jueves, 21 de julio de 2016

Lloviendo tierra.

Ayer el calor superó todas las previsiones. No sé si las de los meteorólogos..., pero sí las mías en cuanto a capacidad de aguante.

Al salir del portal a las siete y media de la mañana, la primera sensación fue de 'han puesto la calefacción'. En la calle. Era exactamente eso: lo mismo que se siente en invierno cuando se pasa de la calle a un local con calefacción. Sólo que en este caso era al revés: era salir a la calle.
Y eran las siete y media de la mañana, apenas había pasado una hora desde la salida del sol.

A los diez minutos se puso a llover tierra.
No es una forma de hablar: llovió tierra. Bueno, lo que caía era barro...pero se secaba enseguida la poca humedad. Mientras esperaba a que dejase de llover...,o lo que fuese aquello que caía con ganas, mientras esperaba bajo un árbol, me di cuenta de que lo que me estaba sacudiendo de los brazos era tierra. Muy finita, amarillenta.
Llovía a cantaros...y el suelo apenas si llegaba a verse mojado. El agua se evaporaba al caer y sólo quedaba la tierra.

Me dolía el brazo derecho. El martes al levantarme me di cuenta: un dolor intenso en el codo. A ratos me sentía una inútil. Supongo que me quedé dormida en una mala postura...y se me agarrotó un músculo, forcé un tendón, no sé bien. El miércoles me seguía doliendo. Al quitarme la tierra con la mano izquierda estuve tanteándolo, sin localizar exactamente el punto del dolor.
Todo el día fue raro. Llevaba prácticamente sin comer desde el domingo, al menos sin comer en condiciones. Por la mañana, café con leche fría, sin cuerpo ni ganas para nada más. No me llevo nada para comer a mediamañana y aplazo bajar a comprar algo a la cafetería-pastelería que tenemos junto al portal del edificio donde está nuestra oficina. Al final saco una chocolatina de la máquina..., pero eso no es desayunar, como tampoco lo es el café de sobre con agua mineral. Salgo a las tres...y el lunes voy a un centro comercial que tiene una sucursal bancaría que abre por la tarde, y como en un búrguer, y vuelvo a confirmar que me sienta mal ese tipo de comida, que se me hace pesadísima aunque opte por una versión ligera. El martes termino las empanadillas fritas que sobraron del sábado/domingo. Y bebo agua, todo el que soy capaz de beber, que es poco, y termino bricks de zumo abiertos hace días.
Llego por tanto al miércoles cansada, deshidratada, sintiendo que no he hecho otra cosa que encadenar duchas: me levanto con una, me vuelvo a duchar al llegar a casa por la tarde, me ducho de nuevo antes de acostarme... Y no dejo de tener calor, de sentirme sudorosa aunque realmente no sude...
Y llueve tierra. Y hace un calor sofocante, lógica consecuencia del martes de cielo blanco de calima, del verano madrileño, seco y sin viento.

Quedo con una amiga. En realidad, quedo con ella para pagar el alquiler (hace de intermediaria entre mi casera y yo) y, cansada como yo, estamos media hora intentando arreglar el mundo. Cinco de la tarde, calor insoportable. Los coches están cubiertos del barro que cayó del cielo. Lo hay también en los aligustres, en las marquesinas, en los bolardos...
Al llegar a casa decido que debo comer algo sensato. Me cuezo un puñado de macarrones y un huevo, los aliño con un chorro de tomate sofrito de tarro y espolvoreo con un poco de queso rallado, los acompaño con un pedacito de chorizo muy picado que sofrío en la sartén con orégano, antes de añadir todo lo demás. No me gusta echar más cosas a la pasta. La prefiero lo más simple posible.
Son las seis y pico, siete, de la tarde. Y creo que la comida me sienta bien. La completo con un yogur.

Termino un libro que empecé por la mañana: estoy recuperando las costumbres lectoras. Echo un vistazo al ordenador: redes sociales, correo electrónico. Me tumbo un rato en el sofá. Riego alguna planta: a pesar de hacerlo a diario, el calor se ha llevado por delante a dos o tres estos últimos días. Vuelvo a tumbarme. En el aparato de música canta Hilario Camacho: 'vuelvo la vista atrás, lo acabo de comprender: he pasado de largo y el final de este viaje sólo puedes ser tú'.
Pongo la tele: un concurso con toques culturales. Lleno la jarra de agua en la cocina, lleno un vaso, me vuelvo a tumbar.
Sé que empiezo a ver el informativo. Nueve de la noche, que el sol convierte en nueve de la tarde.
No recuerdo mucho más.
Cuando despierto en el sofá son las doce.
Paso por la cocina, pongo la cafetera para no tener que entretenerme al día siguiente. Bebo un poco de leche de soja mientras. Paso por el baño: cepillado de dientes, repaso con un algodón empapado en limpiador facial toda la cara, el cuello, el escote.
Me doy cuenta de que apenas me duele el brazo.

Y me acuesto desnuda. Agotada. Y creo que sueño con un amanecer en que llueve tierra...

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