miércoles, 17 de enero de 2018

Insufrible rutina cicatrizante.

Volví al trabajo sin querer volver. Pero volví. También porque no me quedaba otro remedio.

 Y ha pasado semana y media, y desde hace días tengo la sensación de no haberme ido nunca de vacaciones. Y hago cuentas y recuerdo que no han pasado ni dos semanas desde que volví a la rutina, que hace diecisiete días, poco más de dos semanas, empezó el año y aun me quedaban días para regresar al trabajo.
Y me cuesta creerlo.

Vuelta a las huelgas encubiertas en el transporte público madrileño. A salir de casa antes de que salga el sol y volver cuando ya es de nuevo noche. A que cada día haya normas nuevas para seguir ejerciendo presión sobre nosotros en el trabajo. A confirmar que los objetivos fijados para este año son inalcanzables. A que la mediocridad se convierta en dictadura cuando le dan poder de decisión a quien no está capacitado para ello.
Vuelta a lo mismo que dejé, en definitiva.

Ni siquiera otro cambio de sitio, de ubicación de mi mesa de trabajo (nos cambian a menudo) me ha servido para sentir que algo se haya renovado.

Si tengo que reconocer que esta rutina ahogadora tiene algo bueno: me evita pensar en otras cosas.
En 'ésa' otra cosa.

Aunque pienso cada día en él, y casi podría asegurar que cada hora. Aunque le recuerde de forma permanente sin necesidad de tener que pensarle. Pasar toda la jornada laboral sin apenas tiempo ni para ir al baño, levantarme por las mañanas con ganas de quedarme en la cama, soportar atascos y averías y retrasos en el transporte que me hacen tardar algunos días más de dos horas en hacer el trayecto de vuelta a casa, estar tan cansada que el poco tiempo es echar un repaso a las redes sociales en el portátil, preparar algo de cena, ver el informativo mientras ceno, ducharme antes o después, desmaquillar el poco maquillaje que me apliqué allá sobre las siete de la mañana, prepararme un té con hierbas para descansar y algo de jengibre, tumbarme frente a la tele encendida, cerrar los ojos en una pausa publicitaria y descubrir que en el parpadeo han pasado dos horas y trasladarme a la cama a seguir durmiendo... y que al día siguiente sea otra  vez lo mismo..., todo esto quizá me ayude. No a no recordarle ni a no echarle de menos...pero quiero pensar que esta rutina que analizada me parece insoportable me puede estar ayudando a algo.

A conseguir que llegue un día en que no le eche tanto, tantísimo de menos como le sigo echando. A que esta mortal rutina me ayude a cicatrizar.

No hay comentarios: