sábado, 16 de diciembre de 2017

Sin gloria, pero con pena.

Estoy triste.
Las navidades no me han gustado nunca (creo que lo escribo todos los años por estas fechas). No me gustaban especialmente ni de cría. Miro hacia atrás y no recuerdo esas fechas con la supuesta magia que deben tener, con ésa que recuerda casi todo el mundo, esa magia que está en la niebla que envuelven los recuerdos de infancia... No eran unos días muy distintos a los de antes o después. Simplemente, había polvorones de limón y chocolate, turrón que terminaba derritiéndose en una bandeja de cerámica que tenía unos perros dibujados, un árbol de plástico con cosas colgando que no podíamos poner ni quitar porque se rompían (a mí me gustaba especialmente alguna bola roja con hendidura amarilla como de fuego, algún animalito blanco con algo de purpurina... Curiosamente, no podía tocarlas por si se rompían, y un día supe que terminaron todas en la basura en una mudanza, sin más ni más), una cinta de cassette de villancicos que alguna navidad no se puso por temas de fallecimiento de familiares que ni siquiera conocía... Sólo me gustaba el día de Reyes,  más por 'querer creer' que por los regalos en sí (que ni siquiera elegía yo en plan 'Carta de Reyes'; se acordaba lo que iban a ser nuestros regalos, en plan 'sorpresa', supongo). Años más tarde, a la navidad se unió un Belén, y mis recuerdos incluyen cenas de huevos rellenos con mayonesa y chuletas de cordero que casi desayunábamos, más que comíamos, al día siguiente, porque siempre sobraba. Y espárragos blancos y piña de postre...

No sé. No me gustan las navidades. Años más tarde he contribuido a que los recuerdos de los demás sean mejores que los míos (al menos lo he intentado) y los días de Reyes eran una fiesta. Y los turrones y polvorones eran los mejores, y se incluyó el salmón ahumado, los volovanes de hojaldre rellenos de cosas, el sucedáneo de caviar, el queso roquefort y alguna delicatessen de andar por casa más. Pero eso tampoco mejora los recuerdos infantiles.

Y este año aun no ha llegado la navidad, pero yo ya estoy triste. Muy triste.

Hace semanas tengo la sensación de que todo se me está desmoronando alrededor. Que llevo mucho tiempo semienterrada en arenas movedizas, pero hasta determinado momento había asideros a los que agarrarme, y casi era divertida esa sensación de no poner salir del sitio. Y terminar convirtiéndolo en mi 'lugar de confort'.

Pero cada vez me queda menos a lo que agarrarme. Y soy consciente de ello. Y cuando ya no hay nada a lo que asirse, da igual que quieras huir porque no hay un punto de apoyo que te sirva como impulso.

Estoy muy cansada. Y estoy muy triste, aunque pretenda que no se note, aunque a veces parezca que estoy enfadada. Y mis enfados deben ser casi divertidos, porque me pongo de lo más sarcástica y eso a veces hace mucha gracia.

A estas alturas del mes, aun no he comprado ningún regalo de Reyes. Y me faltan cosas para completar la cena de navidad (en realidad, no, porque tenemos de todo y ya están comprados los turrones, algún entremés..., y la cena en sí ni la hago yo ni es en mi casa). Y lo peor es que no tengo ganas de nada.

Quedan 15 días para que se termine el año. Quince, con sus quince noches.

Esta semana es la última que trabajo (no sé si en lo que queda de año, o si 'la última' en una buena temporada: las cosas están complicadas. Mucho). Y a partir de ese momento ya no me quedará la excusa de estar tan cansada por las noches que tumbarme en el sofá quiera decir quedarme dormida. Y no llorar.
O no llorar apenas ninguna noche.

No creo que el año que viene sea mejor que éste, francamente. Pero mi único deseo ahora mismo es que por fin se acabe este 2017, que se va sin gloria. Porque pena si me deja, pena me ha ido dejando mucha, extendida a lo largo de los días de este año.

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