domingo, 19 de noviembre de 2017

Rutina de noviembre.

La rutina sigue siendo rara, complicada, desagradable. Y lo peor es que la considere, ya, rutina.

Me gusta mi trabajo. No lo considero complicado, ni agobiante, ni me supera..., imagino que sí es todo eso, pero como vengo de otros tiempos, otras vidas y otros temas (a veces miro hacia atrás y me pregunto cómo era capaz de hacer algunas cosas, de organizar los tiempos para que todo saliera y funcionase. Nunca sabré si ya nací con esta capacidad de que todo lo que hago parezca muy sencillo a los demás...o si la adquirí porque no me quedó otro remedio. Ese 'transmitir seguridad' mío).

Me gusta mi trabajo, pero no el ambiente en que lo hago. Y que hace apenas un año era otro.

Un malambiente de envidias, de desconfianzas, de controlar a los demás. De prohibiciones para hablar, de reuniones sin demasiado sentido en el trastero, de un no saber dónde vamos y de tener que escuchar repetidas mentiras corporativas, recitadas cual mantra por quienes tampoco creen en ellas y pretenden que nosotros nos las creamos.

No estoy agusto, nada agusto. Me gusta mi trabajo y, cada mañana, lo que me repite mi mente es un 'no quiero ir'.
El martes, ataque de ansiedad (también propiciado por la descompensación de la temperatura: seguro que si ponemos un termómetro, pasaríamos de 30ºC a las cuatro de la tarde..., en pleno noviembre, con mangas largas debido a la temperatura exterior, ésa que padecemos en los trayectos casa-trabajo, mucha gente en un recinto cerrado y un ordenador por persona trabajando a pleno rendimiento y encendido desde antes de las nueve de la mañana). El miércoles, algo mejor, pero repitiéndome que no debía hacer esfuerzos de ningún tipo. Toda la semana la misma presión laboral y la misma falta de estímulos.

Y sigue sin llover. Y no se ve la menor perspectiva al respecto.

Le he echado de menos cada noche desde el pasado sábado. No sé bien qué día me quedé dormida hasta más de las tres de la madrugada, en el sofá, posiblemente porque algo localizó el olor de su piel y mi mente se quedó enganchada ahí y no quiso moverse y perderlo.

Domingo. Comida familiar con sobremesa y, posiblemente, alguna foto.

Y mañana de nuevo otra semana completa. Y mi pepitogrillo repitiéndome 'no quiero ir' desde que me despierto y sé que tengo que levantarme y aplicar la rutina diaria precisamente para 'ir', y seguir diciéndome 'no quiero estar', 'quiero irme', 'quiero que den las seis', 'quiero que den las cuatro del viernes' mientras esté allí.

Y echarle en falta. Y acordarme de él y saber que no sé cuando volveré a verle. Y querer quedarme dormida pronto cuando me meto en la cama, para no echarle de menos también en ese momento.

No hay comentarios: