domingo, 5 de marzo de 2017

Inesperado invierno.

El viernes, de pronto, llegó el invierno.
La frase es una descripción literal.

Durante el día...no es que hiciese calor, pero estábamos en ese 'entretiempo' preprimaveral en que vivimos en Madrid desde hace años. Manga larga, calcetines, unos días abrigo y otros gabardina ligera, algún día bufanda y preferiblemente foulard enrollado al cuello, raramente guantes, alguna vez paraguas o botas de agua.

Para el viernes, las previsiones anunciaban lluvia de manera mayoritaria. Tampoco me fío especialmente de las previsiones, y menos cuando son a varios días-vista: luego la anunciada lluvia se traduce en pasarse el día cargando con el paraguas bajo un cielo despejado, o no sabes qué hacer con la bufanda pensada para esos 3ºC de máxima...que seguramente no se dieron ni de noche. Para el viernes anunciaban lluvia y descenso de las temperaturas. Aún así, me decidí por una camiseta negra, las mallas vaqueras que uso un par de días por semana, zapato acordonado de ante y, sí, chaqueta abrigo por si acaso. De bastante abrigo pese a su aspecto ligero, como descubrí hace unos años. Y bolso de piel azul, de estreno, que lo compré hace dos meses y a este paso no voy a estrenar nunca...

Por la mañana el cielo era inequívoco indicador de 'durante el día, llueve'. Así que cambié las cosas de bolso. Lo demás lo dejé tal cual, prescindiendo de paraguas: si finalmente llovía, en un cajón de la mesa de trabajo guardo un paraguas viejo que saca perfectamente de un apuro...

Sobre las cinco, volviendo ya a casa, empezó a llover. Desde el bus veía caer unas gotas grandes, como de tormenta, que se convirtieron en temporal con rachas de viento por minutos y por zonas. Desestimé el plan de quedarme haciendo fotos: al parecer las cosas iban a peor. Y mis zapatos no estaban para mojarse. Y yo, tampoco.

Al bajar del bus comprobé que las gotas de lluvia, además de enormes, eran muy, muy frías.
Y a las siete y media, cuando ya había hecho la compra en el híper, llenando la bolsa de tela auxiliar que suelo llevar en el bolso los días en que no planifico ir a hacer la compra, pero tampoco descarto comprar algo, y otra de plástico comprada en el propio híper, cuando ya esperaba en la estación la llegada del tren que me atraviesa el municipio y me deja en la otra estación, la que me queda a unos 15 minutos de casa... llegó el invierno. De pronto.

La estación es abierta. Cuatro vías, un espacio enorme, probablemente unos 200 mts de andén ligeramente en curva. Marquesinas para no mojarse ni pillar una insolación en verano. Los edificios más próximos son de baja altura (salvo uno de ocho que destaca como un faro). El espacio es completamente abierto, por tanto... Y nada impedía el viento helado, la lluvia que de pronto pasaba a ser muy fina, como agujitas de hielo.

Mi móvil decía que la temperatura donde estaba era de 4ºC. Pero la sensación térmica debía ser de alguno bajo cero.

No soy friolera. Llegué a casa (en la estación de destino cogí un bus, algo que hago raramente porque ni adelanto tiempo...ni realmente me deja en la puerta de casa. Pero cargada con las bolsas no me vi capaz de caminar los 15 minutos que incluyen cruzar la carretera que se convierte en avenida en el espacio urbano, esperar semáforos, atravesar entre edificios sin resguardo posible de lluvia y viento) con los dedos completamente congelados, las manos rojas e hinchadas, la nariz insensible. Al bajar del bus me até el pelo de cualquier modo con la goma que llevo para urgencias similares en la muñeca: simplemente necesitaba ver por dónde andaba...

Ni guardé la compra. Conseguí quitarme los anillos, con esfuerzo en uno de los casos, abrí el grifo de agua caliente, colgué en la percha que está sobre el radiador del baño una camiseta de dormir, me despojé de la ropa, me di una ducha de agua caliente. Tenía también los pies congelados.
Si no hago eso, probablemente me habría pasado toda la noche tiritando, a pesar de la calefacción, los calcetines, la manta...

En el telediario, ya tras guardar la compra, tomarme un caldo caliente y un bocadillo tras entrar en calor con lo anterior, enredar un poco en internet, rutinas diarias, vi que la 'ola de frío' era generalizada.
Para mí, fue más bien el primer y sorprendente día de invierno.

Ayer no salí de casa. Me dolía la garganta. Sentía arrastrar un cansancio atroz. Apenas hice nada en todo el día.

Sin embargo...
Sin embargo, por la tarde me entero de que él no está bien. De que lleva toda la semana enfermo.
Y hablamos un rato.

Y a mí se me olvida que me duele la garganta y me cuesta hablar bien, que me pesan las articulaciones, que no he hecho nada en todo el día y todo está manga por hombro y entresemana sigo sin tiempo ni luz natural para ponerme al día. Se me olvida que por obra y gracia de la alergia, me cuesta respirar.
Me vuelvo a olvidar de mi misma. Y necesito que él esté bien.
No puedo dejar de echarle de menos. Y necesito que esté bien aunque no le vea.

Esta semana, anuncian calor a partir del miércoles.  Sé que a ninguno de los dos nos gusta el calor.
Pero espero que para ese miércoles la posible conversación sea quejarnos de eso, porque ya esté bien y porque ya sea eso tan  trivial lo más importante.

No hay comentarios: