enredar mis dedos en el vello de su pecho y besarle en cualquier sitio porque sí. Y abrazarme a él apoyándome en su espalda, desde atrás, en el sofá por las mañanas, sabiendo que eran los últimos minutos ese día a su lado y que quizá fuesen los últimos para siempre.
Podía pasar horas simplemente tocándole. Porque también aprendí muy pronto, demasiado pronto, que sólo podría tocarle cuando estuviéramos solos. Y aunque algunos días me muriera de ganas de abrazarme a él en cuanto llegábamos a mi casa... podía pasar mucho rato, horas, antes de atreverme a tocarle. En el fondo, simplemente esperaba su permiso...., de algún modo. Porque sé que no le gusta, que en realidad nunca le ha gustado que le toque.
Creo que la última vez me lo volvió a recordar. Con un 'y alguna vez tú sí me tocas en la calle'. Esas frases que a veces me sonaban tanto a reproche. Y quise recordar cuándo, cuándo me había equivocado, prometiéndome no volver a hacerlo...aunque no fuese capaz de recordar cuándo fue eso, si pongo tanto cuidado... Si han sido tantas veces muriéndome de ganas de abrazarle y no pudiendo hacerlo. Si a veces me he cuestionado si debo saludarle con dos besos en sitios donde le pueden conocer...
Me hubiese gustado pasar con él el resto de mi vida. Poder seguir acariciándole, comprobando (como le bromeaba a veces) que no se ha dejado ninguna pierna ni ningún brazo en otro sitio. Saber que al día siguiente podría volver a hacerlo, y al otro, y mirarle cada mañana.

Pero no podía ser, y en realidad siempre lo supe. Y por eso me aprendí su cuerpo, para saber que fue real un día.
Hoy lo único que me queda es eso. Y saber que ha sido el último amor de mi vida.

No hay comentarios: