sábado, 3 de diciembre de 2016

De noviembre a diciembre.

Hay semanas agotadoras, aunque luego se mire hacia atrás y no haya pasado nada que justifique esa sensación.
Semanas que se pasan esperando que llegue el viernes, porque el viernes se sale un poquito antes. Y que el viernes se pasa esperando esa hora, casi más bien porque falta menos para que llegue la noche y eso signifique que no hay que madrugar al día siguiente.
Luego llega el sábado, como hoy, y a las ocho y algo ya estoy despierta como un búho. Y recuerdo que a las cinco y pico de la mañana me obligué a levantarme del sofá donde me he quedé dormida para trasladarme a la cama, aunque mi cuerpo que se acaba de despertar parece estar de acuerdo con una parte de mi mente que pide que les arrope un poco más y siga durmiendo...
Pero si me amanezco en el sofá me voy a pasar todo el día con la sensación rara de no haber dormido.


La semana ha sido una sucesión de circunstancias laborales absurdas. De pequeños despropósitos que, también, ayudan en parte a que todo se haga un poquito más ameno. Caos que hay que ordenar y que ralentizan el buenhacer de las cosas, pero que también tienen su puntito de sal y pimienta.
Aunque también contribuyen al cansancio. A seguir acumulando cansancio.

Salgo por las mañanas cuando aún es de noche y no veo amanecer en todo el recorrido. Cojo el bus de vuelta cuando el reloj dice que debería ser de día...pero también es casi noche. Paso fuera de casa cerca de trece horas: nueve de trabajo (con las oportunas pausas, que no llegan a una hora completa), más de tres de transportes. Con sus huelgas encubiertas, sus cortes de línea de metro 'por atención sanitaria a un viajero, se estima en más de dos horas', sus transbordos que algunos días se hacen eternos porque se diría que algunos pasillos crecen a voluntad, sus tener que desviarse de la ruta habitual para hacer una compra por encargo. Día tras día. Rutina tras rutina.

No hablé de ello la última vez que escribí. Pero la semana pasada tocó otro 'aplazamiento sucesivo'. Bueno, en realidad fue una 'cancelación de planes' por cuestiones de salud, si tengo que definir correctamente el tema.
Asunto que me tuvo preocupada toda la semana. A estas alturas, prevalece eso sobre la pequeña o gran decepción que puede significarme el tener que cancelar algo que me apetecía.
Hace mucho, en realidad, que prevalece por encima de lo que me pueda apetecer a mí el hecho de que él esté bien. Creo que en esta relación siempre fue así: no hay nada que me parezca más prioritario.

El 'aplazamiento' ha sido 'hasta que se pueda'. Hubo un mínimo resquicio de que hasta pudiese haber sido ayer..., pero realmente no me lo planteé del todo.
A veces también pienso que este 'es posible que sí, luego veré que no, igual la próxima semana, igual el próximo mes'...también me sirve para que las semanas se me hagan más llevaderas.
A veces también pienso que si la rutina no me resultase tan demoledoramente agotadora, no podría ilusionarme con algunas posibilidades. Luego desestimo ideas como ésta. Cuando me doy cuenta de que por encima de todo, en estos 'aplazamientos' lo único que me importa es él.
Hace ya mucho que asumí que yo sí veo esto como una relación sentimental, porque yo sí le quiero, pero que simplemente es eso: algo de mí hacia él. No es, ni va a ser nunca, una 'relación de pareja' porque él jamás ni se planteó algo así conmigo. No busco excusas. Ni las querría. Y aunque todo sería muy fácil de explicar si digo que 'sus circunstancias personales y familiares lo hacen inviable'... en realidad también sé que si sus circunstancias fuesen otras, el resultado sería muy similar.
O quizá peor. Porque si esas circunstancias fueran otras, es más que probable que ni siquiera me quedase la esperanza de alguna noche juntos, porque haría mucho tiempo que en su realidad habría otra relación más 'normal' con alguien que de veras le gustase y con quien de veras quisiera pasar el resto de su vida.
Que nunca he sido yo y que, al menos a estas alturas ya no tengo que plantearme otra cosa, nunca lo seré.

Hay semanas laborales que son agotadoras. Y hay fines de semana que tampoco sirven para descansar, desconectar y, pasando página, recargar las pilas para la siguiente.
Los siete días de esta semana de transito desde noviembre hasta diciembre cumplen con absolutamente todos los requisitos.

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