domingo, 22 de abril de 2018

Colapso físico y emocional.

Hay un momento en que el cuerpo dice 'basta' y creo que el mío está a punto. O igual me lo ha dicho ya y he preferido ignorarlo.

Estoy siempre cansada, siempre. Da igual si llevo levantada desde antes de las siete de la mañana y son más de las doce de la noche y sigo en pie y llevo encima más de tres horas de transportes con sus transbordos y nueve de encierro laboral en un sitio sin luz ni ventilación natural bajo un ambiente de tensión, o si es sábado y apenas he hecho nada en todo el día. Estoy tremendamente cansada.

Apenas como. De hecho, hace semanas que directamente no me llevo nada para el mediodía. Me compro un blíster de pavo o similar y me como dos o tres rodajas, o cualquier casi aperitivo salado, tipo hojaldre con queso de cabra, enrejado de espinacas, y con eso paso el día. A veces, ni siquiera consigo comerme más de la mitad de lo que, como digo, por tamaño apenas es un tentempié.

No bebo agua y ni me doy cuenta. Me tomo un café antes de salir de casa. Un café que no es otra cosa que agua con algo de café, porque lo hago tan ligero que con echarle una nube de leche se aclara como si fuese leche con una nube de café. A veces, una galleta o mediadocena de copos de cereal integral. Muchas mañanas, ni eso. En el curro, entre las diez y las once, me preparo otro café (de la cafetera de cápsulas) y me dura mediamañana. Sobre las doce y media y casi más bien a la una del mediodía, un par de mandarinas, algún día un plátano, las menos una galleta de chocolate de la máquina. Mi comida fuerte del día es la cena, más cerca de las diez que de las nueve (aunque me sigo esforzando en que no sea así) y tampoco es eso, fuerte. Cosas a la plancha o verdura, normalmente. Algunos días me doy cuenta de que ni siquiera me he comido el yogur que suelo añadir para al menos tomar lácteos (el calcio y mi edad). Al llegar a la cena puedo llevar sin beber agua todo el día. Sí he pasado el invierno tomándome a diario medio brick de zumo de naranja o mandarina: digo que eso me ha evitado la gripe... Pero en un trabajo donde es imprescindible tener la garganta hidratada, no lo hago. No me apetece.

No pierdo peso. Es más, sigo engordando. Y estoy hinchada.
Esta semana, con la subida de las temperaturas, ha aumentado la sensación (y la realidad) de hinchazón. El jueves tenía los pies tan hinchados que cuando me quité los calcetines (de rejilla, sin apreturas) tenía marcado el relieve en la piel. Me duró toda la noche.
Me duelen las articulaciones. Se me duermen las manos. Cada día veo peor.

No tengo ganas de nada. Trabajo por mero impulso, por inercia y por mi exacerbado sentido de la responsabilidad. Y da igual lo que haga: nada es productivo.
El viernes, además, las cosas se complicaron más. Mucho más. Hasta el punto de que probablemente lo que quede de año cobre el sueldo fijo, sin comisiones ni incentivos. Todo por la pésima gestión de los responsables de esta empresa.

No me paso todo el día llorando porque ni pienso en ello. Pero si me paro...y pienso...me echo a llorar.

Le echo de menos. Mucho, muchísimo. Tengo asumido que no voy a volverle a ver, que no quiere saber nada de mí. Que ni me va a llamar ni va a atender mis llamadas. Lo tengo asumido, pero eso no quiere decir que entienda el porqué.

Gran parte de lo que me pasa no es nuevo, lo sé. Y por eso, porque lo sé, he confirmado que me hacía bien tenerle. Poder hablar con él, que la mayor parte de las veces no era sino escucharle al otro lado del teléfono. Poder verle de vez en cuando (sin ser consciente de ello, o igual sí, saber que iba a verle un rato una vez por semana, o cada diez días, era un aliciente para mi vida, una especie de tener algo con que ilusionarme).

