miércoles, 1 de marzo de 2017

Empanadillas congeladas.

Para mí raramente las he comprado.

Durante años, sí las teníamos en casa. Son socorridas, a mi padre le gustaban (siempre fue especialito para todo lo que no fuese 'cocina tradicional'. Eso sí, a veces decidía probar algo de lo que durante años había renegado sin conocer a qué sabía...y terminaba casi adicto) y en los años en que yo ya no vivía con ellos, me consta que eran una de las alternativas para acompañar a otras cosas, cada dos o tres semanas.

Pero para mí raramente las he comprado.
Sí las clásicas, las grandes. Aunque también hace años.

Los últimos seis años las he comprado para él.

El tema tenía más de juego que de otra cosa. También porque sé que le gustan. Se juntaba eso con el claro rechazo a comer casi cualquier cosa que decidiera ponerle. Que le gustaban ya lo sabía de antes, así que desde el primer día fui a lo seguro...

Los días en que habíamos quedado en que vendría esa tarde-noche a mi casa, freía una bolsa entera a mediodía. Una bolsa trae una veintena larga. Siempre sobraron. Así que la tarde del siguiente día (si era sábado) o incluso como alternativa al sándwich de mediodía, el lunes si la noche que pasaba en mi casa era la del sábado al domingo, me las terminaba yo.

Y en los días en que lo que era seguro...se convertía en otro aplazamiento, allá un par de horas antes de la hora en que habíamos quedado, eran mi cena. Y las que sobraban...pues el mismo plan para dar salida a las sobra que antes he descrito.
Pero lo que es comprarlas para mí..., no. Desde hace seis años, no.

Tenía una bolsa en el congelador. No sé, supongo que la compré en enero. Creo que me acostumbré a tener siempre repuesto, a comprar otra bolsa la semana siguiente a gastar con él o para él la que tenía.

También solía comprobar que las tenía cuando me confirmaba un inminente encuentro, para el sábado de esa semana o de la siguiente. Procuraba confirmar que había cervezas suficientes, alguna cosa para picar (galletitas saladas, aceitunas y pepinillos en vinagre, queso...) y una bolsa de mini-empanadillas congeladas.

Era casi más una especie de juego cómplice que otra cosa. El 'avísame, para que te fría las empanadillas'. Un par de veces, quizá más, quedamos un viernes por la tarde. Los dos procedentes del trabajo. O al menos yo (alguna vez sí quedamos viniendo él directamente de trabajar..., pero yo estaba de vacaciones o en el paro y no había problemas: tenía prevista la merienda-cena...o como se quisiera definir aquello que nos acompañaría mientras en el equipo de música o la radio-cd o hasta el portátil cantaba Bunbury o George Michael o David Bowie o...). En esas ocasiones, me escapaba a la cocina entre botellín y botellín y freía las empanadillas. 

Un par de veces lo hice desnuda: en el fondo, parte del juego. Otro día apagó la cocina y no me dejó freírlas: tenía otros intereses...
Al día siguiente, descongeladas, acabaron en la basura. Y yo las deseché sin el menor remordimiento: también tenía el recuerdo de otras sensaciones en determinadas zonas de mi cuerpo.

Esta noche he puesto a freír una docena para llevármelas mañana para la pausa de la comida. Se me ha acabado el pan integral con el que me preparo el sándwich habitual, y, aunque perfectamente podía haber comprado un paquete, he preferido dejarlo para el fin de semana (sólo gasto pan de sándwich de lunes a jueves, y sólo a mediodía: un paquete mediano me dura mínimo dos semanas).

Supongo que en algún momento pensé que tenía que 'gastarlas'. Que ya no hay razones ni motivos que justifiquen su presencia, esperando, en el congelador.

También tengo que decidir qué hago con la cerveza. Yo no bebo. Y menos a solas.
Y creo que sobró 'para la próxima vez' la última noche que estuvo hace más de dos meses y medio.
Y ya sé que no vendrá a ayudarme a gastarla.

No más noches de botellines y empanadillas pequeñas, que más que cenar, solía desayunar.

Lo ha decidido él. Y sé que no puedo hacer nada para cambiar las cosas.

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