domingo, 26 de noviembre de 2017

Rutinas para sobrevivir.

Semana complicada nuevamente.

Cada domingo quiero pensar que la que empieza al día siguiente va a ser mejor. De veras lo pienso. Cuando salgo del trabajo los viernes por la tarde, desconecto. Intento olvidar todo lo que ha pasado, los malos rollos, el pésimo ambiente...y la verdad es que lo consigo. También porque durante el fin de semana evito tener el menor contacto con mis compañeros (nada de guasap si no es irremediable, nada de intercambio de comentarios en Facebook) y eso me permite mantener cada cosa en su sitio: el trabajo, de nueve a seis y los viernes hasta las cuatro; la vida real, antes y después de ese horario y lugar. Suele funcionar.

Cuento los días que faltan para vacaciones. Cosa rarísima en mí, a quien siempre estos temas me han tenido un tanto sin cuidado: si hay vacaciones, se aprovechan, pero sin obsesiones sobre cuándo serán (imagino que el haber estado durante años teniendo como 'vacaciones' una semana en agosto...en el mejor de los casos, no librar más que los jueves y viernes de semanasanta porque los sábados trabajaba, los primero de noviembre y el uno de mayo..y hasta en este último caso recuerdo haber trabajado uno, cambia bastante la actitud ante algunos temas). En el momento actual, cuento los días para los próximos festivos (el seis y el ocho de diciembre. El siete trabajo, por no haberme organizado bien el tiempo...y por haber tenido que coger un día de vacaciones por un tema de obras en casa, en el mes de junio). Y luego ya empiezo las vacaciones 'oficiales' el día 22 de diciembre...y hasta pasado el día de Reyes, no vuelvo. Gozada de vida.

El viernes 15 es la cena de navidad de la empresa. Por descontado, no voy a ir. A estas alturas ya me da igual si el resto de mis compañeros va a secundar la idea, si piensan no perdérselo, si pensaban ir y al final han decidido lo contrario..., porque de todo ha habido en las últimas semanas. Yo fui la primera en saber qué día sería (cosas raras que pasan...) y ya tenía decidido el 'no'. Me da igual si eso termina teniendo consecuencias: no pienso ir y punto.

No sé si el viernes siguiente, el último que trabajo, se hará el habitual 'desayuno' o 'brindis' de navidad en la oficina. También es un asunto que me trae completamente sin cuidado.

Otros años, como siempre en mi vida laboral, he sido 'la chica de las fotos'. Este año hasta es posible que me olvide la cámara..., aunque esté en mi bolso.

Estoy cansada y harta. Y no entiendo muchas cosas. Y no entiendo que me repercutan otras que no tienen absolutamente nada que ver conmigo, con mi actitud ante la vida y con el desempeño y resultado de mi trabajo.

En otro orden de cosas..., en el 'otro' orden de cosas, sigo echándole mucho de menos.

Está de vacaciones. Cosa de la que me alegro porque soy consciente de que necesitaba descansar.

Sé que no voy a verle. Nunca, estando de vacaciones, ha hecho el menor gesto por intentar verme (yo, cuando lo estaba y durante años, he ido a esperarle a la salida del trabajo, más bien a la llegada al metro, al menos un par de veces por semana) y ahora no va a cambiar esa actitud. Ahora menos que nunca.
El martes tiene que ir al médico. Nunca va a dejar de preocuparme esas cosas, aun sabiendo que no pasa nada, que en realidad no le pasa nada.

Le llamo. Hablamos. Habla y me gusta oír su voz. Desde que el sexo dejó de ser un tema presente en nuestras llamadas (de eso hace mucho, francamente) esas conversaciones no me provocan otras cosas. Simplemente me gusta oírle hablar. También me costó asimilar que no quisiera el menor comentario sexual en nuestras conversaciones, pero luego entendí que era normal que no lo quisiera cuando yo era alguien que no le ponía en lo más mínimo y terminé acostumbrándome. A veces..., alguna vez y alguna demasiado a menudo, digo algo con doble intención..., pero como noto que no se da por aludido o simplemente elude responderme, no insisto. Y ya está.

Creo que la razón por la que, hace más de siete años, vi que había 'algo' entre nosotros más allá de la simple amistad fue precisamente eso: las alusiones sexuales en nuestras conversaciones. Esa especie de pingpong dialéctico que no faltaba en ninguna llamada y que iba a más. Eso que me hizo ver que para algunas cosas podía ser como si fuese mi hermano..., pero, obviamente, con mis hermanos no hablaba de sexo...así que había algo más en todo aquello.
Ya no hay nada más.

Mi vida es madrugar para cruzarme Madrid e ir a pasar nueve horas en un sitio donde no quiero estar, y al que me liga la necesidad de cobrar una nómina que pague mis gastos, un sitio al que tardo en llegar más de hora y media y otro tanto para volver. Conseguir hablar por teléfono una, dos veces a lo sumo, por semana con alguien con quien podría haber pasado el resto de mi vida y a quien sé de antemano que no voy a ver más que si a él le cuadran todas sus cuentas para venir a pasar la noche conmigo (no hay más trato físico ni visual entre nosotros: estamos terminando noviembre y le he visto tres veces). Y dejar pasar los días con ese ritmo. Y de pronto me encuentro comprándome una crema para la cara que supuestamente es muy buena, y como más o menos me lo puedo permitir, me la compro. O un gel de ducha del que me gusta mucho el olor, y lo compro aunque su precio me daría para invertir en gel de otras marcas para tres años, aún sabiendo que sólo yo voy a oler mi piel. Y algunos días me pinto los ojos, aunque lo normal es no hacerlo, y sigo comprando barras de labios que no uso. Y estamos a menos de un mes para la Navidad, esos días que sigo sin entender del todo, y tendré que comprar productos y regalos para esas fechas porque eso es lo que se espera que haga, como he comprado lotería sabiendo que es un gasto absurdo y que nunca me va a tocar...

Mantener rutinas para seguir un engranaje. Sin más.

Me quedan menos años por delante de los que ya he vivido, incluso en el más optimista de los cálculos. Laboralmente, algo menos de veinte.

Rutina todo ello. Porque a estas alturas ya tampoco quiero esperar otra cosa. Seguir agarrándome a la rutina diaria para sobrevivir.

Y seguir esperando que, igual algún día, venga a pasar la noche conmigo y me despierte y le vea dormir a mi lado. Y, por unos segundos, creer que todo en mi vida es como lo hubiese deseado.

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