Le echo de menos con el egoísmo de necesitarle. Y me duele terriblemente saber que, además, el origen de porqué cortó la comunicación es un problema de salud. El origen....o la excusa. Porque a estas alturas tengo claro que no me dijo qué pasaba porque no consideró que yo tuviese derecho alguno a saberlo. Y que sigo sin saber nada (un email hace mes y medio, dos respuestas a dos sms míos. Nada más) porque evidentemente no tiene la menor intención de retomar el contacto.

Ni siquiera quiero pensar en cómo me gustaba estar a su lado, acordarme de su cuerpo o recordarle dormido junto a mí. No quiero pensar en ello. Duele hasta dejarme sin aire.

Mi cuerpo (y mi mente, ésa a la que no hago caso) me mandan señales para que pare.

He estado toda la semana sin lavarme el pelo. Me justifico en que no he tenido tiempo. La realidad es que no tenía ganas. Me obligo a meterme en la ducha: total, tardo poco más de cinco minutos en ducharme y volver a estar seca y con algo de ropa encima. Algunas noches no consigo tener fuerzas para hacerlo. Coqueterías como hacerme la pedicura, depilarme...creo que hace meses que salieron de mis rutinas. Total, para qué. Nunca lo hice para alguien en concreto, nunca fui de las que se depilaban las piernas porque en mi entorno hubiese alguien a quien agradar o me pintara las uñas de los pies porque alguien fuese a verlo en pleno invierno. Lo hacía porque sí y lo hacía siempre. Ahora no encuentro ninguna razón.

Del estado de desorden de mi entorno ya ni hablo. Acumulo montañas de ropa lavada y pendiente de clasificar, montañas de ropa planchada y sin ordenar, montañas de ropa que me he puesto una vez y están entre la silla y el piecero de mi cama. Cuando necesito algo limpio, recurro a los montones de ropa planchada o retirada del tendedero. Me siento incapaz de sacar fuerzas y minutos para poder orden.

Hay papeles, tickets de compra que saco por puñados del bolso si tengo que buscar algo y que quedan sobre cualquier mesa. En el suelo de la cocina se acumulan frascos, conservas y otros alimentos que no necesitan frío; cartones para reciclar, bolsas de plástico hechas un nudo para emplear luego con otros fines. Hace dos o tres semanas compré un par de fuentes de cristal para mi nuevo minihorno, ése que compré hace un par de meses. Las fuentes siguen en el suelo dentro de la bolsa de plástico en que me las dieron. Friego los platos cuando tengo casi lleno el fregadero y se quedan, limpios, en la ora mitad de la pila. Y desde ahí inician el camino contrario: los voy cogiendo según los necesito, pasan al lado 'sucio' y el ciclo empieza de nuevo. Sin pasar por su sitio de orden: el mueble de los platos, el de los vasos y jarras, el cajón de los cubiertos...

Estoy siempre cansada.

Sólo quisiera dormir durante horas. Durante días. Dormir sin pensar. Sin los sueños/pesadilla que me acompañan.

Llevo entre diez y doce años sin ir al médico.
Nunca fui muy aficionada. Además, he comprobado que si estoy enferma, vengo a tardar lo mismo en sanar que quienes lo están, van al médico y toman medicamentos (que tampoco suelo tomarlos). Termino todos los años con el 'cupo de horas médicas' intacto. Treinta y cinco horas que le regalo a la empresa o a quien corresponda administrar estos temas.

El lunes..., quizá el martes, me acerqué por el Centro de Salud que me corresponde. A que me confirmasen qué doctor y a qué horario me corresponde. Quise cambiarlo a 'turno de tarde' cuando me confirmaron que sigue siendo de mañana. Me pusieron todas las pegas, les dije que no tenía prisa: total, más de diez años sin ir....
Tengo cita para el viernes que viene. Turno de mañana. Primer paciente del día.

Por unos segundos, algo hizo 'clik' dentro de mí y pedí la cita.
Espero no cancelarla.
Espero tener fuerzas para llegar al viernes.

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