sábado, 14 de abril de 2018

Catorce de abril.

Catorce de abril.
Sábado, este año.

La semana ha sido como todas desde hace meses: insulsa. De no hacer nada y no parar de hacer cosas, de terminarla con la sensación (ya conocida) de que nada de lo que haga tendrá la menor transcendencia.

Me voy recuperando. Físicamente, quiero decir. Tras un frasco entero de jarabe, algún paracetamol y la preceptiva cucharada de miel antes de acostarme, ya toso menos. Casi sería más acertado decir que la gente piensa que ya estoy mejor, porque se me notan menos los síntomas o porque tengo menos síntomas de resfriado, alergia o lo que sea que tengo desde hace un par de semanas y que me hace toser y me dificulta la respiración.  Yo me siento igual de mal. O..., no sé. Porque realmente no me siento mal porque no respire bien o porque me den ataques de asma. Me siento mal porque no estoy bien desde hace mucho.
Y lo de menos son los malestares físicos.

A veces decido que merezco un regalo y me lo hago. Ayer fue uno de esos momentos.
Pensé que había sido muy buena toda la semana, había trabajado mucho y con muy buenos resultados y, además, llevo semanas malita, y me acordé que hace meses vi algo que me gustó. Y el mes pasado volví a verlo y me siguió gustando..., y no sabía bien porqué en ninguna de las dos situaciones me decidí a comprarlo (porque sí compré algo y no fue eso). Así que fui a por ello. Bueno..., en realidad no había planificado nada, pero finalmente el autobús elegido me hizo terminar en ese Centro Comercial.

Estuve a punto de no comprármelo, porque volví a ver otra cosa que me gustaba y... Al final, compré ambas. Son dos pares de pendientes (otros más). Creo que tengo pendientes para no repetir durante un mes completo. Casi todos de plata con piedras semipreciosas o directamente preciosas, algunos de oro. Hace años, más de 20, también lo usaba de bisutería, pero mis alergias..., en fin.

Son cosas que no necesito e igual me hacen gastar un dinero que debería guardar para tiempos peores. Pero igual también lo hago para autoconsolarme o para intentar hacerlo. Un ratito de consuelo, como quien da un caramelo al niño que llora.

Alguna vez hice tiempo en ese Centro Comercial porque había quedado con él y..., eso, hacía tiempo. Está tan cerca del sitio donde trabaja que podría ir andando a esperarle. Nunca lo hice. Aprendí qué buses me acercaban a la estación de metro donde quedaba con él. 
Tampoco ayer me acerqué.

El bus me llevó hasta la estación de metro donde, probablemente, también pasa él para iniciar el camino de vuelta a su casa. Y me hizo pasar ante el edificio donde trabaja.
En ningún momento imaginé que pudiese encontrármelo.
Supongo que no imaginar algo ayuda a que no pase.

Sería fácil acercarme a la proximidad de su centro de trabajo y esperar a verle pasar. Mi capacidad para ser invisible a voluntad ayudaría. Mi impresentable aspecto físico actual, que me hace casi irreconocible, también.  Pero no creo que haga nunca eso.

Le echo muchísimo de menos. No entiendo su silencio. No entiendo que no me escriba siquiera. No entiendo nada.

Hoy es catorce de abril. Se cumplen ocho años, justos, del que pensé que sería el último día en que nos viésemos. Y que fue, al tiempo, el día en que tomé la decisión de que quería seguir viéndole, que necesitaba seguir estando en contacto con él. Sin embargo, cuando esa tarde me despedí de él al coger el bus, sí llegué a preguntarme si no sería la última vez...
No lo fue.

Pero este año por primera vez me he preguntado si no habría sido mejor. Yo seguiría acordándome de él, a veces. Seguiría felicitándole el Año Nuevo y por su cumpleaños. O igual ya no, al no haber entendido tampoco que de pronto dejase de verle en Facebook (cosa que pasó hace años, también). Seguiría acordándome de él cada catorce de abril, el día en que nos hicimos la única foto en que estamos juntos. La primera y la última foto en que estamos juntos.

Igual habría sido mejor para él. No volverme a ver. No tener que aguantar mis llamadas, mis neuras, no tener que soportar que quisiera tocarle, que me gustase besarle. Que le entretuviera con llamadas de dos horas por la noche en las que sólo hablaba él porque me gustaba escucharle hablar.

Quizá habría sido mejor que aquel catorce de abril hubiese sido la última vez que nos viéramos.
Pero no me imagino mi vida sin algunos recuerdos. No me imagino mi vida sin haberle tenido en mi cama algunas noches.
Da igual.

Catorce de abril. Aquel año fue miércoles. Recuerdo su mirada cuando cogí el autobús.
Este año es sábado, como la última vez que le vi. Y fue él quien cogió el autobús, un bus de la misma línea, en sentido contrario.

Catorce de abril. Hoy, la única verdad es que posiblemente no vuelva a mirarme.

No hay comentarios: