domingo, 4 de marzo de 2018

Domingos de despertar a mi lado.

Siempre se levantaba antes que yo.
A veces, yo le esperaba en la cama (sobre todo, si se había levantado e ido cuando ya habíamos empezado algo o cuando ya estábamos los dos despiertos de manera muy evidente). A veces volvía. Otras no.

Le encontraba sentado en el sofá, en el lado derecho del sofá. Muchas veces, fumando.

Me sentaba a su lado. Y le abrazaba. Me gustaba abrazarle desde atrás, inclinarme hacia él y rodearle con los brazos. Apoyar mi cara en su espalda y, a veces, besarle. Me gustaba sentir así, aún, el calor de su cuerpo y el mismo olor que tenían mis sábanas.
Era sólo un momento. Creo que lo hice siempre.

Alguna vez, primero pasé por la cocina para llenar de agua el depósito de la cafetera y de café molido el filtro y que se fuese preparando. Y luego volvía a su lado.

Cuando llevaba el pelo largo, incluso muy largo, también me gustaba medir hasta donde le llegaba. Probablemente fui la última persona que hizo eso, medir hasta donde le llegaba el pelo estando desnudo, porque el domingo anterior a que se lo cortase se despertó en mi cama. Creo que tengo la última foto que se hizo con el pelo largo. En esos días, muy largo, demasiado.

Me gustaba mucho cuando llevaba el pelo largo, en el periodo en que se lo estaba dejando crecer. No me he pasado a pensar, nunca, si me gustan los hombres con el pelo largo, pero él me resultaba muy sexy.
Tengo guardadas esas últimas fotos. Durante un tiempo, una de ellas estuvo en mi estantería.
Ahora están todas juntas, ésas y las otras fotos que le hice, guardadas. Supongo que algún día debería deshacerme de ellas. Porque creo que nunca dejará de doler si casualmente las encuentro.

A veces, yendo con él en el metro, en el tren, veía miradas observándole. Y sabía que esas miradas femeninas sí eran de a quienes les gustaba esa estética masculina y, supongo, en esos momentos lo encontraban tan sexy como me parecía a mí. Creo que en alguna ocasión pensé: 'sí, te gusta. Pero dentro de un rato estará desnudo a mi lado' o 'pero he sido yo quien ha medido hace un rato hasta donde le cubre el pelo en su espalda desnuda, todo desnudo él a mi lado'.

Lo he escrito otras veces: despertarme y verle a mi lado a media noche nunca me pareció algo extraño. Me hacía sentir que todo estaba bien.

Nunca me ha dado miedo dormir sola. Igual porque nunca me he sentido sola (no entiendo las razones: no soy creyente en el sentido clásico).
Sólo recuerdo con claridad dos momentos en que sí me sentí angustiosamente sola.

En el primero, me fui a buscarle cuando ya amanecía: había decidido dormir en el sofá. No, no se había quedado dormido simplemente: lo había decidido conscientemente, porque se levantó más de una vez, una de ellas le vi perfectamente asomarse a mi dormitorio y volver al sofá. Me fui a buscarle y le llevé a la cama, porque supe que si ese día no despertaba a su lado sería la última vez que lo aceptase en mi cama. Y no podía hacer eso.
En el segundo, supe que estaba allí pero no estaba conmigo. Fue la última noche. Y yo entendí en ese mismo momento que no iba a volver.

Me gustaba abrazarle por la espalda, un momento siquiera, cuando levantados de la cama me lo encontraba sentado en el sofá. Incluso cuando ya tenía absolutamente claro que no le gustaba que le abrazase (la justificación es que no le gusta que le toquen, en general. En realidad me estaba diciendo que no le gustaba que lo hiciese yo). Era mi último 'saltarme las normas', era prolongar un instante la intimidad de haber estado dormidos bajo la misma sábana.

En algún momento también empecé a abrazarle, ya vestido y cuando íbamos a salir de casa. Un instante, también.
Cuando empecé a hacerlo creo que fue porque supe que cualquiera de aquellos abrazos sería el último. Y porque en la calle no podía tocarle.

Muchas veces, muchas, deseé despedirme de él con un beso en los labios.
Nunca me atreví. Siempre recordé que no era nada mío. Que esas cosas las reservaba para quienes sí lo era.

Muchas mañanas amanecía nublado cuando despertaba en mi casa. Daba igual si el día anterior fue de sol luminoso, si anocheció con cientos de estrellas en un cielo despejado, si llevábamos meses de pertinaz sequía y no se esperaba lluvia: que amaneciera nublado se convirtió en casi una tradición.
Tanto, que hasta recuerdo perfectamente la fecha del primer día que no fue así. Hace poco más de 3 años, domingo.

Me gustaba despertar a su lado. Me gustaba abrazarle por la espalda unos segundos, el olor de su piel, preparar café, llevarlo a la mesa y echarle el azúcar (yo lo tomo sin ella), escuchar la radio de fondo, que las conversaciones empezasen tras cualquier comentario escuchado y terminasen hablándome de cine o de filosofía o de..., qué más da, tantos temas en realidad recurrentes.
Temas de despertar en mi casa tras dormir desnudo a mi lado.

Aunque hubo bastantes sábados y, antes de ese momento, también martes, miércoles, jueves..., nunca lunes ni viernes, siempre pienso en ese momento como 'domingo por la mañana'.

Domingos luminosos aunque estuviese nublado, domingos en que le abrazaba un momento mientras se hacía el café. En que seguí haciéndolo tras saber que no le gustaba que le tocase.
Domingos en que despertaba a mi lado. Aunque en realidad, siempre quisiera estar en otro sitio. En algún sitio donde no estuviese yo queriendo abrazarle.

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