miércoles, 1 de noviembre de 2017

Noviembre al fin.

Noviembre al fin.
No es que crea que cambiar el nombre en que se mide el paso de los días, en el calendario, cambie la realidad ni las evidencias..., pero al fin es noviembre. Y al fin, por tanto, ha terminado un mes de octubre totalmente prescindible. Y quisiera decir que también perfectamente olvidable..., pero el olvido y yo nunca nos hemos llevado del todo bien.

Este año, y también por esos caprichos (o normas) del calendario, este festivo nacional que es el 01 de noviembre cae en miércoles. Mitad de semana.  El comienzo de semana ha sido, laboralmente hablando, demoledor. Y quiero creerme que esta pausa que nos parte en dos la rutina laboral va a producir el efecto mágico de mejorar los dos días que quedarán a partir de esta noche. Pero, francamente, es que no lo creo. Y para que algunas magias funcionen hay que creer en ellas...
Y yo cada día creo menos en algunas cosas.

Dejé un tema abierto (a medio terminar de contar) este verano. Hay repartidos por la historia de este blog otros temas sin terminar de cerrar. A veces, porque simplemente no se llegaron a cerrar nunca. Otras, porque cuando llegó el fin esa historia ya no tenía la menor influencia en mi vida. Y alguna...porque a base de ir dejando el tema o de darle más importancia a otros, ya ni lo recordé...

Cuando me saltan alarmas en un punto inconcreto entre la garganta y el ombligo, una serie de alarmas que de pronto me ponen los sentidos alerta y me hacen ver que frente a mí y a mi alrededor se estaban acumulando piezas de un puzzle..y de repente veo como pueden terminar encajando y que puedo decidir si entro en el juego o no, o que las lucecitas que a veces veía no eran sino parte de un entramado luminoso que creaban un cartel..., cuando me saltan esas alarmas..., suelo huir.

Porque sé perfectamente cómo puede terminar la historia. Y no, hace mucho que no quiero involucrarme en determinados asuntos. Asuntos que parecen brillantes proyectos y que, luego, resultan ser simples pompas de jabón que estallan en cuanto rozan con algo. Y no quiero.
Las vacaciones, los periodos vacacionales, son útiles para ayudar en esas huidas.

Este verano estuvo a punto de darse uno de esos casos. O igual se dio..., ya da lo mismo.
Las vacaciones fueron el remedio.


A veces hay espejismos. Gran parte de nuestra vida y nuestras ilusiones están llenas de esos espejismos. A veces creemos que se trata de algo real....y el batacazo suele ser memorable. Aunque tardemos años en dárnoslo. Hay quien entra en uno de esos espejismos y en él pasa toda su vida...aun siendo consciente de que realmente está dentro de un desierto. Y ya no puede salir.

Muchos enamoramientos no son sino espejismos. Gran parte de la especie humana es fruto de uno de esos enamoramientos-espejismo, de hecho...
Mi historia sin cerrar no era un enamoramiento (eso lo tuve perfectamente claro cuando me empezaron a saltar las alarmas). Ni propio, ni ajeno. En eso no había riesgo alguno..., aunque algún detalle...

No se puede mezclar el agua y el aceite con esperanza de que la mezcle funcione. Sólo hay que ponerla en una sartén al fuego..., y ya sabemos los resultados. Todos lo que en algún momento hemos cocinado y nos ha pasado...tenemos alguna marca en la piel como consecuencia de una gota de agua en el aceite hirviendo.

Las vacaciones, la pausa en la rutina laboral (que por circunstancias y por organización del personal, a veces se convierte en casi todo un verano sin coincidir con algunas personas que son parte de tu rutina. Incluso personas con las que no trabajas, con las que coincides en el bus, en la cafetería desayunando...) suelen servir como impass, como prueba para comprobar si algo era o no era...
En este caso, no, no era. Era agua y aceite, en el fondo. Una mezcla agradable sobre la piel tras la ducha, pero hasta ahí. Secar antes de ponerse al sol.

Cuando es cierto que hay muchos puntos en común, mucha y buena conversación, un sentido del humor comprendido..., algunas miradas no explicables..., se pueden pensar otras cosas. Pero hace falta más. Hace falta una atracción física. Unos gustos cotidianos comunes básicos, también. Unos valores prácticos (más allá de la teoría) que puedan convertirse en techado si llegan las tormentas.

El verano puso tiempo y espacio. Y, al volver y casi llegar el otoño en el calendario, las cosas se habían colocado en su justo espacio.
Y ahí están.

Y, aunque sigamos en un verano real raro, diga lo que diga el calendario..., ahí van a seguir. En ideas comunes, alguna conversación seria y un intercambio de bolsitas de nuevos tés. Pero nada más.
Y eso me gusta. Que las historias se cierren (quizá sin haber llegado a estar nunca abiertas) de ese modo, sin cicatrices, mes gusta.

Hoy empieza noviembre.
Ojalá, también, empiece pronto el esquivo invierno.

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