sábado, 5 de noviembre de 2016

Adaptación.

Ya no lloro.
O ya casi no lloro.
Supongo que también por puro cansancio, por pura falta de tiempo. Y también porque el cuerpo y la mente se van acostumbrando a las cosas. Porque nos adaptamos a todo.

Un día me di cuenta de lo que sentía por él. Y creo que me rebelé contra ello, me rebelé contra mí misma. O igual no me rebelé. Un día me di cuenta de que me gustaba, además de quererle. O lo mismo fue al revés y fue antes de querer admitirlo. No sé. Sí sé que de eso hace ya seis años.
Y desde ese día he tenido que acostumbrarme a todo, acostumbrarme y desacostumbrarme. Descubrirme haciendo castillitos en el aire, casi inconscientemente, y tener que destruirlos de la forma más consciente y tener que mentalizarme para no volver a hacerlos.
El cuerpo se hace a todo. Se adapta. Y la mente también se acostumbra a todo, termina por acostumbrarse a lo que en principio le pilla por sorpresa o contra lo que ha decidido rebelarse.
Y yo he terminado por irme acostumbrando a todo. A verle cada vez menos. A hablar apenas unos minutos a la semana, porque cada vez hablamos menos. También.

Hubo un tiempo en que pasé con él hasta ocho horas al día. Cinco días a la semana. Algo que sé que pasó...pero que a estas alturas me parece poco menos que increíble.
Hubo un tiempo en que quedábamos los viernes por la tarde, cuando yo salía de trabajar, y pasábamos hasta tres o más horas juntos ante un par de cafés, mientras hablábamos de todo y de nada. Y a veces me decía tonterías, porque yo no me las quería tomar en serio. Y hacíamos planes...aunque yo tampoco quería tomármelos en serio.
Y hablábamos también por teléfono. Un día aplazó uno de aquellos encuentros para tomar café y, a cambio, me dio su teléfono de casa. Y aquello fue el comienzo de largas conversaciones telefónicas.
Y una tarde en que cogí a cuenta de mis vacaciones un día que oficialmente era una 'huelga general' pasamos más de tres horas al teléfono. Y aquella tarde acepté que igual algunas cosas sí iban en serio y sí podían pasar. Y los planes más o menos en broma de traerle a dormir conmigo o de decírmelo él se hicieron más firmes. Y las conversaciones telefónicas también empezaron a tener mucho sexo. Sexo dialéctico, planes para hacerme y hacerle.
Y el primer viernes de enero fui a esperarle a Atocha y se vino conmigo. Y descubrí que, a veces, algunos sueños que ni siquiera nos atrevemos de verdad a tener, por puro fantasiosos, se cumplen. Nunca ha dejado de parecerme un milagro abrir los ojos y verle a mi lado.
Y siguieron los encuentros algunos viernes por la tarde para tomar café. Y algunos días, a veces hasta una al mes...aunque no llegasen a la docena al año nunca, se venía a dormir conmigo.
Y había muchas horas de teléfono. Conversaciones de más de dos horas, de tres muchas veces. Y como tenía que llamarle a más de las once....por mis horarios y sobre todo porque él lo prefería así también los fines de semana, el reloj de mi dormitorio proyectaba en el techo los cuatro ceros digitales en color rojo. Y la una. Y las dos...
Y había planes. Y quedábamos para volver a dormir juntos y luego no le era posible, y empecé a usa el término 'aplazamiento sucesivo'. O...o quizá ése lo empecé a usar mucho antes, también en aquellos planes de los cafés de los viernes por la tarde.
Algunos días me llamó horas antes del momento en que habíamos quedado, para cancelarlo. Y a la conversación a veces larga de esa explicación le seguía otra igual de larga, o más, esa misma noche.
Nunca hubo lo que se puede considerar 'sexo telefónico' porque ya me dijo que no le interesaba. Sí mucho 'sexo dialéctico'. Creo que también el término fue mío.
Y un día se terminaron los cafés de los viernes. Hubo alguno muy, muy esporádico, en otros sitios..., pero fueron eso: muy esporádicos. Y también de eso hace mucho tiempo ya.

