martes, 19 de julio de 2016

Calor de verano madrileño.

Calor de infierno.
Cuarenta grados secos madrileños. Hasta cuarenta y cinco he llegado a ver en algún momento antes de las cinco de la tarde.
Ni una brizna de aire, nada. El cielo completamente blanco, un blanco raro y mate, inhabitual en una ciudad de frecuentes cielos transparentes, que hasta tiene el azul como color corporativo, que hay un azul cian que es el 'Azul Madrid'. Calima. Ni pájaros en el aire.
Una sensación de agotamiento, de cansancio..., de pensar que lo ideal sería tumbarme en el sofá e intentar dormir, dormir a las seis de la tarde..., y saber que no sólo es imposible con ese calor, sino que darán las doce y seguiré despierta. Despierta y agotada.

Sé que el verano madrileño es esto. Exactamente esto: un calor agobiante, un no poder respirar, un dolor de ojos aun con gafas de sol por puro exceso de luz. Pero aun conociéndolo y esperándolo, cada año me pillan por sorpresa los días como hoy, estos días sofocantes.

Y hoy quería escribir sobre cuanto le echo de menos, cuantas cosas que me hacían creer que me unían a él echo de menos...., pero este calor de infierno calienta el portátil, lo convierte en un calefactor, no me deja escribir..

Calor. No de infierno: creo que el infierno debe ser más fresco que este martes de julio en Madrid.

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