domingo, 13 de noviembre de 2016

Rutinaria semana rara.

Hay semanas raras.
Semanas en que realmente no pasa nada reseñable, ni bueno ni malo. Pero que mientras transcurren dejan una sensación rara. De estar pasando algo que no se ve o no se controla. Y que una vez han terminado (o casi) te dejan eso: la sensación de que ha pasado algo... Una sensación rara.

Esta semana ha sido una de ésas.
La semana fue de un laboral intermitente. Lunes y martes laborables, miércoles festivo, jueves y viernes laborables... Lo que hizo del martes casi un viernes, del jueves un lunes... Una semana con dos lunes. No sé: raro.

Sigo cansada, muy cansada. Supongo que porque como mal, no mucho, pero mal (seguramente). Y porque anochece muy temprano: ayer me di cuenta de que ya era de noche...a las seis y veinte de la tarde. Además, ni siquiera habían encendido la iluminación de las calles...lo que daba a todo un aspecto extraño. Contribuyendo a la rareza de la semana, en realidad.
El cuerpo me pide quedarse en la cama por las mañanas, cuando suena el despertador, aunque en realidad muchos días ni llegue a sonar porque lo apago antes: llevo más de media hora despierta y muerta de sueño y sabiendo que me apetece seguir durmiendo y temiendo quedarme dormida porque no me queda más remedio que levantarme... Consigo remolonear en la cama hasta las siete menos cuarto, algún día casi a menos diez...y luego todo son prisas. He suprimido el maquillaje del proceso matinal pre-salida de casa, para ir acelerando. También, el otro día me di cuenta, también he suprimido las gallegas del desayuno...pero en este caso por falta de hambre. Hambre que luego me entra..., por eso digo que como poco y mal...

No tengo planes. No hago planes, no quiero hacerlos. Tampoco tengo sobre qué hacerlos, la verdad. Cada día sucede a otro y antecede a otro, todos igualmente previsibles. En casa sí tengo cosas en que me podría 'entretener' (limpiar y ordenar, sobre todo lo último, que la vivienda sí la tengo razonablemente limpia: mucho donde habitualmente estoy, pasablemente donde no entro más que para buscar alguna cosa), pero luego me quedo en casa todo el sábado y apenas hago nada porque al final no me cunde el tiempo: pongo la lavadora, tiendo la ropa, limpio el baño, friego los platos-fregadero-cocina de gas, bajo la basura y alguna bolsa de papeles o envases a los contenedores de reciclaje, como tarde mientras en la tele ponen alguno de esos telefilmes americanos de gente que prepara bodas, contrata niñeras psicópatas y celebra la navidad (da igual en qué fecha estemos: los telefilmes americanos siempre tratan de lo mismo), veo en la web de la cadena de televisión que más anuncios ponen el capítulo de serie que no vi en directo entre semana...por la saturación de anuncios, que consiguen que me quede dormida en el segundo corte publicitario, plancho alguna camisa, sábanas, camiseta..., le llamo por teléfono y hablamos media hora (él, sin ganas: cada vez me resulta más evidente por mucho que me empeñe en creer otras cosas. De hecho, por eso soy yo quien llama: él puede perfectamente pasar semanas sin saber nada de mí), ceno cualquier cosa y termino durmiéndome ante la tele allá sobre las doce y pico de la noche...
Y llega el domingo. Y pasa de mediodía y estoy escribiendo esto en el portátil, tras haberme despertado a las seis de la mañana y dormir a trompicones hasta las nueve, y levantarme a las nueve y pico porque ya no aguanto más cama, y desayunar a más de las diez porque antes he regado alguna planta o recogido algo que se quedó ayer sobre la mesa, por ejemplo, el inalámbrico, y me he lavado el pelo... Y ya he sacado la impresora de su sitio en la habitación donde acumulo cosas para ponerla encima del sofá con un periódico debajo (pierde tinta) e imprimir un par de fotos mientras se me seca el pelo.
Y seguiré con la rutina de ir a comer al domicilio familiar y volver a casa a más de las diez de la noche. Y mañana empezará otra semana sin planes ni novedades, otra semana que igual deja el mismo poso de rareza injustificable o pasa sin pena ni gloria...

Y, francamente, a veces no sé para qué sigo escribiendo, si reconozco que no cuento nada.

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