Hubo temporadas en que llegué a estar semanas sin verle.  Y le 'amenazaba' con irle a esperar a la salida del trabajo y, siquiera eso, acompañarle un tramo en el metro. Para verle, aunque fuese así.
Hace tres años empecé a hacerlo. Cada dos semanas como mínimo. Le esperaba en la estación del metro más cercana a su trabajo y hacía a su lado parte del trayecto. Sin tocarle por mucho que me apeteciera hacerlo. Sin más contacto que dos castos besos de saludo y de despedida. Sin abrazarle porque sé que no le gusta.
Me bastaba con eso.
Al final llegué a acompañarle todo el trayecto y hasta a esperar que cogiera el último autobús de su recorrido diario.
Va a hacer un año que también eso se terminó. Resulta difícil de creer, pero desde diciembre del año pasado no he tenido ni una sola ocasión de volver a hacerlo. En diciembre hará un año que empezaron a irle a recoger al trabajo como algo excepcional...y que se convirtió en costumbre.
Me alegró y me alegra por él, que no tiene que atravesar Madrid en metro, con lo poco que le gusta y lo mucho que tarda.
Pero dejé de verle una vez por semana, alguna semanas no, otras hasta dos veces.
En casi un año no he tenido ni una sola ocasión. Sé que resulta increíble, pero no me he cuestionado nunca si era cierto lo que me contaba o si, simplemente, había encontrado por fin un modo de conseguir que no fuese a esperarle.
Siempre he sido consciente de que no le gusta que nos vean juntos. Había muchas posibilidades de que nos viesen personas que trabajan con él. Incluso alguna que me pueda conocer a mí.
Le entiendo. Aunque no me tenga apenas tiempo para hacerlo y no me guste mirarme, tengo espejos en casa.
Tampoco he querido cuestionarme quién era o es quien le recoge. Oficialmente es su familia. Me sirve como explicación, sobre todo porque no tiene que explicarme nada.

En el último año le he visto cinco veces. Las mismas cinco que ha amanecido durmiendo a mi lado.

Hace mucho que terminaron las largas conversaciones telefónicas. Sigo llamándole. Luego le digo que 'tiene a una señora viviendo dentro de su teléfono que me conmina  a dejarle un mensaje y a la que desobedezco'. No voy a dejarle un mensaje en el contestador porque no va a escucharlo.
Hablo con él una vez por semana. A veces ni llega a media hora. Hace mucho que desapareció el sexo en nuestras conversaciones. Alguna vez lo he intentado...pero no se da por aludido. Y me siento inmensamente imbécil, estúpida por olvidar que no tiene el menor interés en mí.
Sí le mando un sms casi todas las noches. Es mi forma de enviarle un beso de buenasnoches. Alguna vez hasta le recuerdo que le quiero..., aunque sepa que no le gusta que se lo diga. Antes sí se lo decía cuando le tenía desnudo a mi lado. alguna vez se lo dije mientras dormía...

Hubo un tiempo en que le tuve a mi lado treinta y nueve horas a la semana. Ahora hay semanas en que hablamos quince minutos y me responde a mis sms nocturnos.
Ese es todo el contacto.

Nunca hemos pasado más de una noche juntos, y en mi casa. Sólo una vez aceptó venir a comer. A veces cuando preparo algo que me sale especialmente bien, pienso en que me hubiese gustado tener la oportunidad de cocinar para él. Sé que jamás iremos juntos de vacaciones, ni siquiera una escapada de un día a cualquier sitio. Nunca iremos juntos al cine, ni quedaremos para comer o cenar en cualquier sitio, por cutre que sea éste. Simplemente porque el término 'juntos' no existe entre nosotros.
También sé que se lo propuse y que, por tanto, lo intenté. Pero a estas alturas de la historia ya lo tengo asumido. Eso y todo lo demás.
Sé que si me paro a pensarlo sabré que llevo cerca de seis años quizá enamorada de un perfecto extraño.

El cuerpo se termina haciendo a cualquier cosa, a cualquier cambio. Hay una teoría que dice que bastan veintiún días para cambiar o adoptar un hábito, el que sea. La mente tiene capacidad para aceptar y adaptarse cualquier cosa, por complicado que en un primer momento le pueda parecer, por inaceptable.
Y yo he ido aceptando todo esto, me he ido adaptando. Me hubiese gustado pasar el resto de mi vida a su lado, que fuese lo último que viera antes de dormirme y lo primero al despertar, me hubiese gustado hacer planes con él, me hubiese gustado poder cuidarle.
Sin embargo, me conformo con recibir su sms de respuesta las noches en que le escribo y saber que alguien le cuida y que está pendiente de él cuando está enfermo. Sé que no voy a tener nada más que esto y soy consciente de que cualquier día también dejaré de tener lo poco que me queda.

Dicen que los seres humanos nos adaptamos a todo y sé que es verdad.
Pero no soy capaz de dejar de echarle de menos. Ni de evitar terminar llorando cuando me doy cuenta de que ya no tengo nada de lo poco que llegué a tener. Y que ya no tendré nunca.

No hay comentarios: