sábado, 3 de febrero de 2018

De enero a febrero. Sin rastros visibles.

Semana de transición. De un mes al siguiente, para ser precisos.Una semana pésima. Que no mido como 'empezada el lunes', sino 'empezada el viernes pasado'.

A decir verdad, cada día intento desconectar del anterior. 
Salgo del trabajo y, tal como entro en el ascensor, ya he desconectado de lo que hago allí. He tenido que aprender a hacerlo por mero instinto de supervivencia.

El viernes de la semana pasada fue directamente una pesadilla. Una concatenación de disparates tras disparates. Sé que la estrategia que está siguiendo la empresa en la actualidad es conseguir que algunos nos aburramos y nos vayamos voluntariamente: ya le ha salido bien en varias ocasiones e, imagino, lo que en esos casos se ahorran en indemnizaciones se lo estarán apuntando como 'logro profesional' las dos mediocres que coordinan, respectivamente, la dirección del chiringuito con pinta de oficina donde trabajo y la acólita que nos coordina al grupo en que yo desempeño mi función. Sobra gente. Curiosamente, desde septiembre no han despedido a nadie ni se ha ido nadie, y ahora se encuentran con que tienen que incorporarse en breve dos 'bajas por maternidad' (bueno, en realidad están en periodo de excedencia) y eso les obliga a empezar a mover a quienes están cubriendo sus puestos. Y como en ninguno de los dos casos realmente se contrató a nadie específico para cubrir los puestos, sino que se cubrieron con personas que ya estaban en plantilla...contratando a otras personas para cubrir los puestos de estas últimas, ahora se encuentran con el problema de que van a tener que revertir la operación. Pero resulta que todos los que están cubriendo el puesto de las excedentes están desempeñando perfectamente su trabajo: cualquier despido va a suponer una pérdida de un profesional...

Y creo que se han dado cuenta de que es más sencillo conseguir que la gente se vaya voluntariamente. Así no hay que tomar decisiones. Así, se queda bien con todo el mundo.Repulsivo.

El viernes de la semana pasada, tras salir del trabajo, me di una vuelta por el centro. En realidad, tenía que ir al centro para comprar unas tonterías como regalo...y me fui por el camino más largo. Aunque lo que quería hacer no era eso, sino hacer las compras cuanto antes y luego ir al hipermercado a reponer los alimentos para la semana e irme a casa. Y no salir en todo el sábado, a poder ser. Pero estoy tan descentrada que terminé en el recorrido más largo.

Y en ese recorrido, un chico me dio una muestra de una crema en la puerta de una tienda (como a veces te dan una tarjeta de publicidad).  Y como le respondí de forma más o menos simpática, me dijo que entrase para darme un  regalo. Y entré (era una tienda de cosmética, no sé si natural, alternativa...). Y una chica con bata blanca me puso un espejo delante, al tiempo que me preguntaba '¿Y esos ojos?'.
Y lo que vi me asustó. Aunque ya lo había visto en el espejo del baño de la oficina.

Y respondí: 'Pues de llevar levantada desde la seis y media de la mañana. Y ayer igual, y así día tras día. Y acostarme tarde'. Y no quise añadir: 'y pasarme diez horas delante de pantallas. Y trabajar en un sitio sin luz natural, ni poca ni mucha, porque a mi jefa le gusta estar lo más lejos posible de las pocas ventanas que tenemos. Y comer mal. Y soportar demasiada presión. Y mil cosas más'Se ofreció para hacerme un 'liftin con productos naturales'. Le dije que mejor otro día...

Tenía unas ojeras oscuras como hacía tiempo que no recordaba. Tenía los párpados hinchados, y bolsas. Y un aspecto de piel gris amarillenta como también hacía mucho que no recordaba...o igual como no había tenido nunca.
Soy muy, muy fotogénica. En las fotos no se me suelen ver las ojeras ni las manchas: es un tema de 'reflejar la luz' de forma natural.

