lunes, 25 de diciembre de 2017

Seguir respirando.

Mañana empiezo, oficialmente, las vacaciones.
Como creo que ya he comentado: sin planes de ningún tipo, más allá de intentar dormir lo más posible.

Sigo anormalmente cansada. Incluso sin hacer nada los dos o tres últimos días, estoy muy cansada y tengo mucho sueño aun sin madrugar.

Me gustaría mucho, mucho, verle antes de terminar el año. Pero sé que no va a ser así. Es más, cada vez estoy más segura de que no voy a volverle a ver. No sé si, simplemente, en mucho tiempo...o nunca más.

No se puede pensar en ver a quien ni siquiera contesta los mensajes. A quien se llama por teléfono y con quien no es posible hablar. Que ni siquiera en navidad se molesta en enviar una felicitación, aunque sólo fuese por compromiso.
No se puede soñar con estar con quien demuestra un desinterés tan claro y tan evidente.

Creo que debo dejar de llamarle y de escribirle, sin más.

A veces... A veces he pensado en ir a verle sin que me vea. Utilizar mi invisibilidad (aún más ante sus ojos, que hace tanto decidieron dejar de mirarme. Porque también descubrí, en aquellos tiempos en que me dejaba acompañarle un rato en su retorno a su punto de llegada tras el trabajo, que no me miraba) para verle sin ser vista.

En marzo estuve muy a punto de hacerlo. Llevaba tres meses sin verle. Un viernes cogí un bus, luego otro, uno que en teoría pasaba cerca de la estación de metro que es su punto de partida para regresar a su casa... Y antes de llegar a la parada donde debería bajarme, me di cuenta de la soberana tontería que estaba a punto de hacer...y seguí el viaje. Y terminé en un barrio al que ni le puse nombre ni se lo he intentado poner posteriormente, y bajé del bus, crucé la calle y cogí otro que no pasaría cerca de él. Y aún pasaron otros dos meses y pico antes de volverle a ver.

Hace semanas, haciendo limpieza en los archivos fotográficos del móvil, descubrí que llevaba una foto suya. La última que le hice. Estaba allí porque se la envié: las hago con la cámara de fotos digital, luego las descargo en el ordenador y desde ahí suelo mandarlas por guasap. Como él no maneja esa aplicación (o igual sí y yo no tengo acceso a contactar con él: hace poco supe que se puede bloquear contactos y no me extrañaría que esa fuese mi situación), las fotos se las enviaba por email. Y alguna mediante sms. Esa última foto se la mandé así, y por eso estaba en la memoria de mi móvil, simplemente.

Le llevo en mi teléfono desde hace año y medio. Sin saberlo.
No miro su foto, pero está ahí.
Espero sacar fuerzas algún día de los próximos meses para eliminarla.

Pienso en estas cosas, en todo eso  que tengo que hacer (no llamarle más, no escribirle, dejar de enviarle un beso de buenasnoches, borrar sus teléfonos de la memoria de los míos para resistir la tentación de seguir haciéndolo...), y me falta el aire.

Pero luego pienso que también me habría faltado si hace dos años alguien me hubiese dicho que no iba a seguir viéndole al menos una vez por semana, como hasta entonces. Que llegaría un momento en que pasarían días y días sin que hablásemos. Que enviarle un sms no significaría tener respuesta.

Y ésa es mi realidad y sigo respirando.
No sé porqué, porque cada día encuentro menos razones para seguir haciéndolo, pero sigo respirando. Por mero instinto de supervivencia, supongo.

O porque para llorar necesito aire.


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