domingo, 21 de enero de 2018

Despedidas conscientes.

Cerrando círculos. Despidiéndome de cosas.

Pocas veces tenemos la oportunidad de saber que estamos haciendo algo por última vez.


Estas navidades fui a despedirme del barrio donde le conocí.

El viernes hice, voluntariamente, el mismo recorrido que hacía cuando era parte de mi rutina semanal el quedar con él y acompañarle en el regreso a su barrio.

La primera acción no fue algo planeado. En mi lista de 'regalos que tengo que comprar para Reyes' había un objeto que momentáneamente no sabía dónde iba a conseguir, y que recordé tenían en una tienda de ese barrio. En las 'pausas de la comida', durante dos años y algo, no había muchas más cosas que hacer que dar una vuelta calle arriba, calle abajo, y ver los escaparates de las pocas tiendas de la zona. La verdad es que más allá de alguna chuche en uno de esos ultramarinos chinos, pipas en el herbolario, patatas fritas en una tienda específica para ello o algún bolígrafo en el bazar chino, no tuve demasiada relación con las tiendas de la zona..., y nunca compré nada en la que ahora recordaba como sitio donde comprar ese regalo...
Por descontado, la tienda estaba cerrada al no haber calculado bien el horario.

Y allí, a mediodía, me reencontré con el mismo paisaje. Las mismas tiendas. El mismo hipermercado al que algunos días me echaba una carrera para comprar algo que no tenía para la cena. El mismo bar con terraza, junto a la autoescuela, donde muchos viernes de la última etapa quedábamos para dedicar dos y hasta tres horas a tomar un par de cafés. El mismo edificio con antena.

Me gustó que no hubiese apenas gente por la calle, que prácticamente todos los locales estuviesen cerrados (creo que sólo estaba abierto el ultramarinos chino, además del hipermercado francés. Y los bares, claro). Me reencontré con la antena, ésa que sí sé que seguía en su sitio porque algunos días la diviso desde varios kilómetros de distancia, la busco con la mirada también algún día en que otro bus de mis variables sobre la rutina atraviesa el barrio. Me di cuenta de que hace seis años y medio que dejé de trabajar en la zona. Y de que prácticamente todo seguía exactamente igual.

Estaba nublado, pero sin nubes definidas, uno de esos días que a la vez son grises y luminosos de los eneros madrileños. Los árboles apenas conservaban hojas. La supuesta zona ajardinada de la acera de enfrente al 'Edificio' seguía igual de abandonada: una especie de ligero terraplén con algún arbusto.
Me hice un par, o tres, o más, de autofotos con la cámara.
Hice el mismo recorrido de vuelta de tantas noches, hasta la parada del bus de la calle paralela.
Y desde allí, me acerqué a la boca de metro más cercana, que no pertenecía para nada a la rutina de aquellos días. Y continué mi día de compras.

No creo que tenga nunca motivos para volver a pisar esas calles.
No fue una despedida consciente, pero sé que seguramente era la última vez.

El viernes pasado tampoco era consciente de lo que iba a hacer. No lo planifiqué.

Tras la segunda jornada de Convención Comercial de la empresa en que trabajo, el bus que cogí para empezar el regreso a casa, con dos compañeros, me dejó en el intercambiador por el que paso todos los días (y por el que pasamos, seguro, casi todos los que no empleamos el vehículo propio para desplazarnos). Y me di cuenta de que eran poco más de las cuatro de la tarde, quizá ya cerca de las cinco, y no tenía nada concreto en mis planes. Y se me ocurrió de pronto..., o igual ni eso. Simplemente, continué el trayecto con una de mis compañeras (que viven en uno de esos municipios del extrarradio hasta donde ya también llega el Metro de Madrid y que, circunstancialmente, estaba usando este medio de transporte al tener averiado el coche), dándome cuenta de hacia dónde iba y dónde iba a terminar.
E hice el mismo recorrido, partiendo desde el mismo punto equidistante a los lugares de trabajo de ambos en que algunas veces quedaba con él. Y, aunque este viernes la compañía fuese otra, era el recorrido que hacía acompañada y para acompañarle.