Al llegar a casa, me puse delante la cámara y disparé.En la foto se me ven las ojeras y las bolsas.En la realidad era aun peor, mucho peor: hasta en momentos horripilantes soy fotogénica.

 El lunes volví al trabajo mientras mi mente repetía casi en plan mantra 'no quiero ir, no quiero ir'.
Y pasé-soporté el día lo mejor que pude. Simplemente, metiéndome en la rueda de la dinámica cotidiana y no pensando.Cuando salí, también me metí en la rutina de vuelta a casa, pensando sólo en llegar cuanto antes.
Al hacer el trasbordo del bus al metro, ése que es parte de una de mis 'rutas alternativas' para volver a casa y que conlleva bajar a pie un largo tramo de escaleras desde la calle, cruzar pasillos inmensos, seguir bajando tramos de escaleras, dos larguísimos, aunque ya sean escaleras mecánicas, reconocí que no me encontraba bien. Es más, que me empezaba a encontrar cada vez peor.Pero estaba en pleno 'camino de vuelta'. Y llegaría a mi casa.
Y eran sólo cinco estaciones de metro (a muchos, pero muchos metros bajo tierra. No suelo pensar en ello. Tampoco lo pensé el lunes). Y luego subir un poco, otros dos tramos de escalera, la última a pie porque lleva meses averiada la mecánica, para coger el tren: ése va casi todo el tiempo por superficie, veo la calle. Y fui consciente de que cada vez me sentía peor. Pero era aguantar un rato porque, total, iba directa a casa.

Llegué a mi estación de destino sintiéndome fatal. Hay un bus que me acerca desde la estación de tren algo al edificio donde vivo, pero salvo que esté en la parada, no suelo cogerlo (en realidad, es que tarda lo mismo que si voy andando). No sé si el lunes me fijé en si el panel de la marquesita decía que faltaba poco para que llegase. Fui caminando, también para ver si el aire me despejaba.El recorrido se me hizo largo. El cuerpo me decía que buscase un banco y me sentara unos minutos.

Yo sólo quería llegar.El trayecto de seis plantas de ascensor fue eterno.

Entré por la puerta y fui dejando por el camino el bolso, el abrigo, la bolsa donde suelo llevar un libro y la comida, no sé si más cosas que pudiese llevar. Lo fui dejando mientras iba hacia el baño: creo que a esas alturas ya ni veía.
No recuerdo muchas más cosas, más allá de estar casi segura de que me estaba muriendo.Pero no: sobreviví.

Es más, creo que luego estuve recogiendo la cocina..., tampoco estoy segura. Igual eso fue el martes. Igual lo que ordené fue la mesa del salón. O...no lo sé.Pero no me morí.Porque al final siempre sobrevivo.

Y tampoco pedí cita con el médico: sigo sin saber a qué hora me toca, ni quien es. Ni siquiera estoy segura de que siga siendo en el mismo Centro de Salud.

Y al día siguiente volví al trabajo como si tal cosa. No sé si con las mismas ojeras o con menos, pero sí soportando durante el trayecto las mismas huelgas encubiertas de Renfe y Metro, ésas que desde hace meses disfrazan de averías inexplicables, y que me hacen tener que salir antes de lo que debiera de casa y llegar ya cansada.

Esta semana, dos de esas 'huelgas'. Otro día, en cambio, me quedé dormida y tuve que compensar las rutinas matinales de desayuno-aseo en veinte minutos y a pesar de eso salir diez minutos más tarde de lo habitual...y llegar cinco minutos antes de lo normal...Y acumular cansancio.Y que cada día laboral supere al anterior en absurdos y presión.

Y querer creerme que, quizás, esta semana le vería un ratito alguna tarde al salir, le acompañaría unos minutos en su regreso a casa. Querer creérmelo, pero en el fondo saber que no sería así.Que tampoco esta semana tendría esa medicina.

Al final, lo único que ha pasado esta semana es que empezó siendo enero y terminó siendo febrero.E, igual que también hubo un eclipse de luna que tampoco vi, no ha pasado nada más que deje rastro visible.

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