sábado, 23 de julio de 2016

Deterioro.

No sé cómo he llegado a este grado de deterioro físico.
Bueno, en el fondo claro que lo sé. También influye el paso inexorable del tiempo, la fuerza de la gravedad, hasta cosas como la natural pérdida de agudeza visual... Pero no es sólo eso.A veces me he llegado a preguntar en qué momento tiré la toalla. Y me respondo que no lo hice. Que simplemente el tiempo siguió pasando y yo... Y ahí veo que me estoy engañando. Que quiero volver a echarle la culpa al paso del tiempo.
 Puedo pasar semanas sin mirarme al espejo, porque no me gusta nada lo que veo. Me pongo delante de un espejo, sí, cuando me lavo los dientes, cuando me cepillo el pelo por las mañanas, cuando me pongo la crema en la cara antes de irme a trabajar. Pero en realidad no me estoy mirando en él: son gestos que no hacen necesario verme reflejada. Lo estoy, sé que lo estoy, pero no me miro conscientemente.Hace tiempo saqué el maquillaje de mis rutinas. A diario y entre semana no paso de un toque de rimmel en la punta de las pestañas, en parte para acordarme y no frotarme los ojos, en parte por un mínimo detalle de coquetería (las tengo muy largas, pero al ser medio pelirroja, si no las maquillo sólo se ven a trasluz). Muchos días me aplico el rimmel mientras voy al trabajo: un minuto en el tren o dos minutos en el bus cuando para en un semáforo. Y para ello sólo necesito un espejo pequeño donde se refleje un ojo.
No me pinto las uñas de las manos, aunque de vez en cuando me llama la atención un nuevo color en los expositores del híper, lo pruebo en una uña y me compro el frasquito. Creo que en lo que va de año he comprado tres tonos de gris, dos de morado. Y sólo recuerdo haber usado uno de esos grises. Yo, que durante años me hacía la manicura las tardes de domingo: eliminar los restos de esmalte, lima, quitacutículas... Y que sobre las nueve y media, diez de la noche, tras lavarme el pelo empezaba el ritual: base protectora, dos capas de rojo o de morado o de granate, otra capa de protector-secado rápido...Impensable empezar la semana sin llevar las uñas impecablemente pintadas.
S
í llevo pintura en las de los pies: suelo usar sandalias con los dedos al aire, y...Durante años, llevé las uñas de los pies pintadas todo el año. Incluso en pleno invierno. Incluso en tiempos en que nadie las iba a ver.
 Mis cuidados se reducen a la ducha con geles hipoalergénicos, a el bodymilk al menos una vez por semana, a intentar tener suaves los talones. A mantener un mínimo de depilación, al desodorante sin olor ni alcohol, a lavarme el pelo cada cuatro o cinco días (antes si lo veo sucio, claro) y aplicar una mascarilla. Al jabón de Alepo, a una nutritiva de noche.  A darme un baño de color en el pelo cada cuatro, seis semanas.Poco más.
 Me sobran más de veinte kilos. Ya lo he probado todo, ya he tirado la toalla: total, qué más da a estas alturas. Me compro la ropa que me vale. Paso los inviernos con mallas negras o vaqueras, con jerséis que en algún caso tienen más de veinte años y en otros he comprado esa temporada. Los veranos con vestidos que se ponen y quitan rápido, sin mirar. He dejado de usar tacones. Yo, que no sabía ni andar con deportivas.
 Tengo docenas de anillos y sortijas de plata con piedras. Llevo todo el año llevando las dos mismas. En cualquier momento me pasará lo mismo con los pendientes y los colgantes.
 Evito los espejos: hace tiempo que cuando me pongo delante no me gusta nada lo que veo y se supone que soy yo.
 Estos últimos más de cinco años aún tenía un motivo para, de vez en cuando, al menos una vez por semana casi todas las semanas, maquillarme un poco. Para, si me compraba otro vestido, pensar por un momento si le gustaría verme con él.
Ya no existe ese motivo. Simplemente no tiene el menor interés en verme.

 Y por eso, también, la semana pasada tuve la precaución de ponerme una camisola al levantarme de la cama para ir a preparar el café, antes de sentarme a su lado en el sofá.
C
arezco de pudor a la hora de estar desnuda con él. Pero entendí, como otras veces, que si no quiso volver a la cama donde le esperaba desnuda, es que no tenía el menor interés en verme así.
No me gusta lo que veo en los espejos. No necesito ver en su mirada que a él tampoco le gusta lo que ve cuando me tiene delante. Y me gusta tanto que no soy capaz de castigarle teniendo que soportar ante él lo que hasta a mí misma, que no tengo otro remedio que seguir viéndome, empieza a asquearme ver.

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