Y me bajé en el punto de llegada de aquellos días. Y, algo más de dos años después, también todo seguía igual: el mismo otro edificio con antena, la mismas marquesinas de autobús, el mismo llamado 'intercambiador zonal', que no es otra  cosa que un espacio en superficie donde se congregan media docena de cabeceras de línea de buses interubanos, el mismo supermercado alemán donde alguna vez entraba antes de coger el bus de regreso tras despedirme de él.

El entorno que sigue siendo parte de su rutina. De la rutina de la que decidió sacarme, primero con una explicación que me pareció lógica (por un tema circunstancial de cambio de horarios le iban a recoger al trabajo), luego con excusas, ahora sin explicación alguna.

Entré al supermercado, más por repetir lo que a veces hacía que por necesidad (trabajo muy cerca de un establecimiento similar). Fui a la misma marquesina donde cogía el mismo bus, que curiosamente también era la línea que me llevaba desde el barrio de mi otra despedida al mismo punto de llegada, la estación de Atocha. Otro sitio que forma parte de esta historia mía con él, ésta que sólo me ha importado y me importa a mí.
E hice el mismo recorrido de vuelta. Tan sola como lo hice siempre.

Creo que nunca viajé con él en esa línea de autobuses.

Mientras me 'despedía' del barrio donde le conocí y donde tantas noches esperó conmigo a que viniera mi autobús, entendí claramente porqué no quiere que vaya a esperarle cerca de donde trabaja, como hice tantas veces.

Mientras salía a la calle, sola desde la estación que fue mi punto de llegada el pasado viernes, creí darme cuenta de que siempre había salido a la calle acompañada por él. Y de pronto recordé que un día no fue así. Que me pidió que no saliera con él para que no nos viesen juntos, porque quizá le estaban esperando. Aquel día esperé a verle desaparecer escaleras arriba. Y salí por el otro acceso de la estación , el que está justo frente al supermercado y las cabeceras de línea de los autobuses. Sin mirar hacia donde podía estar.

Nunca supe porqué aquel día me pidió aquello.
A veces me he preguntado porqué accedí.
Y siempre me preguntaré porqué seguí quedando con él tras aquella noche.

Todas estas cosas ya dan exactamente igual. Creo que tenía que hacer ese recorrido sola, por última vez. Conscientemente por última vez.

Pocas veces tenemos la oportunidad de saber que estamos haciendo algo por última vez. Lo normal es que un día nos demos cuenta de que algo o alguien ha cambiado nuestra rutina y ya está. Yo no supe que la última vez que estuve con él en el barrio donde nos conocimos sería eso, la última.
Cuando me despedí de él la última noche, en el punto donde él cogía el último bus hacia su casa y yo me daba la vuelta y cogía otro para empezar mi recorrido de vuelta, tampoco podía imaginar que la siguiente semana ya no se repetiría aquello, ni antes de finales de año, ni todo el año que empezaría tres semanas después, ni todo el año siguiente. Y que empezaría otro año más y yo ya sabría claramente que no quería verme al salir del trabajo. Ni en ninguna otra ocasión.

Cualquier día, será el último en que hablemos por teléfono.
Y creo que ese día no seré consciente de que lo era. Y no podré repetir ese momento diciendo o diciéndome 'es la última vez que hablamos'.

Igual por eso he hecho estos dos recorridos que eran parte de mi rutina con él, para saber que eran los últimos e, igual, sacar su presencia permanente de esos paisajes. Quizá, como parte de mi personal periodo de duelo.

Y he hecho esos recorridos sin pizca de nostalgia y en dos momentos en que no existía la más remota posibilidad de encontrármelo.
O, casi más exactamente, de que él se encontrase conmigo.


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