domingo, 18 de febrero de 2018

A veces, agotar todos los intentos no lleva a conseguir nada.

La llamada proyectada para ayer era innecesariamente inútil. Y lo sabía antes de hacerla.

No se molestó en coger el teléfono. Por supuesto.

Como casi siempre, hice tres intentos. Cuando he..., había, quedado en llamarle, solía insistir hasta tres veces si a la primera (o la segunda) no me respondía. Dependiendo de la hora, podía ser en un especio relativamente corto (veinte minutos, media hora) o espaciarlo más (un intento a media tarde, los otros dos en el transcurso de la misma. Normalmente, nunca a más de las diez de la noche). Después, le enviaba un sms. Normalmente le indicaba que había estado llamándole.

A veces, en su respuesta me decía porqué no había respondido a las llamadas. Alguna vez, tan escasas esas ocasiones que me cuesta recordar con claridad alguna. me devolvía la llamada de inmediato. Otras, indicaba cuando podía volver a llamarle ('mañana', 'el sábado'...).

Ayer contaba con que no iba a responderme.

Aun así, tenía que intentarlo. También, porque fue lo que le dije en el último sms que le envié, creo que el jueves..., igual el miércoles, ya no sé. No lo voy a comprobar.
Tenía que agotar también esa posibilidad.

Desde que tengo uso de razón, mi forma de ser incluye agotar todas las posibilidades, insistir, cuando de veras quiero algo. Lo hago desde mucho antes de imaginar que pudiese haber otras opciones de comportamiento o que no era la única que lo hacía. Si me dicen que sólo hay una posibilidad entre un millón de conseguir algo (lo que sea, pero que implique mi esfuerzo) y aun a sabiendas de que igual me supone un esfuerzo inútil y agotador, sigo insistiendo.
Porque agotaré los intentos aunque eso suponga mi propio agotamiento.

Normalmente, no es necesario 'gastar' los 999.999 intentos: llego antes a la meta.
Pero si fuese necesario hacer esos 999.999 intentos, seguro que los haría.

Creo que en  esta historia he agotado esos intentos.

Seguí queriendo estar en contacto con él cuando la rutina laboral (lo que hizo que le conociera) nos separó, rescisión de contrato mediante, hace casi ocho años. Acepté la evidencia de que el único interés que tenía de seguir en contacto conmigo era que yo sí volví a trabajar en esa empresa, otro año más (porque, en realidad, ése era su único interés, por mucho que quisiera darme a entender otra cosa..., y que yo llegase a creérmelo. Que su interés pudiese ser en mi persona. Nunca fue así. Aunque terminase en mi cama, nunca le interesé). Seguí insistiendo en querer verle tras cada excusa para cancelar encuentros prefijados, aquello a lo que puse de nombre 'aplazamientos sucesivos', porque fui yo quien se empeñó en considerarlos aplazamientos: aplazar conllevaba esperanza. Y..., y qué más da. Si nos vimos al menos una vez por semana, una vez cada quince días, un rato, durante dos años y medio cuando él ya había conseguido volver a la empresa donde le conocí y donde yo sabía, y sé, que no volveré nunca, fue porque me empeñé en ir a encontrarme con él en su recorrido de regreso a casa tras el trabajo.  Si hemos seguido hablando, es porque yo le llamaba (nunca lo medí, pero calculo que por cada veinte llamadas mías, hubo una suya). Incluso cuando me dijo claramente, hace meses, que no tenía la menor intención de llamarme, seguí llamando yo. Y mantuve la rutina de el sms de buenasnoches, incluso cuando dejó de contestarme a algunos, cada vez más frecuentemente. Y aún cuando me respondía que no podía ser, que le recogían cada tarde en la puerta del trabajo para llevarle a casa y que, claro, no podíamos volver a la rutina de los esporádicos acompañamientos en el trayecto de vuelta a casa, seguí planteándoselo de vez en cuando. Dos años planteándoselo de vez en cuando, para que supiese que no se me habían pasado las ganas.

Nunca perdí las ganas de verle.

Creo que es la primera vez en mi vida, en esta vida que ya se encamina hacia el medio siglo, que de veras sé que he agotado todas las posibilidades que creí que tenía por delante. 
En realidad nunca existió esa 'posibilidad entre un millón' de tenerle.

Sabía que mi llamada programada para ayer, sábado diecisiete de febrero, sería un intento inútil. Otro más. Pero le llamé. Tres veces entre las ocho y las diez de la noche.
En dos de ésos intentos me saltó el 'buzón de voz'. Lo que yo llamaba 'la señora que vive dentro de tu teléfono'. En otro de los intentos, ni siquiera eso: supongo que cortó la llamada antes.
Supongo que eso lo hizo otras veces, aunque nunca me lo planteé. Hay muchas evidencias que nunca quise reconocer.

Como tantas veces tras las llamadas que no me respondía, le envié un sms.

El contador de los sms que hemos intercambiado con este teléfono me dice que es el 999. Tengo este teléfono desde enero de 2016. En este tiempo, creo que nos hemos visto ocho veces..., nueve. En ocho durmió en mi casa, la otra fue de cortesía disfrazada de 'quedar para tomar café'. Hasta esas fechas, durante dos años y medio nos vimos al menos tres veces al mes, casi siempre porque yo iba a verle..., creo que en esta frase sobra el 'casi': debo ir reconociendo las evidencias que siempre estuvieron ahí.

En breve, eliminaré su nombre de la agenda de mis teléfonos. No sé exactamente cuando, pero sé que tengo que hacerlo. No borraré su número, pero dejaré de tenerlo identificado con su nombre.

También borraré el registro de los sms. Los 999 que, si me pusiera a leer, contarían la historia resumida de estos dos últimos años. Una historia en que yo le escribo y le envío besos de buenasnoches, en que le aviso de si han cortado momentáneamente la línea me metro que teóricamente usa para ir o volver del trabajo, en que seguramente le he enviado alguna foto o le he informado de cualquier cosa que, seguramente, ya sabía de antes, porque ya se me había adelantado alguien a informarle.
No sé cuando lo haré, pero sé que tengo que hacerlo.

En el penúltimo sms, el 998, ése que le envié a mitad de la semana, le dije que le llamaría el sábado. También le dije que a partir de esa llamada no insistiría más.
El sms nº 999 ha sido una despedida.

Agotando también por esa vía todos los intentos de algo que en realidad no podía conseguir porque no tuve, nunca, ninguna opción de tener.

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