miércoles, 15 de agosto de 2018

Tras siete meses y medio.

Si miro hacia atrás en este año tan raro...no soy capaz de encontrar momentos en que me haya encontrado realmente bien. Esos momentos en que sientes que todo está como tiene que estar.
De hecho, sólo recuerdo algo que de veras me hizo sentirme ilusionada.

La última semana de enero. Y algo tan simple, tan básico y tan tiempo atrás habitual y casi cotidiano, como la posibilidad de verle. No iba a ser otra cosa que acompañarle un rato a la salida del trabajo (el suyo). Ni siquiera era quedar para tomar algo juntos, y mucho menos que fuese él quien decidiera acompañarme a mí...y quedarse. Simplemente era la posibilidad, que él me ofreció como algo casi seguro, tras seguramente haberlo cancelado con disfraz de aplazamiento alguna semana antes.
Quise creérmelo.

Y estuve ilusionada con esa posibilidad durante unos días, quizá una semana completa. Ya digo que no era otra cosa que eso: ir a esperarle a donde él decidiera (hace mucho que decidió que nunca a las estaciones donde coge el metro para empezar su retorno a casa desde el trabajo. Supongo que cuando hace años era algo cotidiano que fuese a esperarle nos verían compañeros de su empresa...y no debe ser muy agradable que a alguien como él le puedan relacionar con algo como yo como mujer). Era salir de mi trabajo y hacer tiempo a que él saliera del suyo, ir donde me indicase y esperarle, acompañarle en parte del trayecto a su casa, hasta donde él decidiera permitirme.
Nada más.

Me ilusioné con eso, en esos días en que llevaba dos meses y medio sin verle, en que llevaba semanas sintiéndome muy triste, en que aun era una costumbre enviarle un sms de buenasnoches cada día y que muchas de ellos me respondiese. En esos días en que aún quería creer que éramos algo.
Por descontado, no pudo ser. Imagino que para él nunca existió la posibilidad. O que yo era el Plan-B, la alternativa si otra opción planificada y mucho más tentadora le fallaba...y de pronto se encontraba con ese rato libre. Supongo que su Plan-A no falló. Y dos días antes de la supuesta cita ya me había confirmado como respuesta a mi sms de buenasnoches que se cancelaba el proyectado encuentro de poco más de media hora...

Al día siguiente del aviso de cancelación me llamó por teléfono. En esos días ya había dejado de hacerlo, si acaso y tenía suerte, contestaba a mis llamadas. En esos días ya me había confirmado que no me llamaba porque no le apetecía, sin más. El proyecto fallido era para el viernes: me llamó el jueves para explicarme lo que ya me había anticipado el miércoles. En realidad, sacó el tema a lo largo de la conversación, que supongo que versó sobre su empresa. La justificación era que finalmente alguien de su familia pasaba a recogerle..., como siempre desde hacía más de dos años.

A estas alturas no soy capaz de recordarlo, pero imagino que no hablamos ese viernes. Y que precisamente su llamada no era para explicarme nada, sino para evitar que yo le llamase ese día. Día en que yo no había sido,  en ningún momento, su plan preferente.
Aunque yo de esas cosas no me daba cuenta. Y cuando las sospeché, me saqué la sospecha de la mente a toda velocidad, autorrecriminándome por siquiera pensar unos segundos esas cosas...

Esa semana fue la única vez, el único momento, en que recuerdo haber estado ilusionada realmente por algo.

Hace unas semanas..., imagino que no demasiadas, puesto que salí del hospital el último viernes de junio, planteó la posibilidad de que pudiésemos vernos en algún momento. No quise interpretarlo de otro modo que el de eso, que me dejase acompañarle algún día en su retorno a casa. No quise sobreentender que quisiera venir a pasar la noche conmigo. Supongo que para eso ya tiene otra..., bueno, nunca dejó de tenerlas. Y tampoco quiero pensar (me niego a hacerlo) en algo tan básico como que su Plan-A pueda estar de vacaciones fuera de Madrid..., algo tan sencillo como eso...

Le planteé la posibilidad de que quedásemos algún día para tomar un café. Con la excusa/justificación de que yo durante meses no voy a poder probar el alcohol (recomendación facultativa), que él tampoco debe, que el café nos gusta a los dos y yo ya no siento el rechazo que si sentía cuando empecé a encontrarme enferma en mayo...
Le pareció bien. Creo que incluso planteó opciones con días concretos...

De momento, no ha podido ser. A estas alturas de la vida y de mi reconocimiento de la realidad, no creo que por su parte haya habido demasiado interés.

Creo que en algún momento, esta semana o quizá la pasada, casi he llegado a ilusionarme con la posibilidad. O sin el 'casi'. Pero enseguida algo en mí me hace reaccionar.
O...
O, simplemente, es instinto de supervivencia. No sumar dolor. Ya he pasado por la experiencia de mi propio organismo queriendo terminar conmigo.

Conocerle me hizo más llevadera la transición desde una vida profesional que me gustaba a un trabajo alineante y sin futuro, que paradójicamente era el inicio de lo que iba a ser el futuro de mi vida laboral, que no profesional.
Verle, estar un rato con él cuando ya no era una presencia diaria en mi rutina, era un chute de ganas, me hacía soportar los días hasta la siguiente semana en que le vería un ratito de nuevo.
Abrir los ojos y verle dormido a mi lado me contaba que todo estaba bien, que cada pieza del puzzle, casualmente, había encajado en un hueco donde cabía...aunque posiblemente no era el suyo.

No sé si volveré a verle. Este año me ha enseñado, claramente, que no soy nada ni nadie en su vida.
Aunque de estos siete meses y medio el único instante de ilusión que recuerde fue el de aquella posibilidad de verle un rato, un viernes de enero.



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