domingo, 8 de abril de 2018

Otra semana de mierda más.

Termina otra semana de mierda. Y, en unas horas, dará comienzo otra de la que me gustaría esperar buenas cosas, pero sé que no será así.

Me gustaría, también, tener más valor. Valor para organizarme y cambiar de vida.

Empezar por ir al médico y pedir la baja. Estoy tan mal anímicamente (y  creo que si me hacen una analítica, los resultados acompañarían) que no creo que fuese complicado conseguir una baja de un par de semanas. Y aprovechar ésta para descansar...o para empezar a movilizarme.

Mi trabajo, más allá de la nómina a finales de mes, no me aporta nada positivo. Trabajo a las órdenes de una personalidad ciclotímica (la tengo cariño, pero no hay quien la soporte. Curiosamente, en eso está de acuerdo todo el mundo. Incluso quienes sólo la conocen superficialmente) que, a su vez, tiene como jefa a la persona peor educada que me he echado a la cara. Una señora con nulas habilidades sociales, que no te responde cuando la saludas (por poner un ejemplo). Y que ponen su inutilidad al servicio de una empresa donde muchos días no sabemos hacia dónde vamos ni para qué. Y, encima, que cuando tienen que contratar a alguien..., en fin, que ni a propósito lo harían peor. Durante seis meses hemos tenido a una yonki que faltaba más de lo que venía a trabajar (curiosamente, tenía por costumbre faltar todos los lunes: ya se sabe, los fines de semana son muy malos. Y para un lunes que viene, le comunican que no se le prorroga el contrato). Ahora, para sustituirla me traen a alguien 'del programa de integración'. Se supone que su minusvalía declarada tiene que ver con un problema de audición. En la práctica, es un friki que tras dos semanas de formación aún no se ha enterado siquiera a qué se dedica la empresa. Eso sí, ha aprendido y entendido que no va a ser necesario trabajar para que le paguen a finales de mes. Y como en este caso su contrato desgrava a la empresa...me temo que vamos a tener que cargar con el lastre durante meses. Dice incongruencias, apoya la veracidad de teorías conspiratorias mundiales, creo que a estas alturas todas las chicas de la plantilla hemos tenido que darle a entender que no tenemos la más mínima intención de hacer menor caso a sus intentos de cortejo. Soy consciente de que voy a tener que hacer la mitad de su trabajo (lo sé. Y eso no implica que se me vaya ni a gratificar económicamente ni a agradecer) pero también tengo muy claro que no voy a seguir ni intentando formarle, ni corregirle, ni nada que contribuya a que pase más tiempo del imprescindible en plantilla.

Exactamente lo contrario a lo que decidí hace siete meses con otro de los fichajes: he estado meses haciendo más de la mitad de su trabajo (que sigo supervisando de manera continuada) porque decidí que nos lo quedábamos. No tanto por simpatía personal (que me cae bien, francamente, pero eso ha sido con el paso de los días) como porque ya estoy cansada de tanto cambio. Así que decidí 'a éste, nos lo quedamos. Ya me encargo yo de que sus resultados sean buenos'. Y hace unas semanas le firmaron la renovación del contrato, pasando a indefinido....


Hace tiempo que no somos un equipo. Somos un grupo de personas que, circunstancialmente, trabajan juntas. Sí fuimos equipo hace meses..., más de un año ya, pero la empresa ha hecho todo lo posible e imposible para fragmentarlo hasta que ya no tenga arreglo ni vuelta atrás.

Me siento terriblemente cansada. Termino cada día con la sensación de no haber hecho nada de provecho y con la certeza de que al día siguiente la conclusión será la misma.
Nadie es imprescindible, en ningún sitio y en ninguna situación. Pero también sé que si falto, se desatará el caos.  E igual eso, ese puñetero sentido mío de la responsabilidad, me impide soltar algo que no es sino un lastre que no me deja volar..., ni pensar, ni descansar...

Físicamente sigo sin estar bien. Los síntomas de ahogo derivados del ataque de alergia (e igual, también de algo de resfriado) de esta semana siguen ahí. Intento controlarlos con un jarabe mucolítico y muchos kleenex, pero simplemente se quedan ahí, latentes.

La primavera no termina de arrancar. Pero tampoco es invierno.
Y me sigue doliendo mucho el corazón.

Es imposible explicar con palabras lo que duele, lo tremendo que es el dolor, de no saber cómo está la persona a quien quieres. Más aun cuando lo único que sabes (con cuentagotas) es que no está precisamente bien. Y saber (y no entender porqué) que es él quien ha decidido sacarte de su vida, no darte explicaciones, no informarte de nada. Y saber también que probablemente no le vuelvas a ver nunca más. Es imposible explicarlo.

Y aun es más complicado cuando no puedes hablar de ello. Cuando no puedes decir que si dices que te falta el aire, no sólo te estás refiriendo a los problemas respiratorios relacionados con la alergia. Que si hablas de tu poca esperanza en el porvenir que ves por delante, no te estás refiriendo únicamente al caos imperante en la organización de la empresa en que trabajas.

Le tengo en el sentido opuesto y casi al final de la misma línea de metro en que voy al trabajo cada mañana. No en otro país. Le tengo al otro lado de dos líneas telefónicas, cuyos números aún tienen memorizados mi móvil y mi inalámbrico. Le tengo en el punto de llegada de una dirección de correo electrónico.
Y no le tengo, porque no quiere que yo esté.

Y en este domingo que cierra una semana de mierda, sé que la semana que empieza mañana todo será igual. Y seguiré sin tenerle.
Y seguiré sin saber porqué.

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