domingo, 13 de mayo de 2018

Sin mejorías.

Las cosas siguen sin mejorar.
Me gustaría poder decir otra cosa, pero esa frase es la que resume la semana. Las cosas siguen igual de mal, en todos los aspectos.

El martes fui a que 'me pinchasen'. O sea, a hacerme la analítica programada.
Reconozco que no me duele el pinchazo (no más que cualquier otro casual con una aguja o con un pincho de cactus, por ejemplo). Es esa sensación de fobia, de rechazo al pinchazo sabiendo que se va a producir, lo que me pone nerviosa.

Me sacaron sólo tres tubitos de sangre (tampoco me da la menor impresión ver cómo se van llenando desde la aguja y el vial). El enfermero era un chico agradable que me contó que él tiene aversión a las avispas y me hizo el justificante de asistencia ('¿Te pongo como hora las nueve?' 'Vale. Lo que me calculan es el tiempo que haya pasado desde la hora de entrada a la que sea cuando fiche').

Ya no me duele especialmente el estómago, aunque apenas esté comiendo (no tengo hambre. Tampoco noto que esté perdiendo peso, dicho sea de paso). Pero me siguen los picores en todo el cuerpo (esa sensación de picor interno, de algo que no tiene que ver con factores externos como polen o tejidos) y empiezo a tener heridas de rascarme de forma más o menos inconsciente. También tengo eccema en los antebrazos y la piel de la cara fatal.

En casa estoy medianamente bien. Y he observado que dar un paseo, incluso al sol, también me tranquiliza y me quita los síntomas. Pero cuando me encierro en la oficina empeoro a marchas forzadas. Se junta la falta de aire limpio, la falta de luz natural, los fluorescentes, el polvo de meses que acumula todo, las emisiones eléctricas de docenas de ordenadores funcionando a la vez durante más de nueve horas... Y la situación propiamente laboral. El mal ambiente que empeora día a día.
Sigo estresada. Mucho. Y muy triste.

Ayer sábado decidí no 'forzar' mi cuerpo a despertarse/levantarse a una hora concreta, y lo hice casi a las doce del mediodía (necesito dormir). Durante el día no seguí ningún horario marcado de comidas ni actividades, más allá de poner una lavadora y tender, o de salir a mediodía a comprar fresas. El resto del día estuve limpiando y descansando. Sin mucho más.

Le llamé en algún momento en torno a las ocho de la tarde, pero no atendió mi llamada.
Y le llamé porque la semana pasada habíamos quedado en eso, en hablar en una semana.
No sé si esto empeora mis síntomas, pero con toda seguridad no contribuye a mi mejoría.

Esta semana tengo un día festivo (el 15, martes. Festivo local) que pienso dedicar a no hacer absolutamente nada de provecho. El jueves tengo cita en el médico para que me den los resultados de mis análisis. Me dirán que no tengo nada y seguiré como estoy: estresada y cada vez más cansada y con menos ganas de hacer cosas.

Los próximos dos meses no puedo pedir una baja médica, porque van a ser los últimos de este año en que voy a cobrar incentivos, y no me puedo permitir perder dinero, francamente. Las perspectivas para el segundo semestre vuelven a ser angustiosas.

Mañana vuelvo a la rutina laboral. Y no quiero ir, no quiero, no quiero...

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