jueves, 1 de marzo de 2018

Veintiún días.

Dicen que para desengancharse de algo bastan 21 días.
También para crear una nueva costumbre.

Tres semanas en que rompa con esa costumbre, con ese hábito o con ese vicio. O que se adquiera conscientemente una nueva rutina. Tres semanas seguidas sin fumar. Sin comer chocolate. Saliendo a correr por las mañanas, Madrugando veinte minutos adicionales para maquillarse. Yendo a clase o al gimnasio. O dejando de ir, si lo que nos pasa es que ya creemos que si no pasamos 3 horas diarias haciendo pesas nos va a pasar algo malo. Bajándose del metro una parada antes del destino para ir caminando. Acostándose antes para dormir una hora más. Apagando el móvil a partir de determinada hora o no sacándolo si hemos quedado para charlar y tomar café con otra persona.
Veintiún días para cambiar de vida. Pero haciendo ese reto de manera consciente. Incluso admitiendo que hemos tenido un momento de debilidad y hemos estado a punto de recaer..., o directamente hemos recaído.

Mi reto comenzó hace doce días. Aunque no me lo plateé como tal.

Cada día, en torno a las diez menos cuarto, menos diez, de la noche, intento estar muy ocupada. Y que esa ocupación se alargue hasta las diez y diez, diez y cuarto. Me meto en la ducha. Preparo la cena y me pongo a cenar. Elijo la ropa para el día siguiente. Antes, he metido el móvil en el bolso.

Procuro estar entretenida, que pase esa media hora. Que pase el peligro, mi deseo de escribirle. De desearle buenasnoches.
Como todos estos años.

Intento estar ocupada para evitarlo. Como durante estos años he procurado estar disponible, con el teléfono cerca, buscando una justificación si un día me quedé dormida o alguna circunstancia familiar impidió que le enviase el sms de cada día. Y disponible para llamarle si habíamos quedado en hablar, disponible por si me llamaba, para esperar su respuesta a mi beso virtual de buenasnoches.

Mi reto empezó hace doce días, aunque en ese momento no creí que fuese ningún reto.

Sabía que me iba a costar mucho no seguir escribiéndole.
No imaginaba que me iba a costar tanto.

El sábado tuve una 'recaída'. Le escribí. Me contestó una hora más tarde.
En el mismo tono defensivo con el que empezó a tratarme no sé bien en qué momento concreto, pero hace ya muchos meses.
En el fondo, tampoco esperaba otra cosa.

Dicen que hacen falta 21 días para dejar un hábito o adquirir otro.
El sábado pasado se cumplían 21 días desde la última vez que hablé con él.
Le escribí para pedirle permiso para llamarle.
No me lo dio.

Dicen que hacen falta 21 días para desengancharse de algo.
Ya han pasado 26 sin escuchar su voz. Sigo echándole de menos. Cada día.

Y,  sin poder desearle que duerma bien, que descanse, que espero que haya tenido un buen día, que se abrigue..., desearle que entienda que cada noche es a él a quien deseo..., mucho más cada noche.

No hay comentarios: