jueves, 29 de marzo de 2018

Tiempo es lo único que pasa.

Y no pasa otra cosa que el tiempo. Nada más.

A punto de terminar otro mes. El tercero del año. Cuando es como si acabase de pasar la navidad, cuando aún tengo regalos de Reyes sin colocar en ningún sitio concreto, y ya han pasado tres meses.
Porque solo pasa eso: tiempo.

Esperaba estos días para poder descansar. Sobre todo, para poderme permitir el lujo de levantarme tarde. Pero esta mañana ya estaba despierta a las ocho. Que, con el cambio horario (que se hizo la noche del sábado al domingo y que tardo bastantes días en asimilar) para mi cuerpo eran las siete. Y ya no he sido capaz de volverme a quedar dormida en condiciones.

Ayer querría haber escrito algo. Pero..., no sé. No me gustan los miércoles de la semanasanta. Es un día que nunca me ha gustado, que me trae recuerdos..., recuerdos raros y casi ninguno bueno. Me produce desasosiego, encontrarme con dos días libres por delante y casi que me pille por sorpresa y casi siempre sin planes. O con planes fallidos. 
Por eso no me gustan. Por eso decidí no escribir.

Porque este año no está siendo bueno y no lo está siendo por muchas razones y en muchos aspectos.

Sigo sin saber nada de él. Sigo echándole muchísimo de menos.
Sigo teniendo claro que me ha sacado totalmente de su vida y que, probablemente, nunca volveré a verle. Y raramente volveremos a hablar.

Fue otra semanasanta cuando también supe que probablemente dejaría de verle en breve. Pero luego no fue así porque me resistí a aceptarlo y me empeñé en que no fuese.

Pero aquella semanasanta también fue complicada. Ocho años ya. Mañana hará ocho años de ese día, del día en que supe que no quería que fuese el fin de nuestra relación, pero parecía inevitable.

Ocho años. Cuanto tiempo.
Qué rápido ha pasado, también.

Y como se terminan a veces las cosas, cuando quizá menos lo esperas, cuando sólo es la voluntad de que se acaben lo que importa.

No hay comentarios: