domingo, 18 de octubre de 2015

Noches contadas

La primera vez que desperté y le vi durmiendo a mi lado supe que querría que eso pasara cada día del resto de mi vida.
No sé si esto fue la primera mañana tras la primera noche que pasamos juntos. Probablemente no: creo que esa noche en que apenas dormí estaba tan absolutamente perpleja por todo lo que estaba pasando, tan encantada, tan convencida de que de pronto acababa de descubrir que algunos milagros ocurrían y que a veces algunos sueños se cumplen...que no pude desear nada más. Y es que aquella primera noche ocurrió tras semanas de 'aplazamientos sucesivos', de proyectos que en un primer momento no me tomaba demasiado en serio, porque no creía que pudiese tener un mínimo interés real en mí. Por eso, cuando de veras estuve a solas con él, y tomó la iniciativa, y la siguió tomando cuando me metí a su lado en la cama y terminó de desnudarme... no era posible pensar en nada.
Sí sé que aquella noche supe que nunca me había gustado tanto un hombre.
Más de cuatro años y medio después, sigo estando segura de esto.

Tal vez fue la segunda noche...que llegó tras los correspondientes aplazamientos y la correspondiente cancelación de algo 'seguro'. O igual la tercera... No sé. Pero sí recuerdo claramente esa sensación: descubrir lo natural que me resultaba dormir a su lado, lo mucho que me gustaba abrir los ojos en mitad de la noche y distinguirle junto a mí y seguir durmiendo con la sensación de que todo estaba bien, de que por un momento todas las piezas del puzzle se habían colocado en su lugar justo.

Muchas mañanas le echo de menos. No 'entresemana', en que me despierto muerta de sueño y hago tiempo para que suene el despertador, y lo apago antes de que suene, y cierro los ojos cinco minutos más, y me levanto sabiendo que me apetece quedarme en la cama pero no puedo... No me da tiempo a echarle de menos. Sé que me acuerdo de él, claro que me acuerdo. Porque me acuerdo de él aunque no me dé cuenta..., es algo y alguien que 'está ahí', siempre, aun cuando hayan pasado semanas en que no le haya visto, días sin hablar con él. Está y está aunque no esté. Pero en mis mañanas de costar levantarme de la cama, de ir al baño y vestirme y poner la radio bajando el volumen al máximo, y calentar una jarra de café de ayer con leche de brick para sentarme cinco minutos en el sofá y escuchar el parte meteorológico mientras mordisqueo dos galletas con fibra, y me desplazo nuevamente al baño para lavarme los dientes y cepillarme el pelo, y un toque de rimmel y un poco de crema con color en la cara, y algo de perfume, y pasar por la cocina a sacar del frigorífico el sándwich integral y a veces algo de fruta, y darme cuenta de que en la radio ya dieron las siete y media, y coger el bolso, una pashmina, la chaqueta, y comprobar que la espita del gas está cerrada y la cafetera desenchufada antes de apagar la luz de la cocina, y salir a toda prisa...
Y claro que sé que me estoy acordando de él en algún momento, pero esas mañanas no le echo de menos en mi cama, porque apenas tengo tiempo para mí.
Es algún sábado y muchos domingos....cuando abro los ojos y lo único que veo a mi izquierda es la almohada. Y de pronto sé cuanto le he echado de menos esa noche...
Y cuanto, salvo algún amanecer que al abrir los ojos le vea a mi lado y sienta que todas las piezas del puzzle vuelven a encajar, alguna mañana tras una de esas noches en que no quiero pensar  en que va a ser la última, porque sé que a esta historia que sólo me importa a mí le quedan noches contadas, cuando... le seguiré echando de menos el resto de cada amanecer de mi vida.

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