jueves, 4 de enero de 2018

Cambio de año.

Ya en 2018.

Este año no he publicado post-resumen del año 2017. No sé. Podría alegar falta de tiempo (e igual tampoco estaría mintiendo, pese a llevar de vacaciones desde el viernes día 22), pero seré más sincera si reconozco que han sido falta de ganas. Absolutas. O ganas de olvidar ese año y pasar página sin demasiado entusiasmo (también he de reconocerlo).
No ha sido un buen año. Tampoco de ésos que dices día a día 'esto es un infierno', o en los que pasas una temporada tan mala que incluso cuando ha pasado quedan ahí los restos y cuesta quitarlos. No. Este año ha sido de ésos que dejan cicatrices pequeñas, mal sabor de boca, sensación de vacío, pocos recuerdos felices...

Sin poder decir que haya tenido enfermedades (no recuerdo ni haber pasado la gripe), no fue un buen año para la salud. Tres o cuatro ataques de ansiedad (recuerdo un par de ellos muy fuertes. Los controlo, sé que soy capaz de controlarlos y entender que no me estoy muriendo), de ésos que te dejan extrañamente convaleciente durante varios días. Ataques de dolor de estómago que duraban también días (inexplicables. Pero hay que ver lo que duele el estómago, lo que es capaz de doler...). Jaquecas de no saber qué más hacer para que se pasen. Que duran apenas unas horas y ya está, pero esas horas se hacen eternas. Y, sobre todo, el cansancio. El cansancio permanente, continuo, el sueño incluso cuando teóricamente se han dormido más de ocho horas...

Sin haber dejado, tampoco, de trabajar en todo el año..., no ha sido un buen año laboral. Por mil pequeñas cosas. Por un mal ambiente laboral continuado y progresivo, que llegó un momento en que ni yo (conciliadora por naturaleza, pegamento en el grupo en que trabajo, positiva e irónica para desdramatizarlo todo) era capaz de esquivar. Cada día más y más trabajo, cada mes menos sueldo (es lo que tiene que parte de tu 'variable' vaya condicionado a una exigencias de producción...que son progresivas mes a mes, pero donde no te dan con qué poder aumentarlo). Y la absoluta certeza de que no va a mejorar. Que la semana que viene vuelvo al trabajo y todo va a seguir igual, sólo que partiendo de nuevo de cero...

Y con la tercera variable, ésa que según la canción compone el terceto ideal para ser feliz si todo va bien (salud-dinero-amor) qué añadir. Qué más añadir cuando has visto a la persona a quien quieres tres veces a lo largo del año, sin que realmente nada pueda justificar esa circunstancia (bueno, claro que lo justifica..., pero es ajeno a mi decisión, mi voluntad y mis deseos). Cuando el año termina sabiendo que ni siquiera quiere que intentes llamarle (el educado y justificado 'ya te llamo yo a mediados de semana, ya hablamos un día de éstos'). Que mientras te lo está diciendo te parece incluso lógico: 'le llamo y no me coge el teléfono porque no lo oye, porque está cansado, porque no puede hablar..., le envío un sms de buenasnoches y a veces ni me contesta porque ya está dormido...; mejor que me llame él cuando pueda...', y luego te das cuenta de qué es lo que realmente te está diciendo: 'no me llames'. Así, sin más.  Y sin entender qué pasa.
Bueno, sí; que no me quiere, que no le intereso ni le importo. Que no soy más que una molestia reiterada.  Que, como es una persona educada, no me lo va a decir así: para eso están las excusas. Y ya está.

Evidentemente, no ha sido un buen año.

Lo terminé como todos: cumpliendo años. Y sintiéndome vieja. Por primera vez en mi vida, me siento mayor, muy mayor. Tanto como me indica mi edad real (sé que aparento..., o al menos he aparentado durante tiempo, menos de la que indica mi dni). Lo terminé con tarta y velas, con uvas mientras miraba las Campanadas en televisión, ropa interior roja, adelantando el pie derecho, tacones en botines nuevos, lanzado de moneditas a la calle mientas veo los fuegos artificiales...., todo eso. Todo lo que enlaza un año con el anterior en unos minutos, lo que lo enlaza a la vez con el mismo día de años anteriores...

Llevamos 3 días del nuevo año. El primero, rutina familiar: comida de Año Nuevo para liquidar los restos de la noche anterior y, además, comer lentejas; el segundo, enferma con un insoportable dolor de estómago a partir de mediodía que me dejó inmovilizada en casa tras una mañana sin problemas, de intendencia doméstica, gestiones bancarias, visita al híper para alguna compra de Reyes...; el tercero, ayer, más compras de Reyes y alguna foto navideña, ya sin rastro de dolor (o al menos, apenas reseñable). Tres días de rutina.

Dicen que hay que cuidar los primeros doce días del mes, porque 'marcan' lo que será cada uno de los doce meses. No sé. Por esa regla, me espera un enero de vivir de restos, escuchar discos, leer periódicos atrasados... Un febrero de alternar la rutina doméstica con las tareas administrativas propias y con el dolor inevitable. Y un marzo de más intendencia doméstica, compras y relacionarme un tanto con extraños (esto lo digo porque estas navidades he ejercido en más ocasiones que nunca de 'fotógrafa de desconocidos': gente que debe observarme haciendo fotos, debo parecerles de fiar...y terminan por pedirme si, por favor, puedo hacerles una fotografía con su móvil en los escenarios navideños madrileños). Y un abril que, a tenor a la teoría antes mencionada, va a tener mucho ordenador, y más compras...

Probablemente no hable con él los próximos días: sé que no me va a llamar. Y que, si lo hace, será por mero compromiso e incluso sabiendo que ese día y a esa hora seguramente no estaré en mi casa (mañana, día cinco, me voy por la tarde de 'paje de Reyes Magos' al domicilio materno, y probablemente ya no regrese hasta el domingo por la tarde-noche).

Objetivamente, este 2018 no está empezando bien. Pero no me quiero anclar en esa idea. Quiero pensar que va a ir mejorando. Que éste es el punto de partida y sólo puede ir mejorando.

Feliz 2018. Par, redondito y hasta lunático.

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