sábado, 15 de octubre de 2016

Sin ir para ningún lado.

Y quince de octubre.
Tras una semana absolutamente espantosa en todos los sentidos. De costarme infinitamente levantarme de la cama por las mañanas, de no ser capaz de desayunar más que un café con una pizca de leche, de tener medido al segundo el tiempo para refrescarme la cara, aplicarme la hidratante, escuchar el parte meteorológico y el resumen de noticias en la radio mientras me tomo el café, darme la crema protectora y el rimmel, lavarme los dientes, coger el bolso y el foular y salir corriendo, asegurándome antes de tener cerrada la espita del gas y desenchufada la cafetera.
Ni siquiera me llevo algo para comer. Durante la mañana me tomo un café de sobre con agua de la máquina, mordisqueo alguna galleta integral. A las tres y media compro cualquier cosa en el Mercadona o el Lidl, leo en un banco entre sol y sombra mientras me lo como. A las cuatro vuelvo a la rutina. A las seis, que siempre son las seis y algo, salgo del trabajo. Casi dos horas de trayecto. Picotear algunas uvas o dos o tres patatas fritas de bolsa al llegar. Ducha, revisar el correo electrónico o las redes sociales mientras veo el concurso de la tele. Cenar cualquier cosa,  sin ganas ni orden ni lógica. Y volver a la rutina: televisor encendido frente al sofá en que me tumbo. Despertarme a más de las doce para trasladarme a la cama. Y dormir mal, a trompicones. Y otra vez son las seis, y a las seis y media paro el despertador, y a las siete menos cuarto me levanto y me visto casi a oscuras o con la luz del baño. Y vuelta a empezar....
En el trabajo, de repente, se respira un ambiente de lo más viciado. De pronto, un trabajo que era trabajo pero también era soportable, está dejando de serlo. Presión, presión, presión. Y de paso y por obra y gracia de la presión, descubrir en las personas lo peor de sí mismas.
Más de una vez he estado a punto de decir que me iba. Levantarme, irme al médico y pedir un par de días de baja. Una gastroenteritis, tengo varios compañeros con niños pequeños y llevan días malos, se me ha contagiado... Pero no sirvo para mentir. Yo no.

Esperar al sábado por la tarde.
Saber el jueves por la noche que no hay nada que esperar.
No quiero recordar lo mucho que me apetecía.

Esta noche he tenido un sueño extraño. Bueno, creo que de un tiempo a esta parte lo son casi todos.
En el de esta noche, aparecía un antiguo jefe. No tendría demasiada importancia...si no hubiese fallecido a finales del pasado mes de enero. Y yo se lo decía en el sueño. Y me alegraba mucho de que aquello hubiese sido una noticia falsa que todos nos creímos.

Creo que sé con lo que tiene que ver este sueño.

Me siento tremendamente cansada. No sólo agotada físicamente: cansada de muchas cosas, de muchas situaciones, de una vida presente que no va para ningún lado.

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